Cuando repasamos la historia de esta institución a través de alguno de los múltiples estudios sobre el tema – para ser lo más objetivos posible, huyendo de panegíricos, críticas partidistas, leyendas negras o condenas totales, seguimos el magnífico libro del británico Henry Kamen sobre el asunto – y estudiamos su justificación, funcionamiento, objetivos, procedimiento, y vemos las consecuencias de su actuación sobre la sociedad de su época y sobre el futuro de la sociedad española, sorprende, que más que las condenas efectivas llevadas a cabo, el principal efecto que tuvo fue la implantación y generalización de una sensación de prevención y temor entre los españoles que agostó, condicionó y limitó negativa y profundamente la evolución del pensamiento y la libertad más allá de las penas y castigos concretos.
El miedo a contravenir las normas estrictas de la ortodoxia imperante en aquel momento, impedía que las personas se expresaran con la sinceridad y objetividad requeridas para el saludable desarrollo de una crítica constructiva y a actuar en el sentido que la propia realidad aconsejaba.
Este temor produjo más daño, al ser una percepción generalizada, en el desarrollo del país que cualquier ajusticiamiento, auto de fe o tortura concreta, (en el resto de Europa tales prácticas sobrepasaban con creces a las llevadas a cabo en España) ya que restringía el libre desenvolvimiento de la creatividad, la posibilidad crítica, así como la capacidad de decisión para emprender acciones que era necesario abordar: todo paralizado por el miedo, una sociedad encadenada por el temor a pasarse de la raya…
Pues hoy, con la actual dictadura de los medios de comunicación, estamos atravesando una etapa de censura colectiva mientras comienza a apreciarse un miedo a expresar las propias opiniones, por miedo a no ser acordes con el pensamiento universal imperante. La implacable dictadura de la llamada “opinión pública”(“opinión publicada”, que de hecho está inteligentemente manipulada por centros de poder e influencia bastante bien definibles, aunque no confesables) está limitando enormemente nuestra capacidad personal y colectiva de analizar críticamente aquello que está sucediendo a nuestro alrededor, no solo en España, sino en el mundo occidental en general, para poder transmitir opiniones contrarias a los criterios dominantes, a toda la sociedad a través de medios verdaderamente libres.
Igualmente, ese temor inquisitorial, a verse envueltos en las consecuencias de decisiones, acuerdos o actividades llevadas a cabo para la obtención de un beneficio, personal o colectivo, en empresas o política, que por una u otra razón no han tenido un resultado exitoso, algo absolutamente normal, pues la equivocación es una constante del ser humano que toma decisiones y que es dinámico, paraliza el proceso de toma de decisiones. Esto es grave, muy grave, pues una sociedad a la vez que requiere prudencia y mesura, también requiere valor y confianza para emprender actuaciones que entrañan riesgos, una sociedad que no asume riesgos controlados es una sociedad muerta.
En el último libro del profesor Kissinger “Orden Mundial” una de las cuestiones que subraya con detalle es la confusión que se está produciendo en la sociedad occidental contemporánea, al confundir la función de toma de decisiones con la administrativa, esa es la distinción tradicional que debe existir, si deseamos que nuestra sociedad prospere, entre el emprendedor y el funcionario. Ambos son necesarios pero son cometidos diferentes. ¿Quién va a tomar una decisión importante en política, si su cabeza depende de ello a cada vuelta del camino…? Pues incluso acciones que tienen resultados positivos pueden ser utilizados en contra de la persona, por no estar en consonancia con las opiniones de los que detentan el escenario público.
Esto nos tiene que llevar a la conclusión, de que si nadie lo remedia, esta nueva inquisición, que presenta hechos en su mayoría normales, como si todos tuvieran la gravedad de aquellos llevados a cabo por personas que efectiva y objetivamente han cometido delitos en el ejercicio de su cargo, solo se podrán dedicar a la función pública funcionarios y aún así bastante mediocres.
Las personas con capacidad, ambición (No hay que anatemizar la ambición) y conocimientos, huirán de la política, abandonando lo público a su suerte, y como todo el que tiene experiencia sabe: El no tomar decisiones es, muy a menudo, la peor decisión posible; toda la sociedad en su conjunto pagará esta hipócrita postura de condenar sin más a todo el estamento político como si estos hombres fueran magos con varas mágicas capaces de transformar a voluntad la pobreza en riqueza.
A los hombres desgraciadamente le han tirado casi siempre más los falsos profetas, aquellos que prometen lo imposible, que la sensatez del que ofrece en un momento determinado: “sangre sudor y lágrimas…” Las consecuencias de esa decisión equivocada, suele llevar aparejada, más sangre, más sudor y más lágrimas de las que hubiéramos tenido que padecer si hubiéramos hecho caso al sensato. En fin cada generación tendrá su “Waterloo”.