El PSOE ya tiene nuevo secretario general. Su nuevo líder es Pedro Sánchez, profesor de Economía de la Universidad “Camilo José Cela”. ¿A cuántos líderes del PSOE ha conocido usted, querido lector? Desde la Transición, los españoles que superamos la cincuentena hemos conocido ya a González, a Almunia, a Rodríguez, a Pérez y, ahora, a Sánchez. Por mi parte, además, como estudioso de este Partido Socialista desde su creación allá por 1879, he podido revisar con cierta profundidad los avatares del PSOE y sus sucesivos líderes: Iglesias, Besteiro, Largo, Negrín y Llopis.
Pero este último grupo, el que lideró el PSOE desde su creación hasta 1974, cuyo ideario era marxista, revolucionario y antisistema, quedó eclipsado y superado cuando González, en 1977, después de dimitir como secretario general del PSOE, logró que en un Congreso extraordinario los más ortodoxos socialistas tuvieran que aceptar aquella frase para esculpir en mármol que, sin duda, removió los cimientos del Partido pero no eliminó de él determinados clichés políticos que hoy perduran. La célebre frase fue la de que “hay que ser socialista antes que marxista”. Por tanto, el PSOE es un Partido que dicen que dejó de ser marxista desde hace sólo 37 años.
En aquel momento yo ya tenía 35 primaveras. No era, desde luego, un niño. Pero, inocente de mí, pensé que tras aquella rotunda y profundísima reflexión del señor González, el Partido aprovecharía aquella excelente ocasión para refundarse, para tratar de eliminar del nuevo Partido los vestigios más negros e impresentables de un historial –desde su creación- muy poco recomendables, sobre todo después de haber participado directamente en la elaboración y ejecución de tres golpes de Estado contra el poder legalmente constituido en nuestro país.
No sucedió así. El dúo González/Guerra mantuvo el nombre del PSOE, para no sólo atraerse a los nostálgicos de esas siglas sino mantener el “hechizo” de un Partido con una honradez de muchos años y por su “lucha de clases” para defender los intereses de los trabajadores, supuestamente. Con una particularidad o matización que, desde entonces, ha sido común a todos los sucesivos líderes y nuevos líderes del PSOE y que, a mí personalmente, me ha producido siempre una gran perplejidad: la de estar todos ellos orgullosísimos de los ciento y pico de años del Partido, a pesar –como ya dije anteriormente- de que en su historial están escritas demasiadas páginas en negro.
Tras esta breve aclaración, desde 1974 el PSOE ha sido fiel reflejo de lo que han sido sus sucesivos líderes o secretarios generales. No es momento ni lugar para glosar lo que ha sido cada uno de los Partidos Socialistas liderados por González, Almunia, Rodríguez y Pérez. Cuando el partido –desde González- se convirtió en una superestructura piramidal en la que la influencia del líder máximo empapaba a todo el conjunto de órganos, cuadros y militantes, el PSOE perdió su celebérrima democracia interna. Aquello de “el que se mueva no sal en la foto” marcó no sólo 21 años de poder socialista en España sino que, en mi opinión, provocó una deriva de una supuesta socialdemocracia española hacia hechos muy concretos que condujeron al Partido hacia posiciones inverosímiles y ciertamente desnortadas. A esta deriva se añadió el desconcierto de toda la izquierda europea tras la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Desconcierto fundamentalmente ideológico por ausencia de referentes políticos.
El exponente máximo de ese desconcierto y, en gran medida, radicalización del Partido fue la ejecutoria como secretario general del mismo del “compañero” Rodríguez. Cuando acabó su primera legislatura al frente del gobierno en 2008, nadie en su sano juicio podía suponer que sería reelegido por los españoles –con el apoyo inestimable de sus amigos “de la ceja”- para llevar a España, como la llevó, y a su Partido, prácticamente hacia el caos. Porque recordemos que los españoles quedaron más enfrentados que nunca entre sí y el PSOE era diferente en función de la región española en el que estuviera representado. Aquel PSOE derogó leyes, negoció con los terroristas de ETA de igual a igual, llevó a España a una situación internacional de desprestigio absoluto, removió el guerracivilismo para que renaciera el odio entre españoles, intentó aislar y eliminar políticamente al centroderecha español pactando con quien fuera necesario, promovió una ingeniería social que provocó una legislación en contra de la familia: divorcio exprés, el aborto como un derecho de la mujer, matrimonio entre homosexuales, etc. Luego se dedicó a alentar el separatismo catalán y, a base del dinero de todos los españoles, a mimar a unos sindicatos “de clase” que se han convertido en una verdadera clase social privilegiada por su corrupción y fiestas pantagruélicas. Por supuesto, no dejó de hostigar permanentemente a la Iglesia católica –a millones de españoles que son los que la forman- y beneficiar, a base del dinero de todos, un proyecto irrealizable como aquella Alianza de Civilizaciones.
Cuando llegó la terrible gran crisis internacional –económica y política-, no sólo le negó para España sino que utilizó procedimientos tan sumamente contraproducentes para paliar sus efectos que puso a nuestro país y a la Unión Europea entera al borde del abismo. Sólo cuando EEUU, China y la Unión Europea obligaron a este iluminado socialista a cambiar de rumbo en mayo de 2010 fue cuando España no terminó de hundirse del todo. Pero la ducha fría recibida por su Partido en términos de progresismo barato fue crucial para que el barco del PSOE fuera abandonado por millones de adictos desorientados y hartos de tanto disparate y de tan poco seso.
Después de esta funesta experiencia para todos, el Partido fue hundiéndose cada vez más con aquel famoso portavoz de los gobiernos felipistas que mentía una y otra vez negando la creación de los GAL por aquel régimen. Fue el nuevo secretario general, el señor Pérez al que ya me referí anteriormente. Y, tras él, pareció que se iba a producir una verdadera revolución interna en el Partido con la elección de un nuevo líder del mismo a través de su elección por todos los militantes socialistas.
Todos conocemos cómo se produjo esa elección que yo reconozco impecablemente democrática, cuáles fueron los candidatos al cargo y cuál fue el resultado final de dicha elección. De los 198.000 militantes del PSOE sólo votó el 67% de ellos, esto es, 129.000 personas. De ellas, el señor Sánchez obtuvo 67.500 votos, es decir, el 49% del apoyo de las bases socialistas. Su triunfo fue, por tanto, irrefutable.
Pero antes de que Sánchez alcanzara esa victoria, ya comenzó a mostrar algunas maneras poco ortodoxas en un líder que, presuntamente, puede llegar a jefe del Gobierno de España. Y poner a nuestro país al borde del ridículo y del tercermundismo cuando exigió de la delegación socialista española en Bruselas que no votara al luxemburgués Juncker –del PP europeo- como presidente de la Comisión Europea aun en contra del acuerdo de socialistas y “peperos” en el ámbito europeo.
Después, formada su Ejecutiva con el respaldo de una “hija” del Partido como la andaluza Susana Díaz, muy ligada al imputado por diversos motivos en el fraude de los ERE en Andalucía señor Griñán, el señor Sánchez comenzó a decir cosas que me han recordado muchísimo a las que, en su día, decía aquel “bobo solemne” –Rajoy dixit- como, por ejemplo, que “estaré tan a la izquierda como la militancia de base”; o bien, que se va a dedicar a derogar la reforma laboral del PP, los acuerdos con la Santa Sede, la supuesta y ridícula reforma del aborto que ha preparado Ruiz Gallardón y que no se sabe bien en qué consistiría e, incluso, no apoyará la propuesta de Rajoy para que gobiernen los alcaldes de la lista más votada. Y, respecto del tema general de la corrupción en el seno del PP y del PSOE, ha tenido la delicadeza de hablar sólo de la que afecta a su rival político –el de “la red corrupta Gürtel”- y ha omitido la que gangrena a su Partido y al Sindicato hermano. También ha descartado cualquier pacto de Estado con el PP para hacer frente a temas que pueden afectar al interés nacional.
En resumen: el señor Sánchez me da la sensación que rezuma zapaterismo por sus poros. O que ha empezado a ser muy parecido a como también comenzó aquél. Cuando se reunió con Rajoy en la Moncloa no coincidieron en nada, salvo en oponerse a la secesión catalana. Algo es algo. Quienes conocen medianamente la trayectoria del socialismo español ya están diciendo que “del PSOE se puede esperar cualquier cosa”. Sobre todo cuando pretende promover una reforma constitucional que haga de España un Estado Federal, sin aclarar en ningún momento de qué federalismo habla, a cuál se refiere, si es asimétrico o no, y tantos otros matices que son esenciales en tan delicada materia.
Y yo digo lo que dijo el general De Santiago y Díaz de Mendívil cuando dimitió como vicepresidente del gobierno se Suárez: “Quiero equivocarme; estoy deseando equivocarme”, pero me da la sensación de que el señor Sánchez, en virtud de sus primeras declaraciones, recuerda demasiado al señor Rodríguez antes del año 2004. Que Dios no lo quiera.