En el Parlamento de Cataluña han creado una comisión contra el odio. El objetivo es combatir los discursos a favor del «racismo» y el «fascismo» que, a su juicio, proliferan en la cámara catalana. Es decir, cercenar la libertad de expresión de VOX y Aliança Catalana, que tienen un discurso duro sobre inmigración. No saben que, en el fondo, les están haciendo la campaña gratis. La verdad es que todos los métodos utilizados hasta ahora como las llamadas al orden, las multas o los cordones sanitarios no han servido para nada. Las expectativas electorales de ambos partidos han ido creciendo.
VOX celebró el sábado pasado una butifarrada popular con más de 400 personas en el parque de la Trinitat Vella, en Barcelona. Es cierto que tuvieron la visita de una veintena de antisistemas, puestos a distancia por los Mossos. Y que incluso habían hecho pintadas en las paredes anteriormente. Pero esto, en los momentos álgidos del proceso, era impensable. La que se habría liado. Además, tenía el morbo de que el barrio era antaño un feudo electoral del PSC. Cada vez menos. Mientras, el partido de la alcaldesa de Ripoll llega ya a entre ocho y diez diputados, según el CEO de la Generalidad, el llamado CIS catalán. Todos arañados de Junts.
A mí, la verdad, crear una comisión contra los discursos de odio me parece una idea cojonuda. Aunque los integrantes de la misma no inviten al optimismo: Andrés García Berrio (Comunes), Laura Fernández Vega (CUP), Ferran Pedret (PSC), Najat Driouech (ERC) y Montse Ortiz (Junts).
Berrio es un abogado de Alerta Solidaria que siempre quería cerrar los CIEs. Yo siempre pienso: ¿si cerramos un Centro de Internamiento de Extranjeros cómo expulsamos a un inmigrante del que un juez ha decretado la expulsión? ¿Lo vamos a buscar a su casa y le pedimos amablemente que nos acompañe? La de la CUP dijo en un pleno reciente que «lanzar piedras a los Mossos y quemar contenedores es un hecho cultural propio» y dio la enhorabuena a la comunidad islámica de Salt, que había predicado con el ejemplo. La de ERC es la cuota islámica de este partido. Interesado en atraer el voto de los nous catalans de origen magrebí a medida que desciende el de los autóctonos. En los últimos comicios autonómicos, como se sabe, perdieron trece diputados de golpe. Y eran el partido gobernante. El socialista es hijo de otro dirigente del PSC, Jordi Pedret, que estuvo de diputado en el Congreso desde mediados de los 80 hasta el dos mil y pico con algún paréntesis. O sea que continúa el negocio familiar. Por último; la de Junts no tengo ninguna referencia, salvo que empezó de técnica auxiliar de juventud en el Ayuntamiento de Vilafranca, espero que no fuera cuando gobernaran los suyos, y que se afilió al partido en el 2021. O sea que en menos de tres años ha llegado a diputada autonómica. Carrera fulgurante. Le espera un brillante porvenir si a Junts le acompañan los resultados electorales. Que tampoco parece porque la estrella de Puigdemont en Waterloo empieza a flojear. Últimamente solo ha recibido al alcalde Gerona —al fin y al cabo él también fue alcalde de esta ciudad—, a agricultores extremos y, como no, a Arnaldo Otegui.
Además, todo hay que decirlo, la comisión llega tarde. Haberla puesto en marcha en pleno procés. Cuando a los catalanes críticos, escépticos, tibios o simplemente contrarios se les llamba botiflers, colonos y ñordos. Incluso desde medios públicos. Recuerda a la escritora Empar Moliner quemando un ejemplar de la Constitución en directo. Cómo se habrían puesto si en TVE o en Telemadrid hubieran hecho lo mismo con el Estatut o una estelada. Por no hablar de las estrellas de TV3 y los supuestos humoristas como Jair Domínguez que decía con frecuencia, en antena o en las redes, aquello de «Puta España» —ya me perdonarán los electores—. Luego hubo otro que, para sortear las críticas, decía «Puta noche y buena España». Pero se entendía todo.
El odio fue el arma psicológica más poderosa. Al fin y al cabo es un sentimiento humano. Como los celos o el amor. Pero en negativo. Convenientemente excitado unía al personal contra un enemigo común. De hecho, no ha desaparecido todavía. En las redes ha circulado una foto de una ermita con una estelada gigante y un cartel con la frase en cuestión. Y El Nacional, el digital que dirige el otrora director de La Vanguardia José Antich, ha encontrado un presentador de la cadena autonómica que tiene en casa la típica baldosa de bienvenida con la expresión Déu vos guard (Dios os guarde) y abajo el insulto.
El proceso nunca podía salir bien porque más de la mitad de catalanes no querían la independencia (el porcentaje ha bajado ya a un 38%, según el último barómetro de la Generalidad). También porque subestimaron al Estado, incluido el Rey. O porque la Unión Europea no estaba para más líos entre la crisis de los refugiados y luego la guerra de Ucrania o el conflicto de Oriente Medio. Pero, sobre todo, por el odio acumulado. Es imposible que, con tanta mala leche, pudiera salir bien.
Yo fui a una manifestación de profesores —¡de profesores!— contra alguna sentencia que imponía un 25% de castellano en la que exhibía. Abajo del todo en los informes de Pisa.