«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La oicofobia y los hobbits

22 de marzo de 2016

Los hobbits son unos tipos entrañables. El Señor de los Anillos empieza con un extenso prólogo dedicado a este pueblo discreto, alegre y amante de la paz. A los medianos les gusta la música, la cerveza, fumar en pipa y, en general, las celebraciones. Tolkien también nos describe con detalle su hogar, la Comarca, un pequeño rincón de la Tierra Media salpicado de granjas familiares. Estas primeras páginas pueden resultar aburridas o inútiles para quien únicamente busca una novela de fantasía épica. Sin embargo, este prólogo es, probablemente, la parte más importante de la historia: Tolkien nos explica la visión del mundo que tiene esta comunidad y su forma particular de ser. Aquí se describe aquello que mueve a Frodo y sus amigos a iniciar su lucha: el amor a su hogar. La guerra que ha iniciado Saurón, el Señor Oscuro, se extiende por el mapa y es cuestión de tiempo que acabe llegando a La Comarca. Al empezar su gran aventura, los hobbits cantan: «El hogar queda atrás, el mundo está por delante.»

En psiquiatría se llama oicofobia (del griego oikos, hogar) al miedo irracional y enfermizo al hogar, a estar en casa y a todo lo que tenga aspecto casero. En la década pasada, el filósofo inglés Roger Scruton tuvo la genialidad de adaptar este concepto al terreno político para denominar a las ideologías que repudian las nociones de arraigo y herencia cultural. El pensamiento de Scruton aúna la defensa del conservadurismo tradicional (opuesto al thatcherismo), la protección de la naturaleza, la revitalización de las comunidades locales y una concepción de la democracia basada en unos valores compartidos. Para Scruton la oicofobia es una patología típica del establishment académico y de la izquierda política en Europa que acaba derivando en xenofilia, es decir, la preferencia por cualquier cultura distinta a la propia.

El asalto a nuestra tradición cultural se apreció claramente en la campaña seguida por las élites de Bruselas y sus terminales regionales para imponer una Constitución Europea que vetaba la mención a las raíces cristianas de Europa. La cuestión no era meramente simbólica, sino que definía el rumbo que estas élites quieren dar al proyecto europeo. Los eurócratas no buscan construir una casa común en base a una cultura compartida. Están diseñando un mercado común y un club de inversión regidos por un software en el que las señas de identidad son sospechosas. En la actualidad, la Eurocracia tiene el punto de mira puesto en Polonia, país en el que se está produciendo un renacimiento de sus valores nacionales. Bruselas distorsiona esta vuelta a las raíces y la presenta como una negación de los valores europeos. El pueblo polaco consiguió sobrevivir al totalitarismo nazi y al totalitarismo comunista. Tras la caída del telón de acero el país se encontraba en ruinas y lo único que se mantenía en pie era la fe de su población y un sano patriotismo. Ahora resulta que estos dos pilares maestros molestan a los nuevos arquitectos de la Unión Europea. “A las raíces profundas no llega la escarcha”, dicen los versos de la antigua profecía élfica. La Eurocracia sabe que para metamorfosear Europa en algo distinto a su verdadero ser es necesario ahogar previamente sus fuentes de identidad.

La oicofobia de la izquierda tiene en España características propias, ya que su agresividad se refuerza con la debilidad de una derecha acomplejada y entregada a la corrección política. En la actualidad, a medida en que se radicaliza la izquierda surgen nuevos brotes de xenofilia. El Ayuntamiento de Madrid ha acordado recientemente dar al Ramadán el mismo tratamiento y presupuesto que a la Semana Santa. Contrariamente a sus reivindicaciones habituales, nadie en el área ideológica de Carmena ha insinuado que la religión (islámica) deba restringirse al ámbito privado. Tampoco se le ha pasado a nadie por la cabeza contraprogramar un ramadán laico como ocurre con las procesiones. El programa municipal de Ahora Madrid busca impulsar un programa cultural que “estimule visiones plurales y críticas del pasado y de su significado en el presente”. Eso explica que el consistorio haya hackeado la cabalgata de los Reyes Magos hasta hacerla irreconocible y, al mismo tiempo, haya financiado los fastos de la celebración del año nuevo chino con escrupuloso respeto a la costumbre asiática. La vieja estrategia contracultural se ha disfrazado ahora de aperturismo multicultural.

El ruido de fondo no nos debe hacer perder la perspectiva. La Comarca era un país pequeño de gente pequeña. Gente pacífica, bonachona y amante de sus costumbres populares. Cuesta imaginar a los hobbits celebrando en sus aldeas el año nuevo élfico o la coronación de los reyes enanos, por muy queridos que sean sus vecinos y muy hermosas que sean sus culturas. No puede decirse que los medianos sean intolerantes, ni siquiera nacionalistas (no está de más señalar que para Scruton el nacionalismo es una variante patológica del patriotismo). El mantenimiento de la comunidad hobbit se funda en el sentimiento de pertenencia a un lugar y en la ayuda mutua. Lo que inspira al pueblo hobbit es el amor a lo propio, no el desprecio al Otro. Por eso, en la política actual, la construcción de una cultura de acogida no debe realizarse a costa de destruir nuestra particular forma de ser. Es enriquecedor dar a personas de otras procedencias la oportunidad de que sean de los nuestros, pero en este proceso no se nos puede exigir que renunciemos a seguir siendo nosotros.

En su obra Filosofía Verde, Scruton utiliza La Comarca como ejemplo de oikofilia (amor al hogar) y señala que corresponde a las comunidades locales la defensa de sus raíces. En España la derecha-poder ha asumido que para optar a ganar las elecciones debe renunciar a ciertas batallas culturales. Por eso ahora es más necesario que nunca un nuevo compromiso comunitario que surja desde las ciudades y los barrios. Los modelos pueden ser la revuelta vecinal que se produjo en Sevilla tras la propuesta de Podemos Sevilla de suprimir las procesiones, el nacimiento de la asociación cultural Somatemps en Cataluña, el trabajo de base de las asociaciones civiles que se han volcado en la ayuda a los damnificados por la crisis económica o el movimiento de resistencia a la expropiación de la Catedral de Córdoba. “Así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo –explica Elron a los hobbits para hacerles comprender la trascendencia de su misión-. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es necesario hacerlos, mientras los ojos de los poderosos se vuelven a otra parte”. En un tiempo en que la derecha oficial es calculista y poltronera, la defensa de nuestra identidad sólo puede estar en manos de voluntarios que aún guarden memoria del sentido de pertenencia. En Europa sobran Saurones y faltan hobbits. Feliz Semana Santa.

.
Fondo newsletter