Larga se está haciendo la campaña, y no ha empezado. Isabel Díaz Ayuso, favorita en las quinielas, la tomó en las últimas horas con la justicia social, «invento de la izquierda para promover el rencor, perpetuar la lucha de clases y promover la cultura de la envidia». Algo así dijo, y sonaba a eco, no tanto de la envidia igualitaria de Fernández de la Mora como de Thomas Sowell, el economista norteamericano, que distinguía entre una justicia real y una justicia social o cósmica, según él, otra forma de llamar a la envidia.
Aunque la izquierda se haya especializado en producir social justice warriors, no parece buen negocio dejarles el monopolio de algo tan delicado. Ni siquiera es del todo ajustado a la realidad. ¿No viene parte de la legislación social de Bismarck? Pero no hemos de irnos tan lejos. La derecha española tuvo en la figura de Eduardo Dato a un pionero en la justicia social. Bastaría leer su monografía dedicada al particular, largo discurso presentado en la Academia de Ciencia Morales y Políticas, para ver que algo le interesó el asunto. Allí la define como «el cumplimiento del deber en que todo hombre está de reconocer la personalidad y la dignidad ajenas y de ayudar a su fortalecimiento y expansión mediante la implantación, como normas de conducta en la sociedad, de la conciliación de intereses, de la elevación de vida material e intelectual, de la tolerancia y mutuo respeto, del bien y del amor (…). La realización de esta justicia social compete ciertamente en una parte al Estado».
Pero Dato no se quedó en lo académico. Fue pionero de la legislación social en España con una ley sobre accidentes del trabajo, otra que reguló el trabajo de niños y mujeres, la ley del descanso dominical o la creación del Instituto para la Reforma Social y otras instituciones que dieron lugar al Ministerio de Trabajo.
Dato era un conservador y como tal buscaba afianzar el orden, pero eso resultaba imposible sin mejorar las condiciones de vida y trabajo. Su conservadurismo era social, inspirado por la encíclica Rerum Novarum, y proponía una salida entre el individualismo liberal y el dogmatismo del mercado y el puro estatismo socialista. Dato tenía una acusada sensibilidad; en realidad, una sensibilidad inevitable: «No era posible cerrar los ojos al espectáculo frecuente de seres humanos heridos, mutilados o deshechos por la fuerza incontrolable de las máquinas…».
Decir que la justicia social es de izquierdas olvida, para empezar, la labor pionera de Dato, otro político conservador asesinado que queda para el olvido, el gran olvido, aunque tenga una bonita calle en Madrid, no precisamente en barrio obrero. Olvida también el pensamiento social de la Iglesia, que no es poco.
Seguir las palabras de Ayuso tiene estas cosas. Indigna a la izquierda, aunque debería asombrar a la derecha. No sólo nos enseña todo aquello que el PP no es, pese a proclamarlo, es que además parece la voz de un posaznarismo remanente que tiene permitido hacer travesuras a un lado y otro de la Línea Feijóo. A veces son liberales de vallisoletana observancia, otras pseudopopulistas contra la agenda 2030, que en su boca siempre es un poco Agenda 1314. Es todo y es nada Ayuso, una cosa y la contraria, pero en su celebrado jugueteo podemos ir delineando, por oposición y por contraste, lo que debería ser la derecha. Y, por supuesto, debería ser social.