Cuando el miércoles, 7 de enero, por la noche vi al ministro de Asuntos Exteriores en una cadena de televisión respondiendo a las preguntas que le hacían el presentador del programa y algunos de los contertulios presentes en el mismo, no podía creer lo que escuché de tan insigne miembro de este gobierno que ya no sé si lo respalda el PP, el PSOE, o cualquier otro grupo político de vaya usted a saber qué ideología.
No vi, desde luego, la entrevista completa pero llegué a ver –cuando apreté el botón del mando a distancia- la pregunta que en ese momento le hicieron. Se trataba de conocer su opinión, en términos generales, acerca de la actitud del gobierno nacionalseparatista catalán y su deseo de secesión de España.
Pues bien, la respuesta de este ministro del gobierno del señor Rajoy fue, en términos generales, la siguiente:
El gobierno ha actuado con una gran prudencia ante este problema que es, sin duda, complejo. Pero la actitud del señor Mas y su gobierno no puede llegar en ningún momento a buen puerto. En primer lugar porque, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ese gobierno no tiene los apoyos necesarios: a lo sumo podría contar con cuatro votos a favor. Y en la Unión Europea, si Cataluña se independiza de España, quedaría automáticamente excluida de la misma, con una pérdida de su poder económico que llegaría al 25% aproximadamente…
Y, a continuación, siguió perorando por estos derroteros en los que, como vemos, la secesión del nacionalseparatismo catalán, o canario, o vasco, o murciano, o de donde procediera, depende de los apoyos internacionales que se separatismo logre.
Que yo recuerde, el señor ministro –el ilustre ministro de Exteriores español (es un suponer)- no mencionó en ningún momento ni la soberanía nacional, de la que es depositaria única todo el pueblo español; ni la Constitución que esa soberanía nacional aprobó en referéndum; ni los artículos de la Constitución que se refieren, precisamente, a salvaguardar esa soberanía nacional en toda España –misión, por cierto, que tiene encomendada el gobierno de turno-; ni, por supuesto, a recordar a todos los españoles las misiones constitucionales de las Fuerzas Armadas, entre ellas la defensa de la integridad territorial de España, provenga la amenaza de donde provenga.
Todo lo anterior, al parecer, no tiene relevancia alguna frente a lo que dijera la ONU, la otra, o el de más allá. Es decir, según la visión del señor ministro de Exteriores español, el supuesto pueblo soberano de España sería un actor secundario frente a estos o aquellos organismos internacionales que, al parecer, son los que deben tener la última palabra sobre semejante asunto. Complejo, por supuesto, para el señor ministro.
Como es natural, cuando escuché semejante respuesta no recuerdo muy bien la cara que puse, porque no tenía enfrente ningún espejo donde mirarme. Pero estoy seguro de que, como poco, me quedé con la boca abierta durante algunos segundos, sin poder reaccionar frente a semejantes “razones diplomáticas”. Naturalmente, a continuación me indigné.
¿Pero cómo es posible que el ministro de Asuntos Exteriores de España (se supone) trate este tema gravísimo, el primero por resolver en importancia que le incumbe de lleno al gobierno, de esta forma tan frívola y tan lejos de los intereses que afectan al pueblo español mucho antes que a la ONU, a la otra o al de más allá? ¿Es que, a partir de no se sabe cuándo, la ONU, la Unión Europea, la OTAN, o quien sea, van a ser las organizaciones supranacionales que van a decidir si Francia, Gran Bretaña, Italia, España o cualquier otra nación, se balcanizan de acuerdo con los criterios políticos que grupos minoritarios de esas naciones deseen imponer al conjunto de cada una de ellas? Sabíamos que la Constitución, para muchos y desde hace mucho, era papel mojado pero, ¿no es este gobierno del señor Rajoy quien está pidiendo explicaciones a otros grupos políticos sobre el alcance y los objetivos concretos para poder modificarla? ¿En qué quedamos, señor Mrgallo?
Tengo que confesarlo a fuer de ser sincero: es materialmente imposible, desde un punto de vista estrictamente racional, entender a este gobierno y a sus miembros. Quizás esté equivocado, pero su relativismo activo es de tal envergadura que la desmoralización que provoca en cualquier persona y en el conjunto del pueblo español, es casi semejante a la que provocó el Zapatero en sus años negros de gobierno. Casi, salvo en el tema económico en el que, gracias al brutal peso de los impuestos con el que se ha exprimido a las clases medias, parece ser que la economía puede remontar algo el vuelo. Parece ser…
Lo cierto fue que las palabras del ministro de Exteriores sobre el nacionalseparatismo catalán –sobre este gravísimo problema que no ha surgido por generación espontánea en esta peculiar democracia española- fueron no sólo inoportunas sino desconcertantes. Así, por ejemplo, el PNV ya sabe lo que tiene que hacer para lograr la secesión de Vascongadas: conseguir amigos en el Consejo de Seguridad de la ONU para lograr una mayoría que les apoye conque alcanzar su objetivo. Así de fácil y de sencillo. Porque ésta es la simplona idea que quien la escuchara asumió como solución ideal para los separatistas.
Una extraordinaria lección práctica, señor Margallo, para todos aquellos que desean la desaparición de España. Puede ser que la interpretación de su respuesta yo no la entendiera. Lo único que sí quedó claro es que de su boca no salió en ningún momento ni una sola referencia a la soberanía nacional, ni a lo que la Constitución dice sobre la “indisoluble unidad de la nación española”.
Claro que también es posible que el ministro de Exteriores se estuviera refiriendo a otro país. Porque desde hace algún tiempo yo no sé si este gobierno tiene la capacidad necesaria para que sus ministros se dediquen a gobernar en sus áreas respectivas con la decisión y energía necesarias que la triste situación española demanda.
Con el permiso, por supuesto del señor presidente del gobierno, asesorado por ese señor de la inactividad, la pachorra y “el mal menor”.
Pues les puedo asegurar que, bajo estas condiciones filosóficopolíticas, conmigo no van a contar.