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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Oportunidad histórica

18 de julio de 2016

España debe una parte capital de sus problemas al régimen oligárquico surgido de la Transición que instauró una partidocracia en vez de implantar una democracia liberal. Los abusos de poder y la corrupción sufridos han sido el resultado directo de la ausencia de representación de la sociedad civil en el poder y de la inexistencia de controles sobre la clase política. Es esto, y no la especial condición humana de quienes nos han gobernado, lo que ha provocado el desastre nacional, político y económico que vivimos. Constituye casi un axioma de rigor científico que, mientras los ciudadanos no sean los verdaderos jefes de la clase política y no meros comparsas que refrendan sus listas cada cierto tiempo, sin posibilidad de vetar a quienes no conocen o a quienes conocen demasiado bien, no deben esperar que ésta trabaje para ellos.

Al cabo, una constitución o un régimen político está reflejado en las reglas de juego de acceso y control del poder. No es otra cosa una constitución. Y España tiene hoy una oportunidad histórica para cambiar esas reglas de juego que pueden hacer del ciudadano el amo y señor de la acción política. Por primera vez, un pequeño partido con intereses nacionales, y no nacionalistas, está en disposición, actuando de bisagra, de condicionar el programa de gobierno de la legislatura. Por vez primera, un partido que tiene en el frontispicio de su arquitectura la regeneración política puede poner su proyecto de reformas como condición sine qua non para prestar su apoyo decidido a una investidura. Exactamente lo que necesita España.

Ahora bien, para ello es necesario tener las ideas muy claras. Si Ciudadanos, en vez de mostrar titubeos con Rajoy diciendo que en la primera investidura votará «no” y absteniéndose en la segunda, propusiera públicamente tres o cuatro grandes reformas políticas, como la modificación de la ley electoral, la transformación de los mecanismos de selección del Poder judicial, la recuperación de competencias transferidas a las Comunidades Autónomas, etc., y exigiera su implementación como contrapartida a su apoyo a la investidura, pondría en serios apuros tanto al PP, que se vería obligado a aceptar, como al PSOE, que no podría negar su abstención a 169 diputados y un programa de reformas. Y al mismo tiempo, satisfaría las demandas de sus votantes, más conscientes que su cúpula de que los estatutos del partido, lejos de decir que Ciudadanos nace con el objetivo de impedir gobernar a Rajoy, vienen a mantener que su objeto fundacional radica en regenerar el sistema, es decir, las reglas de juego. Aunque dichas reformas se llegasen a pactar con el mismo diablo, serían bienvenidas si son puestas en práctica.

Pero de momento parece que C´s no ha asimilado el calado de sus propias propuestas, quizá porque no ha comprendido todavía la naturaleza íntima del poder. El viejo concepto de la nueva política, que acuña Ortega allá por 1914 en una conferencia ofrecida en el Teatro de la Comedia, no consiste en sustituir a las personas sino en cambiar las reglas de juego. No se trata de confiar en nuevas personas sino de hacer nuevas leyes que desconfíen de todo aquel que disponga de poder político. Claro que para eso es necesario intelectualizar con realismo la condición humana y dejarse de bisoños buenismos.

¿Llegaremos a darnos cuenta del momento histórico en que vivimos?

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