Desde la década de los años sesenta del siglo pasado, como consecuencia del relativismo generalizado, del nihilismo religioso, de la degradación de las costumbres y de la contracultura que asumió la trilogía sexo-drogas-rock, el movimiento homosexual tomó caracteres reivindicativos en el mundo occidental de extraordinaria envergadura. Este movimiento, junto a otros como el pacifismo, el feminismo, etc., los asumió inmediatamente la izquierda internacional como propios tras el mayo francés del 68. Eran movimientos que complementaban, al parecer, la ideología marxista para, de este modo, ampliar así su base electoral y dominar el más amplio espacio político posible.
Marcuse fue explícito en este sentido cuando aseguró, tras el fracaso aparente del mayo francés, que las revoluciones, a partir de aquel momento, se harían no por la fuerza, utilizando las armas, sino a través de una sutil y sagaz mentalización de las masas para lograr fines revolucionarios concretos.
Desde aquellos tiempos hasta hoy el movimiento homosexual fue ganando terreno en campos tan diversos como los medios de comunicación, la política, la economía, la sociología… ¡y hasta en las Fuerzas Armadas! El núcleo de dicho movimiento se convirtió en un auténtico “lobby” de enorme influencia a nivel mundial. Y en España, como no podía ser de otra manera, se abrió paso para constituir una auténtica vanguardia de ese movimiento en Europa, con el apoyo inestimable de toda la izquierda y parte de la derecha de nuestro país.
Para hacer constar que los homosexuales y sus derivados no sólo debían ser reconocidos por los demás seres humanos como lo más natural del mundo, así como que sus “derechos” civiles y políticos tenían que igualarse con los del resto de las personas, inventaron en lo que se denominaba ya hace años en el “primer mundo” su “día del orgullo gay”. En el primer mundo, porque en otros muchos países, comunistas o musulmanes, eran despiadadamente perseguidos e, incluso, ejecutados.
Después de lograr que nadie en ese primer mundo y en parte del restante –como ha sucedido en España desde hace más de 30 años- pusiera en duda que los homosexuales debían ser tratados con absoluto respeto e igualdad de condiciones que el resto de los seres humanos, el famoso “día del orgullo gay” siguió celebrándose porque sus “derechos” no habían sido plenamente conseguidos. ¿Cuáles? Era indispensable, por lo visto, no sólo reconocer la unión de dos homosexuales para que, por ejemplo, en caso de muerte de uno de ellos el otro tuviera las mismas prerrogativas sociales que se pueden dar en una unión matrimonial. No. Eso no era suficiente.
Era indispensable que la unión entre dos homosexuales se llamara también matrimonio, al igual que el establecido hace miles de años entre un hombre y una mujer para conseguir la procreación. Pero, además, como tal matrimonio, la unión entre dos homosexuales logró también que se pudieran adoptar hijos en el ámbito de una familia, en mi opinión, peculiar.
Como es obvio, yo no estoy de acuerdo en la denominación de la unión de dos homosexuales como “matrimonio”. Pero mucho menos en que ese “matrimonio· pueda adoptar hijos sin un padre y una madre perfectamente diferenciados desde un punto de vista simplemente sexual, ni aunque ese padre y esa madre terminen con su unión por medio de la separación o el divorcio. Estamos refiriéndonos a una tercera persona, el niño, que también tiene derechos. Entre ellos el de ser consciente que es hijo de un padre y una madre.
Pues bien, al margen de esta disquisición terminológica –para mí fundamental- y el derecho de los homosexuales a poder adoptar hijos –tema que aún no ha sido analizado con la profundidad que se merece y del que no se tiene constancia de sus resultados a largo plazo-, resulta que los homosexuales y sus derivados continúan celebrando un “día del orgullo gay” que ya sólo ha quedado resumido a la expresión “día del orgullo”. Dándose así a entender que en las sociedades más avanzadas sólo queda una clase de orgullo: la de ser homosexual. Es evidente que el éxito del movimiento homosexual ha sido total y que, quienes no pertenecen a esa clase de personas, o son acusados de ser homófobos o tienen que asumir, sin más, todo aquello que dicho movimiento ha logrado para beneficio exclusivo suyo, que es muchísimo. Tanto que hasta el poder político se ha doblegado ante ese “lobby” homosexual concediéndole todo cuanto ha pedido hasta ahora. Aprovechando, entre otras cosas, los medios públicos de comunicación de masas para conseguirlo.
Vean, si no, lo logrado por los homosexuales y sus derivados durante estos últimos días en Madrid. Que en dos de los edificios públicos más emblemáticos de la capital hayan ondeado dos enormes banderas que representan el movimiento homosexual es no sólo un reconocimiento de los “derechos” más que reconocidos de ese movimiento; es, en mi opinión, una actitud de pleitesía del Ayuntamiento y de la Comunidad Autónoma hacia aquél. Que lo sea de este nuevo Ayuntamiento representante del chavismo venezolano apoyado por un PSOE del que puede esperarse cualquier cosa es lógico, habida cuenta lo que indicó en su momento Marcuse. Lo que ya es mucho más difícil de entender es que el PP de Rajoy, representado en la Comunidad por doña Cristina Cifuentes, se haya prestado a ese juego sucio que no representa a todos los madrileños por lograr un puñado de posibles votantes.
Dicen que este “día del orgullo” en Madrid produce unos ingresos muy importantes en la economía de la capital. Pero, ¿hay alguien que diga que estos días de celebración de ese “orgullo” producen también chabacanería, mal gusto e, incluso, escándalo para infinidad de personas a las que se les impone en la televisión o en la calle, quieran o no, tener que ver o cruzarse con estos “grandes y divertidos” festejos organizados por los homosexuales? ¿Ha habido alguien que haya cuantificado el daño moral que estos festejos del “orgullo” –supuestamente único- produce en miles de jóvenes que acuden a los mismos para “divertirse”? ¿O es que, en el fondo, de lo que se trata es de atraer su atención para que se diviertan y “copien”? Recuerdo muy bien que en algunos libros editados para enseñar “Educación para la Ciudadanía” era éste un tema recurrente: el que, desde niños y adolescentes, se probaran “métodos placenteros” con personas del mismo sexo.
Por ello, no puedo estar más en desacuerdo con esa bandera del “orgullo” colgada en el balcón principal de la Autonomía madrileña en plena Puerta del Sol. Ni todos celebramos ese “orgullo”, ni nos sentimos representados por él, ni formamos parte de ese movimiento homosexual. ¿Por qué se nos ha de obligar a todos los madrileños a rendir pleitesía –simbolizada en esa bandera- a un movimiento del que no formamos parte? Creo, doña Cristina, que el consenso, el diálogo y los nuevos modos de hacer política, no implican obligar a todo el mundo a aceptar unas fiestas del “orgullo” de las que me siento ajeno por completo: Por eso, no creo que sea acertada la colocación de una bandera en un edificio que representa a toda la provincia de Madrid, no a unos miles de personas con tendencias sexuales determinadas y que son una minoría frente a una inmensa mayoría.
Por cierto, conozco a algunas personas homosexuales de diferentes familias que se sienten profundamente avergonzadas de los espectáculos grotescos, horteras y ridículos que se producen en estas fiestas del, supuestamente, único “orgullo” que se celebra hoy en día en nuestro país.
Lo realmente triste y sutilmente inculcado en millones de personas que sólo ven en ese “día del orgullo” diversión y complacencia es sólo eso, la fachada de un movimiento que ha cambiado por completo ideas fundamentales y básicas de la sociedad, cada vez más relativista, cada vez más permisiva, cada vez más amoral, cada vez más acomodaticia… y cada vez con menos sentido de la responsabilidad y la ejemplaridad.