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La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Ortúzar y el PP

26 de febrero de 2022

Como viene siendo habitual en las últimas décadas, el Partido Nacionalista Vasco se ha vuelto a erigir en árbitro de la política española. En medio de la grave crisis por la que atraviesa el Partido Popular, el presidente de la facción araniana, Andoni Ortúzar, ha alzado su voz. «Todos», ha dicho, «necesitamos un PP fuerte para hacer frente al problema de Vox». La frase no puede ser más reveladora, no sólo por ese integrador y, a la vez excluyente, «todos», sino también por considerar al partido de Abascal un «problema». 

La inquietud de Ortúzar es plenamente comprensible. El PNV ha sabido sacar tajada al cortoplacismo de los partidos hegemónicos que se han repartido (…) las instituciones nacionales para entregarlas a las sectas locales

«Todos contra Vox», tal podría ser la síntesis de lo dicho por el vizcaíno que preside el partido antaño bizkaitarra. Un «todos» que incluye, naturalmente, al PSOE, a los secesionistas catalanes, a Unidas Podemos, e incluso, pues don Andoni no ha excluido a nadie, a EH Bildu. Por supuesto, en el «todos» ortuzariano se mantiene el Partido Popular que vive unas horas fratricidas que pueden debilitarlo gravemente, circunstancia indeseada por el presidente del PNV.

La inquietud de Ortúzar es plenamente comprensible. Al cabo, el PNV ha sabido sacar tajada, por decirlo tan suave como carnalmente, al cortoplacismo de los partidos hegemónicos que se han repartido, al coste de ir entregando y, por ende, corrompiendo, las instituciones nacionales para entregarlas, ajustadas a la escala autonómica, a las sectas locales. El Partido Popular ha sido y es, garantía de poder para un PNV que ve cómo se erosiona el suyo en grandes áreas de Euskal Herria en las que serpentea cada vez con mayor vigor EH Bildu. Ejemplo de las ventajas que para el mundo peneuvista tiene un PP «fuerte» fue el acuerdo que estableció con Aznar en 1996 para investir al madrileño como presidente del Gobierno de España. El entreguismo de Aznar fue de tal calibre, que Arzalluz, al regreso a sus predios, manifestó que había conseguido «más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González», palabras que harían sonrojar a cualquier gobernante español cuyo verdadero interés fuera el fortalecimiento de la nación.

El «todos» ortuzariano cobra todo su sentido si se repara en los nombres que la prensa baraja para tomar el timón pepero. Alguien que acaso pudiera llevar al partido del charrán a una gran coalición tan autonomista como europeísta, condiciones estas muy propicias para un PNV que ya comprobó que las precipitaciones -recuerde el lector el plan Ibarreche- no son buenas, y que el camino hacia la secesión, sólo posible dentro de una particular Europa, ofrece excelentes ocasiones para mantener, cupo mediante, unos privilegios a los que nunca se atacó desde Génova 13. Vox está fuera de ese «todos», en el que todos caben, razón por la cual conviene que el PP se mantenga fuerte, o lo que es lo mismo, que embride a un electorado que podría ver con buenos ojos a un partido capaz de hacer frente a las imposiciones lingüísticas impulsadas por determinados barones.

Vox es, en efecto, un problema para una estructura estatal que ha llenado España de barreras internas, de limitaciones y discriminaciones en medio de las cuales medran escogidos miembros de la tribu

Ciertamente, Vox es un problema. Y lo es no por constituir una formación de extrema derecha, indefinida catalogación que, en cualquier caso, resulta chocante cuando se escucha de labios de herederos de Arana, de Pujol o de las camisas pardas que, a imagen y semejanza del modelo de Mussolini, aterrorizaron Cataluña. Vox es, en efecto, un problema para una estructura estatal que ha llenado España de barreras internas, de limitaciones y discriminaciones en medio de las cuales medran escogidos miembros de la tribu. Vox es también un problema en relación a otro denominador común de ese «todos»: un ciego europeísmo capaz de hacer pronunciar a José Manuel García-Margallo -¿acaso un gallo más en el corral?- aquello de que habría que «ceder toneladas gigantescas de soberanía», afirmación que encaja como un guante dentro de los quicios orteguianos a los que «todos» se ajustan en mayor o menor medida, pues para ese «todos», España, entendida como una nación soberana que garantice la igualdad de derechos entre sus ciudadanos, es el problema, y Europa, la Europa de las eurorregiones, es la solución.

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