«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.
Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.

Otra pasta

25 de febrero de 2024

El espectáculo de estos últimos días me reafirma: Ábalos es de otro mundo. La última vez que me lo encontré fue en una peluquería del centro de Madrid donde resulta que ambos nos cortábamos el pelo desde hace mucho. Era la primera vez que coincidíamos fuera del Congreso. Desde el escaño nos habíamos cascado verbalmente más de una vez. Pero soy educado, y le lancé un «hola, José Luis» cuando lo descubrí a mi vera. Me devolvió el saludo. No hablamos mucho más. Pero recuerdo que, mientras el peluquero me rapaba, Ábalos salió tranquilamente a la puerta, en pleno centro de Madrid, a echar un cigarrito. Yo pasaba entonces por una de mis últimas tormentas de mierda. Ya no recuerdo cuál. Iba por Madrid con una gorra a la que llamaba «mi manto de invisibilidad», intentaba pasar desapercibido. Y recuerdo admirarme al ver a ese tipo, que vivía huracanes mierdosos a diario, saliendo a la calle a pecho descubierto, observando al personal y mostrándose sin miedo. Está hecho de otra pasta, pensé. José Luis había demostrado ya una habilidad enorme para escurrirse como una sabandija. Una sabandija de cien kilos. Un virus impidió que nos contara tres o cuatro versiones más de su affaire con Delcy. Primero negó el encuentro. Luego dijo que la saludó sin entrar en el avión. La venezolana no tocó suelo patrio, aseguraba después. Y, al final, resultó que tuvieron su first dates en una sala del aeropuerto. No quiero pensar cómo hubiera evolucionado el tema si no es por el coronavirus.

Ya conocíamos su relación con Koldo. Ese portero de un puticlub, meritocracia socialista, que se convirtió en su sombra y con el que Ábalos recorrió ni más ni menos que once países tras dejar el ministerio. Me admiró durante la pandemia cómo programaba sus visitas los viernes para quedarse el fin de semana en lugares como Canarias o Ibiza. Se paseaban por chiringuitos y hoteles sin pudor mientras el común de los mortales no podíamos salir de casa o de nuestra provincia. Lo dicho, otra pasta. En Canarias llegaron a montar una fiesta y el mismísimo Koldo pagó 1.800 euros de extras del hotel que incluían champán —Moet, claro— y un masaje —no sé si con final feliz—. Todo con billetes de quinientos. Con un par. El PSOE fue durísimo con él: «José se está pasando con los gastos», diría su gerente. Eso fue todo. Koldo era, según Sánchez, un referente político, uno de los gigantes de la militancia en tierras navarras. El presidente llegó a ponerse lírico y le llamó «guerrillero de grandes dimensiones». Así está el PSOE en el norte: echan a Nicolás Redondo, y triunfan Patxi y Koldo.

Yo recuerdo pensar que le hacía mella la realidad cuando vi aquella carcajada desde su escaño. Rota, excesiva, breve y extraña. Ahora el exministro, un Roldán del siglo XXI, vuelve a dar espectáculo. Koldo es «esa persona de la que usted me habla». Y, a pesar de que sabemos que la trama se reunía en su domicilio, niega todo conocimiento del percal. Ya le enseñan la puerta de salida. Intentarán usarle de fusible, de cortafuegos. Y personajes como Marisú, que ahí sigue tras los ERE o los escándalos de la vacunación en Andalucía, se atreven a pedirle que se vaya. Illa, Armengol, Óscar Puente, Torres y Sánchez rezan. Deben estar negociando para que el fusible acepte su destino.

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