Como un auténtico genio hemos de considerar a Mariano Ozores, genio él y vehículo del genio español en su cine «ligero y popular».
Entre otras cosas, Ozores fue el creador que encadenó tres portentos consecutivos: las películas de López Vázquez (años sesenta), el landismo (años setenta) y el dúo Pajares y Esteso (principio de los ochenta).
Ahí está todo.
El esplendor desternillante del landismo quedó resumido en el paseo por la playa de Alfredo Landa (Manolo la Nuit. 1973) ante las suecas extasiadas (la parodia de la parodia sería, años después, el Pepito Piscinas de Fernando Esteso).
Esta triada es fundamental, aunque no se agota aquí la obra de Ozores. No podemos olvidar el impasible Peret de A mí las mujeres ni fu ni fa o el sometido Paco Martínez Soria de El Calzonazos.
A menudo se denomina tardofranquista al cine de Ozores, pero las españoladas fueron más allá del Hecho Biológico. El tardofranquismo, en realidad, se actualiza, revive, y engancha a la vida y a la novedad. Al ser cine popular, Ozores sigue vivo en la década siguiente.
A finales de los 70 hay una cierta crisis en el landismo. Ozores hace películas con Manolo Escobar (Donde hay patrón…, 1978), con Manolo Otero y Bárbara Rey (Cuentos de las sábanas blancas, 1977). Cambia sin encontrarse el antihéroe ozoriniano y el landismo no se termina de enganchar al Destape. Hay un momento incluso reflexivo en el que, por un momento, Ozores vuelve a la seriedad. Sucede en El Apolítico, de ese mismo 1977, con José Luis López Vázquez, que hace de alguien ajeno por completo a la política que debe tomar conciencia ante el advenimiento democrático. Aquí el humor se pierde, la ligereza wilderiana de Ozores se resiente. Aparece el espesor, la densidad coñazo de La Transición. A Mariano Ozores le roza lo progre, el tono inconfundible de esos años. Por fortuna, sin tocarle del todo.
El personaje de López Vázquez, que hace de aburrido contable, se politiza, entendido esto como una actualización, como un reengancharse a la vida, como un despertar incluso erótico del que da fe su esposa, interpretada por Carmen Sevilla, en clásico diálogo sicalíptico:
–Hoy es miércoles y esa mirada es de sábado
–Pero es que a partir de ahora ya no habrá días fijos, ¡será cómo y cuándo nos apetezca!
En ese momento, López Vázquez se acerca a Carmen Sevilla y tras los arrumacos el acto se sublima en la escena siguiente: él introduciendo el voto en la urna.
¿Es la plenitud democrática, por fin?
Pudiera ser, pero cuando sale de votar, una agente de tráfico le está poniendo una multa. Aquí López Vázquez se empieza a desencantar:
–¡No, no es esto!
Genial cita del escarmentado Ortega que se remata con:
–Si lo sé, no voto…
Pero en ese 1977 el landismo, a la vez que entra en crisis, se quintaesencia con dos películas que lo elevan como fuerza y arquetipo literalmente erótico-festivo.
Por un lado, en Celedonio y yo somos así, Landa/Miguel es el dueño de un toro, semental de gran fecundidad. El poder inseminador es del animal, al que Landa, hombre bueno. manso y de pueblo, cuida como forma de vida, como negocio, aunque con mucho cariño. Se abraza con ternura a sus dos cuernos, que expresan un algo mitológico… La fuerza es la de Celedonio.
Pero esa subrogación del eros la vemos ese mismo año en Mayordomo para todo, una recreación marbellí del Don Juan, el papel del play boy Juan Luis Galiardo, que seduce a las suecas pero no ejecuta porque no puede, así que el trance final se lo deja a su criado, Ciutti/Landa, que conserva el vigor erótico y entra en la penumbra a mantener la honrilla del jefe.
Toro Celedonio-Landa-Don Juan, esa transmisión erótica, del campo a la costa además, en el mismo año 1977… El landismo ya ha cumplido su salida del interior al exterior, se hace vehículo de virilidad en su final, transmisor de una energía viva que muy poco después se actualizará, se hará carne, calle pura con Pajares y Esteso.
Su primera película juntos con Mariano Ozores llega al poco tiempo, Los Bingueros, joya inmortal de nuestro cine, y ese mismo 1979, Los Energéticos, cuyo inicio quizás sea la cumbre del ozorismo: la escena del pozo entre Pajares y Esteso que dirime la ancestral disputa entre Mondongos y Bellotos en un diálogo necesitado de subtítulos. La comedia se hace un poco western (recordemos Al Este del Oeste) y la comedia se ríe del cerril guerracivilismo ibérico.
En plena homologación con Europa, Pajares y Esteso siguen dialogando con lo occidental-anglosajón como antes Tony Leblanc; lo hacen, por ejemplo, en Yo Hice a Roque III con la escena de la báscula, la conversión imposible de kilos a libras, anticipo del confuso cálculo futuro del euro que acaba con Pajares pesando 20.000 pesetas.
La colaboración de Ozores con Pajares y Esteso finaliza en 1983, apenas dura un lustro, un año importante porque llega la Ley Miró, pensada para acabar con su cine ligero-popular, el «cine de fontaneros». En el paso del landismo a los bingueros se había manifestado una nueva energía popular. Ozores había dado con algo, una evolución (una continuidad natural del ethos). En 1982, el PSOE llevaba en su programa el cine artístico; acabar con la españolada era un objetivo político. El propio Ozores describió el mecanismo de la ley: encauzaba la industria en un sistema previo de subvenciones que al final dependía del veto de la dirección (que era Pilar Miró).
La españolada fue siendo sustituida por la llamada comedia madrileña y por la comedia de Almodóvar. En la primera (Colomo y Trueba) aun sobrevivió algo de lo popular (aunque popular-sociata) en la figura de Ladoire y sobre todo de Resines, y todo converge en Disparate Nacional (1990), cuando los dos se ponen a las órdenes de Mariano Ozores.
Con la otra comedia, la de Almodóvar, España entraba en la modernidad. El cine español ya no quedaba para los españoles (que esto es la españolada, en definición de Jerónimo Molina: «El gusto de los españoles por entretenerse haciendo de españoles») y triunfaba en los festivales dando lugar a un encasillamiento que, con los años, muchos años, acabaría en otra forma de españolez.
En Almodóvar aparece Chus Lampreave, continuación de otra manera de la ozoriniana Rafaela Aparicio, que siempre hacía de chacha o madre o incluso suegra, perpetua en el hogar como voz de la experiencia, la costumbre y la conciencia familiar.
Pese a los intentos de la Ley Miró, en los años siguientes las comedias ochenteras de Ozores, que llegaron a tocar la parodia geopolítica en ¡Qué tía la CIA! (1985), fueron casi tan vistas como las de Almodóvar.
La llamada españolada tardofranquista siguió viva mucho después del franquismo. Primero en el dúo Pajares-Esteso, luego en el posterior cine de Ozores que toma forma, cargado de años ya, en nueva pareja, el dúo de Antonio Ozores y Juanito Navarro.
El orteguiano «No, no era eso» de López Vázquez se convierte en el¡No hija, no! (1987) patriarcal y cómica muestra de reprobación de un Antonio Ozores refugiado en el papel de político conservador.
Habrá quien diga que el Perú se jodió en 1983, pero el final llegó en 1993 cuando TVE le retira a Mariano Ozores la serie El Sexólogo. Izquierda Unida la considera «zafia y machista, dirigida a una audiencia inculta».
Luis García Berlanga, que salió en defensa de Ozores, consideró la retirada un ejemplo de macartismo.
En ¡Que vienen los socialistas! (1982), con el triunfo electoral en ciernes, Ozores había contado la llegada del PSOE con una escena homenaje a Bienvenido, Míster Marshall. Los habitantes de un pueblo o ciudad provincial salen a la calle a la espera de Felipe González, pero la comitiva, cargada de promesas y futuro, pasa de largo. Un diálogo ahí:
Luis Escobar: «Esto lo he visto yo en una película de Berlanga».
Antonio Ozores: «No sé, yo es que no veo películas extranjeras».
Como alguien (me perdone) dijo en Internet: gracias, Mariano Ozores, por haber hecho reír a mis padres. Lo que en ellos fue risa, será sonrisa en mí.