Pablo Iglesias ha heredado un apellido ilustre y un nombre santificado por aquel Saulo que se cayó del caballo camino de Damasco, y representa la fe y el afán de justicia. Julio Iglesias une la gloria de su padre a una reverenciada filipina de altos vuelos, ejemplo de elegancia y de sabiduría, y representa el glamour y el éxito.
¿Quién de los dos encarna mejor a la España que ha de helarnos el corazón? Pues ambos a la par. Todos los defectos y virtudes hispánicas están apoderados por el mismo apellido: Iglesias. Pero las iglesias no son todas iguales: las hay románicas y barrocas, humildes y ostentosas. A Julio Iglesias le correspondería mejor una Capilla Sixtina y, en cambio, Pablo se encontraría más a gusto en la sacristía de algún pueblo. Esto explica el hecho de que ambos sean completamente opuestos en todo y que Julio Iglesias sea imagen de la ostentación y Pablo Iglesias, en cambio, sintonice mejor con la naturalidad.
La España del momento actual va desde los pisos de seis millones de euros a las barracas sin techo. Ni estamos por perpetuar la corrupción ni por lanzarnos al suicidio colectivo. Julio Iglesias tiene muchas admiradoras en el barrio de Salamanca pero no son menos los admiradores que aúna Pablo Iglesias en las calles de Vallecas.
Pablo Iglesias critica a la absurda casta de manipuladores y trinqueros que se escudan en la derecha, y tiene toda la razón. Julio Iglesias vive en Miami rodeado de cubanos que huyeron de la atormentada isla de las Antillasa la que el desdichado Pablo Iglesias se acoge como modelo, siendo en la actualidad el país menos democrático del mundo, junto con Corea del Norte. Y carece de toda la razón.
¿A quién hay que votar entre estos dos paladines ensimismados en la supervivencia de sus privilegios, los unos, y de sus ideologías, los otros? ¡A ninguno de los dos, naturalmente! Ambos nos llevan a helarnos el corazón o por corruptos o por ingenuos.
El Partido Popular ha perdido su mejor oportunidad política al no haber realizado ninguna de las grandes reformas administrativas y estructurales que debería haber abordado desde el minuto cero de su llegada al poder. Lejos de rectificar la senda de la destrucción de la clase media, se cebó contra ella con recortes e impuestos que la han desarbolado: sin embargo, esos eran sus votantes más fervorosos ¿Qué esperan ahora, que se corrija ese error con una sonrisa complaciente con el caramelo-zanahoria de una bajada de impuestos? Necio sería esperarlo.
Por otro lado, Pablo no tiene otra solución que la utopía, utopía que se intentó con el anarquismo de finales del siglo XIX y que llegó hasta nuestra Guerra Civil chocando desdichadamente contra las paredes de la realidad, que acabaron convirtiéndose en las paredes de los cementerios. A nada bueno puede llevarnos una España así pues los españoles actuales estamos hartos de lo uno y de lo otro.
Quizá, lo mejor que haya escrito Julio Iglesias fue su canción “Volver a empezar”. En esta etapa, ya con el nuevo rey Felipe VI, hay que enderezar el rumbo y hacer que ambos, el sistema y el antisistema caigan por su propio peso. Ni estamos por perpetuar la corrupción ni por lanzarnos al suicidio de la puerilidad revolucionaria. Ni es hora de banderas republicanas ni de retornos al pasado, sino de abandonar el “Cara al sol” al mismo tiempo que “La Internacional”
Quizá las dos Españas deban hablar mucho, deban recuperar espacios intermedios, centrados, renovadores e inteligentes y así evitaremos el “Hey…. Hitler” de Julio Iglesias y el “Arriba parias de la tierra” que cada uno canta por su lado. Las dos Españas son por lo menos tres, la de quienes no estamos ni con unos ni con otros y, sin embargo, queremos cambiar de rumbo a mitad de camino de los dos. Tomar los modelos actuales sería empezar a carecer de toda la razón. Si algo nos ha enseñado la decadencia de nuestra democracia es que mejorar las ruinas es más costoso que levantar un edificio nuevo en el que tengamos cabida los que ahora dudamos en ir a las urnas. ¿Para qué? ¿Para que se nos hiele el corazón en el 2015?