«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

Paiporta – Palisades

16 de enero de 2025

Es difícil seguir desde España la evolución de los incendios en el área de Los Ángeles sin un sentimiento de déjà vu y una melancólica constatación de que España no es diferente. Igual que en el caso de la riada mortal en Valencia, estamos ante una catástrofe natural magnificada por una negligencia criminal por parte de las autoridades, marcada por las maniobras políticas más repulsivas para echarse el muerto unos a otros y agravada por el suicida ecologismo dogmático del cambio climático.

«Creo que se trata de una situación bastante clara», ha denunciado recientemente el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. «Nunca veremos un ejemplo más claro de la incompetencia total y la capacidad destructiva de un gobierno de izquierdas que el que estamos viendo en los incendios de Los Ángeles esta noche». Desde España, me permito discrepar: la diferencia con lo que se ha vivido en Valencia no es apreciable.

La alcaldesa de Los Ángeles estaba en un cóctel en la lejana Ghana mientras el fuego consumía las mansiones de Pacific Palisades, cerca de la ciudad, a pesar de su promesa electoral de no hacer viajes durante su mandato, menos aún al extranjero. De hecho, se fue a Ghana, a la inauguración de la nueva presidente ghanesa, después de conocerse una alerta de probables incendios.

Los angelenos se preguntan por qué el embalse de Palisades estaba vacío o por qué no había agua en las bocas de incendio. Y el famoso ecologista reconvertido Bjorn Lomborg acusa directamente de la catástrofe a la ausencia de quemas controladas de maleza, abundante después de una temporada inusual de lluvias. ¿Les suena todo esto?

«Si hiciéramos quemas controladas, podríamos, en unos pocos años, reducir drásticamente el riesgo de incendios y, de hecho, lograr que la vida de las personas volviera a la normalidad, casi a la normalidad», ha declarado Lomborg, que podría estar hablando de España y de la limpieza de las cuencas.

En los Estados Unidos lo llaman ya «la tormenta perfecta», porque todos los males de una administración progresista parecieron aliarse para convertir una catástrofe natural, frecuente e inevitable, en una tragedia de dimensiones apocalípticas.

Y, como guinda del pastel, la izquierda ha echado la culpa a Trump. Porque Trump es un «negacionista» del cambio climático y ha expresado su voluntad de ignorar los Acuerdos de París y ausentarse de esos saraos internacionales llamados «cumbres climáticas».

Porque el verdadero culpable es, como habrán imaginado, las brujas. Me refiero, naturalmente, a ese malvado omnipresente y universal, responsable de cuantos males puedan abatirse sobre nosotros.

De los muchos usos del cambio climático se ha hablado por extenso, de su virtud de hacer de los políticos superhéroes en lucha contra un mal planetario, de su facultad para justificar el empobrecimiento de la población, un control asfixiante de nuestras vidas y un recorte drástico de libertades. Pero quizá se ha pasado por alto un aspecto crucial, un rasgo que hace de este coco universal una bendición para la clase política: su carácter de excusa para la negligencia más absoluta.

¿Para qué voy a prevenir, si después llega el cambio climático y lo desbarata todo? ¿Acaso soy yo, que sólo gobierno una ciudad o un estado, responsable de todo el clima mundial? Yo ya hago mi parte prohibiéndote que entres en la ciudad con tu viejo coche de gasolina o subiendo el IVA a la carne. ¿No debería ser yo el que te responsabilizase a ti, que sigues duchándote a diario y poniendo la calefacción en enero como un verdadero criminal?

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