«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Pasión y muerte

18 de abril de 2025

A las seis de la tarde suenan las campanas de la capilla cuando la Piedad aparece en el Baratillo portando al hijo de Dios en brazos. Silencio de Maestranza y nazarenos de sarga azulísima avanzan dejando un surco, apenas perceptible, con el albero del coso que Morante enfrentará para vencer a sus demonios el Domingo de Resurrección. La calle Adriano (uno de los tres emperadores que la Hispania romana aportó al imperio) abarrotada, el cielo panza de burra y las nubes a velocidad primaveral, pesadilla de meteorólogos, el viento rizando la tarde, un gran viento que sobre las cabezas pasa su mano, roza las frentes unidas y las reconforta, como escribió Aleixandre.  

Frente a la capilla se asoman en un balcón un expresidente del Gobierno, un exconsejero de Prisa y una aristócrata, sanedrín laico, estampa de cualquier palco de cualquier Semana Santa de los últimos cuarenta años. Mercaderes, mejor así, fuera del templo. Algunos rayos de sol se filtran en el barrio del Arenal y el político los aprovecha para ocultarse tras unas gafas de sol. Rumor y algarabía juvenil al paso de las plumas de los cascos de la banda de música. Suena la marcha real. Turistas que preguntan, japonesas que no entienden lo que ocurre, móviles que graban y ojos que, por inmortalizar la escena, pierden para siempre la fugacidad del momento.

Pasa la cofradía y los chiquillos se arremolinan en la confitería centenaria que hace esquina. Vuelan las palmeras de huevo y chocolate, huele a café y pestiños, hay dulces con cabello de ángel y torrijas versionadas de mil maneras. Después esos niños juegan con las estampitas de las hermandades y las bolas de cera que forman con la que derraman los cirios de los nazarenos.

El Jueves Santo amanece con llovizna y sorprende tempranísimo al misterio de Jesús ante Caifás, que vuelve a su templo en el arrabal de Triana tras varios días resguardado en la catedral. La tormenta es fugaz pero suficiente, costaleros y mujeres de mantilla contienen la respiración en la soledad del vestidor. Luego ellas, radiantes, se retratan con sus afortunados ante la iglesia del Salvador, mejor si es junto a la estatua de Martínez Montañés. El día se abre.

Antes de la misa de los santos oficios los mayores cuentan a los nietos que antiguamente, cuando no había ni televisión, en la radio sólo emitían música clásica, casi siempre el réquiem de Mozart, los bares, cines y teatros cerraban, España entera estaba de luto hasta que finalizaba el triduo pascual. Hoy en la radio la Conferencia Episcopal pide que marquemos la X en la declaración de la renta para dar casas a inmigrantes.

De pronto llega la madrugada y el Nazareno carga la cruz camino del Calvario. En San Lorenzo Jesús del Gran Poder desafía a las sombras. A pocos kilómetros de allí, en la puerta norte de entrada a la ciudad, Poncio Pilatos se lava las manos ante una multitud que le pide que suelte a Barrabás. Jesús es sentenciado y su madre, Esperanza Macarena, llora en singular belleza, a la espera de que Cristo muera a la hora nona, a las tres de la tarde. Después el muñidor de la Sagrada Mortaja, con la calle a oscuras, anuncia el cortejo fúnebre de Cristo acompañado de los 18 ciriales en representación de los que asistieron al santo entierro.

Es Viernes Santo y demasiados cristianos en todo el mundo serán pasados a cuchillo por celebrar su fe. En algunos lugares de occidente esto también comienza a suceder. Sin embargo, aquí las cruces no las derriban, que antes las entregamos nosotros. Judas no desaprovecha la ocasión para traicionar a los suyos por unas monedas de plata. La religión más perseguida del mundo apenas encuentra espacio en los medios de comunicación. Es imposible no recordar el evangelio de San Mateo cuando Jesús, antes de expirar, grita: «Elí, Elí, lama sabactani?«, es decir, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Pero nada está perdido. Los hombres, el poder terrenal, matan a Cristo, pero Él ya ha ganado. El número de católicos crece hasta en Inglaterra y la sangre de mártires derramada es semilla de nuevas vocaciones, como los 51 mártires de Barbastro que entregaron su vida sin abjurar de su fe. Ellos son.

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