Después de varias décadas, el concepto ‘patria’ ha vuelto a la primera línea de la escena política. Esta es una de las pocas novedades interesantes que ha dejado la última campaña electoral. Lo sorprendente (por decirlo de alguna manera) es que el concepto ‘patria’ como bandera de enganche viene de la mano de la nueva izquierda radical. La palabra patria se ha pronunciado en estas últimas semanas con acento hispanoamericano, al estilo de Ernesto Laclau.
La jerarquía de Podemos parte de la base de que el patriotismo es un agregador para la derecha. Esta nueva intelligentsia quiere enmendar el error histórico de la izquierda española de renunciar a la idea de España y entregársela en exclusiva al enemigo.
Podemos está intentando construir una maquinaria de asalto sobre la idea del “patriotismo ciudadano” para disputar a la derecha el discurso dominante sobre España. La “patria es la gente”, dijo Iglesias en el congreso fundacional de Podemos de Vistalegre. La patria son los derechos sociales. La patria es la sanidad. La patria son los jubilados. “La patria eres tú” nos sorprendía un video al inicio de campaña, a mitad de camino entre coplilla de Becquer y jingle de los 40 Principales. En estas elecciones los podemitas han montado un circo para que les crecieran los enanos. Pablo e Íñigo no paraban de hacer cabriolas alrededor de la palabra patria como bufones que buscan cautivar al auditorio. «La nuestra es una candidatura patriótica», decía Errejón en El Hormiguero ante dos hormigas de trapo que le miraban con ojos alucinados. “Ser patriota es hacer políticas para conjunto de la ciudadanía que una minoría ha traicionado” decía pocos días después en Los Desayunos de TVE. Equilibrios léxicos alrededor de los significantes vacíos. De la plazapública a los platós de televisión. De la Plaza del Sol al Circo del Sol.
Íñigo y Pablo llevaron de gira por todo el país una Stravaganza política a base de flautistas de Hamelín, perros verdes y ruedas de molino. El problema es que ese discurso de laboratorio post-marxista choca con la terca realidad española. Y aquí es donde los trucos de mano se convertían en acrobacias. “Decimos que somos patriotas y que Unidos Podemos es una candidatura patriótica y a un tiempo plurinacional”, decía Iglesias tratando de implantar en los campos de Soria una fórmula que funciona en los Andes. “Somos los que defendemos la soberanía nacional” proclamaba Errejón lanzando los malabares al fondo de la pista. “Respetaré los derechos nacionales de Cataluña”, afirmaba Iglesias mientras recogía los malabares sin caer del monociclo.
Y cuando parecía que los magos morados no podían sacar más conejos transgénicos de su chistera, llegó el Brexit. Y el Circo del Sol se oscureció como un eclipse andino. El público enmudeció de golpe. El show debía continuar, pero en la pista central los zancudos y los cuentacuentos se miraban sin saber qué hacer. Gran Bretaña daba a la Eurocracia una sonora bofetada. Los británicos optaban por defender su identidad y su soberanía nacional frente a Bruselas. Los obreros, los desempleados y los perdedores de la globalización daban la espalda al socialismo de Corbyn y apoyaban al UKIP en su pulso contra las élites.
Luego llegó el recuento del 26-J. Las sorpresas y las decepciones. En la calle Génova la multitud gritaba “yo soy español, español, español” mientras decenas de banderas rojigualdas se agitaban en el aire. Las hordas de la extrema izquierda no pudieron aguantar ese espectáculo y vomitaron su furia en las redes sociales contra los “putos viejos fachas”. Una reacción espontánea que evidencia la brecha que existe entre la cúpula de Podemos (los de arriba) y su electorado natural (los de abajo). “Para nosotros el sentido de patria es fundamentalmente cuidar de nuestra gente, proteger a quienes más se han esforzado en los años más duros”, había dicho al inicio de la campaña Errejón, director de la estrategia de Podemos. Pero sus bases no pudieron frenar su instinto natural y cargaron con rabia contra nuestros mayores al primer contratiempo. Mientras que el 1% de intelectuales orgánicos hiper-ideologizados se esfuerza por articular un discurso hegemónico sobre el concepto de patria, el 99% de la izquierda radical vuelve a las andadas de identificar los mitos y símbolos de España con el franquismo.
Los ideólogos de Podemos aciertan al identificar la patria (la nación) como un concepto ganador, ya que que es altamente transversal. No entiende de ideologías, ni clases sociales, sino que apela a los sentidos elementales de identidad y pertenencia. Además, demuestran una gran inteligencia política al asociar el concepto patria con el de soberanía. Iglesias y los suyos afirman que“España no se vende” y denuncian que quienes lucen la banderita española venden la soberanía a Bruselas. Sin embargo, su proyecto no acaba de cuajar porque le falta algo esencial en política: la credibilidad.
La izquierda española tiene un origen internacionalista y lleva dos siglos de lucha abierta contra la idea de nación, bajo la acusación de que es una invención burguesa para ahogar la lucha de clases. Por eso, ver ahora a Pablo Iglesias envolverse en la rojigualda produce un efecto en la retina similar al de una mona vestida de seda. Incluso para los suyos. Sobre todo para los suyos. Por eso, la Academia radical va a tener que trabajar muy duro para poder bolivarianizar los espíritus de la izquierda sociológica.
Sin embargo, el camino que ha elegido Podemos es muy interesante en unos tiempos en los que la globalización está seriamente cuestionada, el multiculturalismo ha fracasado y el modelo de Europa como Estado Único genera fuertes resistencias en muchos países. En España, la derecha oficial no está bien pertrechada ideológicamente para afrontar los nuevos desafíos. Permanece encastillada en el concepto mercantiloide de la “marca España” y abonada al entreguismo de “Más Europa” para superar sus complejos. Por eso, es posible que en un futuro cercano se abra espacio para un proyecto alternativo que busque recuperar la soberanía económica y política como paso necesario para protección de los intereses de la mayoría.
El discurso nacional-popular de Podemos puede tener el efecto beneficioso de despertar el concepto dormido de soberanía y volver a poner la temática de la patria en el centro del tablero político. Sin embargo, es dudoso que los españoles les vean como el mejor vehículo para articular la legítima aspiración de controlar nuestro propio destino colectivo. Reivindicar la soberanía nacional frente a Bruselas para luego ponerla en duda internamente puede saber a poco a amplios sectores de la población. UPyD abrió una brecha en el bipartidismo, pero fueron Podemos y Ciudadanos quienes acabaron entrando por ella. De igual forma, los podemitas pueden ser los butroneros del consenso europeísta para que sean otros los que puedan ganar visibilidad. No hay que perder de vista que allí donde fracasa el socialismo patriótico puede arraigar el patriotismo social.