Seguro que usted conoce, melófilo lector, la celebérrima Entrada de los gladiadores del compositor checo Julius Fucik, esa marcha antecesora de los peplums que acabó convirtiéndose en la musiquilla que acompaña a los payasos cuando hacen su entrada en la pista del circo. Si no la conoce, permítame que, ya que la tiene usted a un toque de ratón, la escuche al menos durante unos momentos para conseguir la ambientación musical adecuada para estos párrafos que está usted comenzando.
Ya que hoy nos hemos levantado filarmónicos, continuemos con Giacomo Puccini, que, por aquellas mismas décadas iniciales del siglo XX, declaró su deseo de «abolir el Parlamento y los diputados, hasta tal punto me aburren esos incansables charlatanes».
Abandonemos los dominios de Euterpe y, antes de centrarnos en esos charlatanes españoles que ahora necesitan pinganillo para aumentar las carcajadas del respetable, recordemos a los charlatanes yugoslavos de hace muy poco. Porque en los ochenta, cuando todavía faltaban algunos años para que su país naufragase en sangre, los delegados de la Liga Comunista Yugoslava, partido único que gobernaba desde 1945, comenzaron a reclamar una traducción simultánea que hasta entonces no habían necesitado. Los nubarrones estaban acumulándose. Y en la conferencia de Dayton, que puso fin en 1995 a la guerra contra la Serbia de Milosevic, los anfitriones norteamericanos se encontraron ante el sorprendente espectáculo de unos delegados bosnios, serbios y croatas exigiendo unos pinganillos que, sin embargo, no necesitaban para charlar por los pasillos o tomar un café.
Según se informa, la presidente madrileña abandonó la reunión confederal, adornada con más banderitas que la ONU, por el mismo motivo. Respetable gesto de dignidad, sin duda, si no fuera por la incoherencia de que sus compañeros de partido rinden idéntica pleitesía a las lenguas propias —la española es impropia— para demostrar con su uso litúrgico la adhesión a la gran payasada autonosúyica consagrada en la Constitución. A lo que habría que añadir el apoyo de su partido a los pinganillos senatoriales y al acorralamiento a la lengua nacional que sus gobernantes regionales ejercen sin distinción alguna de sus modelos separatistas. Porque el plurilingüismo que éstos exigen al Estado no les ha impedido implantar el monolingüismo en sus regiones, y a esto también se ha apuntado el Partido Popular. La Galicia de Núñez Feijoo puede dar testimonio de ello.
Si a Díaz Ayuso la payasada lingüística le molesta, tendrá que constatar que su partido es tan responsable de ella como la izquierda y los separatistas. Todos ellos son los constructores y beneficiarios del circo de múltiples pistas que, por cierto, esta misma semana ha permitido la no menor payasada del enfrentamiento de las selecciones española y vasca de pelota en un partido internacional. Ganó España, por cierto. ¡Jaungoikoa nos proteja! España se disuelve cada día un poco más ante la indiferente mirada de la gran mayoría de los españoles, de izquierdas y derechas, que llevan décadas eligiendo, votando, posibilitando, aplaudiendo y promoviendo su disolución.
A algunos raros nos disgustaba la perspectiva cuando todavía conservábamos en nuestros corazones un rinconcito dedicado al apego a la patria. En el caso del que suscribe, ese rinconcito hace tiempo que dejó de existir. Si una inmensa mayoría de españoles desean —o al menos les importa un bledo— que España desaparezca, no se puede hacer nada, del mismo modo que no se puede detener la rotación de la Tierra empujando contra un muro. Así que lo único que nos queda es reírnos de las continuas payasadas con las que nos entretienen nuestros próceres aunque sus desagradables consecuencias acaben afectándonos a todos, incluidos los que nunca hayamos participado en ellas.
Y como decía Bugs Bunny, «¡No se vayan todavía! ¡Aún hay más!».