«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Pedro Sánchez, el peronista español

11 de febrero de 2024

Cuando un español escucha que los parecidos entre su país y la Argentina son cada vez mayores, se asombra y, un poquito, se disgusta porque piensa en la historia y se reconoce como «la madre patria», como parte de un antepasado cultural que brinda sustento, como proveedor de aquellas tradiciones de las que puede hacer gala la joven nación sudamericana. Pero hoy la declinación moral, ojalá transitoria, de su clase dirigente marca paralelos inocultables entre ambos estados.

El bipartidismo entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP) está fielmente representado en la Argentina actual en los partidos Peronista y Propuesta Republicana (PRO, la formación de Mauricio Macri).  

Tanto el PSOE como el peronismo han ejercido y expandido su influencia a partir de la noción de amigo-enemigo, ese principio acuñado por Carl Schmitt como eje central del juego político y que consiste en un mecanismo de acumulación de poder a partir de la división y el enfrentamiento de la población donde «nosotros» somos los buenos y «ellos», los malos.

Pedro Sánchez marca el abismo con «la ultraderecha», mientras que el peronismo alentó la dicotomía entre «oligarquía» (los perversos que poseen dinero y se aprovechan del asalariado) y el «pueblo», una masa numerosa que, por pobre y escasamente educada, es noble y valiosa. Las palabras se fueron actualizando pero la significación sigue siendo la misma y en ese clavo machacan para profundizar la grieta: una colisión irreconciliable de intereses entre ambos «bandos», lo cual es una completa falacia. Las personas no son buenas o malas por su situación económica sino por su construcción ética y ahí radica el pecado original del peronismo.

También apelan ambos al famoso «miente, miente, miente que algo quedará». «En democracia —decía el presidente del Gobierno español— la protesta no se reprime ni se amordaza»; sin embargo, el masivo tractorazo que se lleva adelante por estos días en todas las rutas españolas se está reprimiendo e intentando evitar que se escuche el mensaje de los productores; no iba a haber indulto y hubo indulto; no iba a haber amnistía y desde hace unos meses empuja la obtención de una ley de amnistía inmoral e ilegal, y no iba a incluirse el terrorismo de los hechos ocurridos en Cataluña y ahora mismo esa cuestión está en el centro del debate. Miente Sánchez como ha mentido el peronismo a lo largo de su historia. En ambos casos, la mentira no es una herramienta sino una manera de gobernar.

El peronismo también enfrentó una gigantesca manifestación del sector agropecuario a principio de su mandato y, a partir de entonces, la relación fue tensa y distante.

Tanto el PSOE como el peronismo referencian a la Constitución nacional y no se cansan de ignorarla y de forzarla. Pisotean las tradiciones y su sentir patriótico se limita a la versión acotada de sus imaginarias epopeyas. Son miradas sectarias y mezquinas, y la incompetencia es su forma de administración del estado.

Últimamente Pedro Sánchez ha generado una nueva grieta y un nuevo destrato para señalar a aquellos que no piensan como él con el uso del término «fachosfera«. Es su modo de descalificar las voces opositoras. El peronismo le decía «cipayos» a sus adversarios. Emplean el lenguaje para la demonización del otro como forma de gobierno y así se disuelven las posibilidades de entendimiento en el disenso.

Una sociedad sana se construye andando el camino inverso, compartiendo propuestas, tolerando las diferencias y persiguiendo objetivos que se eleven sobre ella y que incluyan a todos.

Se acaba de conocer la cifra de 138 millones que el señor Sánchez gasta de los dineros públicos en propaganda y con ese despilfarro se ha convertido en el mayor anunciante de los medios de comunicación de España. El kirchnerismo tuvo la misma debilidad. Juan Domingo Perón se fue apropiando de los medios que pudo y hasta cerró La Prensa, el diario más antiguo del país que nunca se inclinó a ponderar las prácticas peronistas.

Mientras tanto, el Partido Popular y el PRO argentino también guardan interesantes semejanzas. Ambos son tibios y sinuosos. En la Argentina se dice «ponen la luz de guiño a la derecha y luego giran a la izquierda». Quieren cambios pero no tantos ni profundos, soslayan la confrontación directa y, en nombre de la cautela y la concordia, pero con esa dualidad permanente que practican, terminan colaborando con las izquierdas populistas.

La falta de convicciones es un defecto de las derechas cobardes que no merecen el calificativo de «derechas». La actualidad requiere de una derecha plena y firme que no encarnan ni el macrismo en la Argentina ni los populares en España.

Estos cuatro perfiles, sanchismo, peronismo, populares y macristas, aún con matices, han provocado una enorme erosión del sistema político en sus respectivos países. Las medidas de izquierdas de unos y la indefinición de los otros más el populismo light de todos ellos alimentaron la desconfianza de las sociedades por la acción política como mecanismo de organización social. Y ese es un sendero peligroso porque abre paso a los justicieros y salvadores que, con discursos antisistema, halagan el oído de una población moralmente debilitada y políticamente descreída.

El problema no es la política. El problema son los políticos que, como Pedro Sánchez, Carlos Menem o Néstor Kirchner, se aprovechan de los mecanismos virtuosos del sistema para concretar sus proyectos de poder personales. La salida a las crisis de representatividad no es el anarquismo ni la destrucción sino todo lo contrario, la reconstrucción de la confianza mediante el fortalecimiento de las instituciones para que ellas obren de marco y de límite.

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