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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El peligro de la mentira pública

29 de abril de 2015

Advierte Benjamin Constant en sus Principios de política aplicables a todos los gobiernos de que la mentira es el mayor peligro que amenaza a la vida pública. Y avisa del tremendo error que supone, a la hora de constituir un nuevo régimen, que éste pueda llegar a ser sostenido por la falta de libertad y de respeto a la verdad, cuestiones éstas distintas aparentemente e iguales esencialmente. Respecto a lo que convendría inferir que debemos disponer de libertad incluso para errar, pues del yerro se aprende. De la mentira no.

Si algo resulta patético de la Transición española no es lo que fue, sino lo que representa. El vaho de las mentiras que se vierten sobre ella, lejos de dignificarla, empaña su virtud y su hedor contamina la atmósfera sobre la que debe edificarse su reforma, el nuevo régimen, la segunda Transición. Y en todo cuerpo contaminado, el germen de la corrupción política se convierte en hegemónico. 

Argumentar que en el albor de la vigencia de la Constitución del 78 no se disponía de información suficiente para saber qué resultados podían obtenerse de las reglas de juego aprobadas –¿Qué es una Constitución sino la forma en que se consiente y regula el poder?- pudo ser una excusa si nos proponemos, como amnésicos practicantes, olvidar el papel que juega el conocimiento de la Historia y del Derecho comparado. Pero hoy hay algo más en juego que el prestigio de los “padres fundadores”. Las nuevas generaciones de españoles necesitan saber que la Constitución española portaba un germen letal que hoy, aunque evidente para una minoría cultivada, resulta todavía inaccesible para la gran mayoría, que demanda ingenuamente cambios de partidos sin preocuparse del régimen de poder que los sostiene. Ese germen es el de la partidocracia, o para ser más técnicos, el de la oligarquía de partidos.

Si en España el índice de corrupción política es tan exageradamente alto, no es debido a nuestra condición antropológica, ni a que el punto de fuga del panorama nacional esté puesto en África, como sugería Unamuno. Tampoco debemos esperar la conversión protestante de nuestras almas, como habría apuntado Weber, o a los efectos tardíos de varias décadas de verdadera instrucción pública, al estilo de lo que Condorcet postuló. 

Si casi todo aquel que ha dispuesto de poder ha abusado de su situación de privilegio –se sepa ya o no-, es, sencillamente, porque ello ha sido posible, porque un sistema que no establece controles al poderoso, que no lo mira con el reojo de la desconfianza, promueve y promoverá la patología de la corrupción que desarrolla el germen letal de la partidocracia. 

Sin la lección de transparencia que exige difundir cuáles fueron los errores cometidos, los ciudadanos no podrán saber que la única solución para el rescate de su cautiva libertad política radica en la modificación de la ley electoral para instaurar el diputado de distrito con revocatoria de mandato y la separación en origen del poder ejecutivo, legislativo y judicial.

@lorenzoabadia     

 

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