El Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional adelantó a ayer por la tarde la excarcelación de otros quince presos, trece de los cuales son de ETA y uno de los Grapo, en cumplimiento de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo. No por previsible resulta este proceder menos doloroso para las víctimas, y también para los que presencian estupefactos la velocidad con que los excelentísimos magistrados se quitan de encima este engorroso trámite, que cada día hace más vehemente la sospecha de que estamos ante una negociación entre el Estado y los asesinos.
A muchos puede parecerles que, en el fondo, sería aceptable negociar si finalmente la banda abandonase la violencia, pues novecientos cadáveres serían más que suficientes para justificar que una sociedad acobardada aceptase que el Estado participe de la misma cobardía. Pero lo que esto significa es que a los criminales les habría compensado matar si, al final, pueden utilizar la sangre derramada como moneda de cambio. Y, por lo que afecta al Estado, significa que habría renunciado a su deber primordial de cumplir y hacer cumplir la ley, para sustituirlo por la misma lógica de los criminales, según la cual el fin justifica los medios, y todo el problema residiría en cómo presentar la claudicación como una victoria.
El discurso oficial –eso que ahora se llama con lenguaje cursi el “relato”– nos repite que la banda ETA ha sido derrotada. Pero los hechos no corroboran este optimismo: la banda continúa sin entregar armas ni explosivos, y su amenaza tácita permanece; sigue sin colaborar con la justicia en los más de trescientos asesinatos pendientes de esclarecer, cuya investigación parece definitivamente abandonada; los asesinos que aceptan pedir perdón a sus víctimas exigen el trato recíproco por parte de éstas para pasar página “sin vencedores ni vencidos”, como si nunca hubiera padecido nadie en España el flagelo terrorista; y, en consecuencia, reclaman la misma respetabilidad que los que han visto sus vidas destrozadas por la vesania homicida. En estas condiciones no se puede decir, sin caer en la ignominia, que la banda ETA ha sido derrotada
Después de decenios de leyes benevolentes que siempre dejaron una rendija para la negociación; después de la legalización del brazo político de la banda tras la farsa de unas listas plagadas de amigos de los terroristas; después de la pantomima de la huelga de hambre de De Juana Chaos o la excarcelación del presunto moribundo Bolinaga hace más de un año… Después de todo esto, ¿cómo aceptar el “relato” de la derrota de una ETA que aparece por los pueblos vascos como ganadora, mientras las víctimas se reconocen vencidas y traicionadas?