Los dos agentes entraron de nuevo en la sala de interrogatorios y dejaron sobre la mesa un vaso de plástico con café y una botella de agua. Uno de los agentes se sentó a horcajadas sobre una silla metálica mientras el otro se quitaba la americana, se subía las mangas y miraba al gitano. “Vamos a ver, señor Salis, ¿ya o no ya?”. Christos Salis, el gordo, miró a su mujer, Elefthería Dimopoulou, chasqueó la lengua, tomó el café, bufó y al final dijo: “Hace cuatro años llegó al campamento de Farsala una señora montada en un caballo a lunares al que llamaba Pequeño tío y con un mono en el hombro, creo de raza tití, al que decían Señor Nilsson”. Uno de los policías sacó una pequeña agenda y escribió “Pequeño tío” y “Señor Nilsson”. La gitana aprovechó una pausa de su marido para decir: ¡Ay, aquella era una señora muy peculiar, señor agente! Con decirle que cocinaba crepes en el suelo y fíjese que nos dijo que dormía con los pies en la almohada…”.
El agente escribió: “Los pies en la almohada”, levantó la cabeza, miró a Christos Salis, le apuntó con el bolígrafo y dijo: “Siga, siga…”. El gitano dio otro sorbo a la taza de café y dijo: “Pues aquella mujer se bajó de su caballo a lunares, se puso a caminar hacia atrás, levantó al jumento con una sola mano, sacó una suerte de hatillo, nos lo entregó y nos dijo que cuidáramos de su bebé hasta que ella volviera… ¡Ah, y nos dijo que le pusiéramos coletas cuando le creciera el pelo!”.
El policía apuntó “coletas” y luego miró a la señora Dimopoulou: “¿Es eso verdad? ¿Cómo se llamaba aquella mujer?”. La gitana levantó la vista hacia el techo, como recordando, y unos segundos después dijo: “Se llamaba Långstrump, o algo así… Creo que Pippi. Se lo juro por estas que son cruces, agente”.
Christos Salis asintió: “Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump, para ser más preciso, oficial. Y llevaba unas medias por encima de las rodillas, como unas calzas largas, usted ya sabe…”.
El agente escribió “calzaslarg…”, pero se detuvo, bajó los hombros, guardó el bolígrafo en el bolsillo de la americana, suspiró y pasando hacia atrás hojas de la libreta, dijo: “Volvamos de nuevo a su primera declaración, señor Salis, la de que fue una gitana búlgara desconocida la que les pidió que se quedaran con María”.