Cumplí con una tradición de mi tierra: escapar unos días de las fallas. El fin de semana prometía ser de récord. Así fue. Gobernadas por el fascismo, la Comunidad y Valencia van como un tiro. Y veo encantado cómo los indepes del norte siguen haciendo el imbécil, espantando inversiones y oportunidades que viajan al resto de España. Decidimos visitar a la familia de mi mujer, que es extremeña y emigró hace mucho a Navarra y el País Vasco para buscar oportunidades. Y una vez allí, pregunté. Muchas similitudes con nuestra escuela: la imposición de un idioma. Allí hay dos líneas segregadas con horarios distintos y patios separados para evitar la «contaminación» lingüística. Queda poco para que todo sea en euskera. Pero todavía aguanta una línea para el que quiera español, señalamiento y compartir aula con una mayoría inmigrante. Vi la foto de una etarra hablando a los chicos en una clase. Qué enriquecedor.
La alegría: muchísimo español en las calles. Una inmensa mayoría. Que se fastidien. A pesar de todo el gasto y esa publicidad institucional por todas partes que sólo comunica en euskera. A pesar de los tropecientos canales monolingües. ¿Cuántas teles públicas hay en el País Vasco? Un canal emitía una carrera popular eterna que apestaba a proetarra: peinados, ropa, pancartas, y el uso de los niños. Luego supe que, en parte del recorrido, los terroristas llevaron la antorcha. Que había decenas de pancartas homenajeando a asesinos. Todo con la excusa de la lengua. El «burro de Troya», que decía Cayetana. Yo no salgo de mi asombro. Una carrera popular encabezada por asesinos, financiada por las instituciones, que se emite por la televisión pública. La normalidad. Durante esos días también se montó una performance en recuerdo de las víctimas de Gaza. Todos tumbaditos en el suelo mientras sonaba una sirena. Esa sociedad enferma nunca hizo lo mismo cuando las matanzas de ETA. No. Prefieren correr de forma festiva con los asesinos. Tampoco se tumbaron a favor de las víctimas de Hamás. Ni siquiera por el chaval vasco que esos terroristas palestinos masacraron.
Una dirigente política me contó una vez cómo fue la negociación del cupo al comienzo de nuestra democracia. Los del PNV volvían a casa y sus compañeros preguntaban por el resultado. Uno de ellos les hizo un resumen para no explicar esa fórmula que nadie ha sido capaz de desentrañar nunca: «Las porras de nuestra policía podrán ser de Loewe». Cabreado, así me sentía yo al pasear por aquel pueblo costero. Limpieza, servicios de lujo, infraestructuras nuevecitas en perfecto estado, ayudas a tutiplén y orgullo de los paisanos. «Este alcalde es muy bueno», decía uno de mis tíos políticos. No te jode, pensaba yo. Todo pagado por un menda. Mantenidos de los cojones. Es lo que me pasaba cuando subía Aitor Esteban a la tribuna y nos daba lecciones sobre educación, sanidad o servicios sociales. Lo hacía contando con un cincuenta por ciento más de recursos. Así cualquiera. Ahora los catalanes piden lo mismo. Recuerdo escucharles en el Congreso hace años: «Es que si tuviéramos vuestro cupo no pediríamos la independencia», decían a los vascos en un corrillo. Ya están en ello. Por eso no se van a ir. Saldrían perdiendo. Es mejor seguir mantenidos, con gastos pagados y decidiendo qué podemos o no hacer los demás. Obligándonos a competir con ellos en desventaja. ¿Café para todos? Sólo para algunos. Ese norte está perdido. En breve tendrán elecciones. Empate técnico entre los que agitaban el árbol y los que recogían las nueces. Decide el PSOE. ¡Qué nervios!
