«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

Piolín

22 de mayo de 2022

El Gobierno de Sánchez pasará en breve a la historia como el de las tonterías, las contradicciones y los abusos, pero sobre todo como el de los clichés. Nunca en España se habían usado tanto estos últimos, patrimonio de la izquierda, que pretenden enquistar en nuestra cultura y en nuestro sentido común una división ficticia entre buenos y malos.

Piolín responde al cliché de que la policía pertenece a los “malos”. Piolín es como llaman los independentistas y sus socios de la izquierda catalana a la Policía y a la Guardia Civil. No fue un lapsus, sino un reflejo de “izquierdoso trasnochado” que cada vez se hace más evidente en la retórica de Sánchez. No hace falta que se retire, como fue el caso de Zapatero, para que le salga de dentro el rojo rabioso, soberbio y desagradecido para quien la violencia no es un tabú. Esta, la violencia, que tanto mal ha hecho a nuestra historia, es lo que nos diferencia de la gauche europea a la que tanto les gustaría parecerse y de la que están tan lejos.

La izquierda es simplemente estatista. Sólo está orgullosa de España cuando gobierna ella

Pero hay más clichés. El típico es el de denostar a España, su Monarquía y nuestra Historia, y esto les conmueve en su más profundo ser. Tienen un problema con el patriotismo que no acaban de resolver. Y quienes lo hacen —los ejemplos son numerosos— es simplemente poniendo pies en polvorosa y abandonando el socialismo oficial. Siguen atascados en una noción de las dos Españas que sólo existe en su imaginación.  La abrumadora mayoría de los españoles está a otra cosa como es la de trabajar y asegurar el porvenir de sus familias.

Intentan resolver el problema con la creación (un tanto artificiosa, pues al sentimiento de patria se llega con el corazón y no con el cerebro) de un patriotismo constitucional. El problema es que acaban donde empezaron. Quiero decir que acaban como Azaña, para quien sólo valía la España en la que mandaban los suyos. Ese fue el germen del fracaso de la II República y del horror de la Guerra Civil.  

Hoy, el seudopatriotismo moderno de la izquierda es simplemente estatista. Sólo están orgullosos de España cuando gobiernan ellos y de ahí el doble rasero a la hora de valorar la corrupción. Y no sólo por pura necesidad política, hay que disfrazar el reproche social inevitable; sino porque están convencidos de ello: robar o matar —como ya se hizo antes— por el bien del estado del PSOE es un pecado venial. No se compara la corrupción de la izquierda con la de la derecha —ni en términos cuantitativos ni cualitativos— y mucho menos con la del Rey Juan Carlos. Pero ni la derecha ni el Rey tienen una maquinaria de creación de opiniones con la convicción y la energía de la del PSOE.  Maquinaria que influye en el Poder Judicial y acaba en condenas brutales para el PP, muy leves para el PSOE. 

Se impone la batalla cultural, empezando por atacar a sus peones más afines: los muy corruptos y quebrados medios de comunicación 

También es muy esclarecedor cuando se enredan en las instituciones, y no hablamos sólo del Gobierno. Ahí están los ejemplos de Meritxell Batet y Margarita Robles. A la primera se le debería exigir una cierta ecuanimidad como tercera autoridad del Estado y presidenta del Congreso. La segunda, ministra de Defensa, había cultivado cierta independencia del “sanchismo” quizás como pura táctica para quedarse con su herencia o recabar algún apoyo de la derecha. En cualquier caso parecía que Robles transcendía al ambiente de división y enfrentamiento que suscita a diario el propio Sánchez, pero no. Cuando había que manifestar una lealtad perruna, como en el caso reciente del affaire Pegasus, ambas actuaron de forma totalmente arbitraria y al dictado de su jefe.  

Ante este estado de cosas no hay que tirar la toalla. No hay que bajar los brazos. Se impone la batalla cultural, empezando por atacar a sus peones más afines: los muy corruptos y quebrados medios de comunicación que sostienen todo el tinglado. Simplemente con quitarles el apoyo público se disolverán en la irrelevancia, que es donde deberían estar hace mucho tiempo.

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