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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Piqué, contigo empieza todo!

14 de junio de 2016

Piqué, contigo empezó todo. El tío que más exaspera al aficionado futbolero español, allá donde recala el autobús de la Selección, salva el arranque de España en la Eurocopa. El culé metió la cabeza contra la portería de la República Checa como entraban los vaqueros al salón en las películas del oeste. El colmo del surrealismo y la hiperrealidad. “Con lo que quieran llamarme, me tengo que conformar”, pensaría como en la copla. Ahora todo el mundo quiere a Piqué, como a Raymond, el tipo ese de la serie. ¡Viva Gerardo! Si algo caracteriza nuestra condición humana es la capacidad para estar continuamente en discrepancia. Para terminar la cuadratura del círculo, y en un giro loquísimo de los acontecimientos,  soltó la frase que merece acabar con polémicas de ‘pitaores’: “Ahí está mi hijo, con la camiseta de España”. Imagino cómo resonó esa frase en algún sitio, como un gancho de izquierda directo al hígado. Ahora la  oleada de pitos se oye aún desde la sede de la CUP.  Como Francoise Sagan: “El fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien”.

 

Gerard Piqué tuvo el porte de convertir el calvario en épica ¡Otra vez la épica! ¿Puede haber algo más kafkiano que este primer partido de España? Aquí es que las desgracias no vienen solas. Como si no fuera bastante la nochecita en prime time que nos esperaba con los cuatro gatos de escayola electorales y, lo más dantesco, el estreno del video clip de Leticia Sabater, nos faltaba el anodino juego de la Selección. Nos gustan los líos, como en la película de Julia Roberts. Edurne no había dado señales de vida desde que el viernes saltara la noticia, que radiaba García. Para colmo, el viernes también arrancaba su gira, ‘Adrenalina’, en Torrejón de Ardoz. Al fin y al cabo “adrenalina” es la respuesta más indicada cuando te coincide el inicio de tu gira y el deseo de presunción de inocencia de tu novio volteándote la cabeza como si te hubieras subido en el Dragón Khan. De Gea era un concierto de “solo” en un juego de conjunto. Edurne le dedicó un tuit minutos antes del partido, “¡vamos David, vamos España!  Así en la realidad como en el fútbol. Y es que llevábamos todo el fin de semana con el mito de los valores y esa imagen de deportistas limpios, educados, cumplidores con la Patria, casi disolviéndose en el aire, como en proceso de evaporación de un huevo frito deconstruido por Ferran Adrià. Y es que no es bueno articular mucha más actividad hormonal que cerebral. El inventario de la descomposición a lo Poe atenazaba aún más el juego. Y yo ya me temía a más de uno quemándose a lo bonzo.

 

Los Nolito, Morata & Company solo emitían chirridos como los de una maquinaria que empieza a fallar en plena ascensión al Tourmalet. Entonces un perdidísimo, hasta ese momento, Cesc Fabregas sacaba un balón casi de dentro. Por poco esta Tierra que nos sostiene en pie se convertía en un abismo. A más de un aficionado, de los que llenaban  las gradas en  Toulouse, casi se le atraganta el Quiche Lorraine y el fromage ante un incombustible Cech,  -para Camacho pronunciar Cesc y Cech en su diccionario murciano – castellano  tanto montaba, montaba tanto-.    Las llegadas a portería eran tal entramado, tan difíciles de interpretar, como el más espeso de los sudokus. Una narración psicópata.  Kafka podría haber sido el perfecto cronista adelantado de la catástrofe  que se estaba incubando. El abismo como salvación.  Pero este pesadillesco temor producía una incontenible atracción. No había quien nos despegara de la pantalla. Esto es peor que una droga.  

 

 

Avanzaba el reloj y el balón no entraba. El juego vaticinaba los peores augurios y eso que Felipe VI, “tan rubio, tan fino, tan tieso, tan alto, tan cachas” que cantaba Sabina, había dicho en los preliminares que, “el fútbol español estaba en un momento buenísimo, en las nubes”. Yo sólo recordaba que si estábamos ahí era porque habíamos eliminado a ‘grandes’ selecciones como Macedonia, Luxemburgo y Bielorrusia. Ay. Lento, muy lento, con poca velocidad de balón. Como el del futbolista Del Bosque. No podíamos morir así, cobardeando en las tablas. Morata, al que sólo le falta agarrar ese último pase a línea de gol, ser rápido, centrarse en saber qué quiere hacer cuando tiene el balón en sus botas,  desmarcarse, no atropellar linieres y marcar goles, entonces será la releche. Para colmo, está empezando a vivir un drama capilar. Inevitablemente, sucedió el cambio: Morata-Aduriz. Y, Camacho. “esto es por algo”. Agudísimo el murciano. Iniesta iba de menos a más. Entonándose. Sabe que el oficio futbolístico que atesora en sus pies es fiel a sabidurías artesanas. Como un carpintero, capaz de reparar cualquier mueble y mejorar cualquier hogar. Levantando su cabeza, deteniendo los pulsos y adivinando cuatro pases más allá desde donde arranca su balón. Haciendo de su inspiración arte de  filigrana, como un Chicuelo o un Belmonte. Con el aplomo de la faena bien construida puso el gol en la cabeza de Piqué ¡Piqué! que, con trapío, daba la primera victoria a España.  Si te gusta la magia no preguntes por el truco. Ya hemos arrancado. De Gea solventó su temido estreno en la portería con un paradón al final; estoico, como un soldado espartano. Sólo nos falta despojarnos de complejos (¡que somos campeones de Europa, pardiez!), ganar a Modric cuando toque (don Modric),  imprimir velocidad y cambiar la claustrofobia kafkiana por la grandeza. Porque el fútbol es el mejor  tonificador cardíaco.  Porque  José Ángel Valente ya vaticinó, “el día en que ese juego sin fin de las palabras (llámalo pases) se acabe, habremos muerto”. 

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