Como cada vez que se publica el informe PISA, la educación –la enseñanza más bien– española copa las primeras páginas y siempre en el mismo sentido: vaya desastre. Cuestión distinta es cuando alguien, diga lo que diga el informe que bien pocos se leen, trata de explicar el porqué de nuestra afición a ocupar los vagones de cola educativos siempre por detrás de la media de los países de la OCDE y de los de la UE. Según como le vaya ideológicamente a cada uno, la explicación, la importancia del informe y la objetividad del estudio adquiere valoraciones distintas. ¿Falla el sistema educativo, fallan los Gobiernos que no lo riegan suficientemente o fallan los niños y niñas que son de otra pasta? Como todo acaba afectando al que gobierna y éste lo sabe, se trata de aguantar el chaparrón hasta que otra noticia más novedosa nos lleva a elucubrar en otros parajes informativos: de Pisa en Pisa y año tras año. Del informe de este año se puede hablar largamente, pero en resumidas cuentas seguimos en lo mismo; nuestro país va muy mal en un tema nada menor como es la formación de nuestros jóvenes. Todo lo demás, al final, son sólo excusas de mal pagador. La realidad es que nuestros estudiantes de 15 años fallan en disciplinas básicas como son las matemáticas, la comprensión lectora y las ciencias, y están por debajo de sus colegas de los países desarrollados. Cuesta entender, ante esa evaluación negativa anual, que nuestros representantes políticos no hayan sido capaces, después de más de un cuarto de siglo de democracia, de ponerse de acuerdo ni siquiera en imitar las bondades de los sistemas educativos que si salen bien valorados en el mundo, casi con copiar bastaba, pero ni eso.
¿Falta consenso? Sobra más bien ideología. Nuestra izquierda tiene a gala y como dogma definir el marco educativo español y no ceder en ello ni un ápice y nuestra derecha hasta ahora cuando mandaba no se atrevía a dar la cara en este tema. Por fin hace bien pocos días, el Congreso ha dado luz verde a un nuevo marco educativo que, a tenor de lo declarado por la oposición, tiene los días contados. Es curioso que la nueva Ley educativa impuesta según muchos, haya sido aprobada por un voto más de los que gozó la Ley que rige en la actualidad nuestro desastre y a la que sustituye. Es probable que la llamada Ley Wert sea un apaño que bien poco solucione; de ser así habrá que reprochárselo a Wert sin duda, pero la mayor carga de la culpa la tiene el PSOE de Rubalcaba, que ni siquiera quiso entrar en su mejora. Esperanzas en nuestra educación, bien pocas, pero alguna me queda al leer del nuevo Pisa que al recomendar un tratamiento al diagnóstico negativo de la formación de nuestros muchachos, recomienda entre otras cosas fomentar “la autonomía de centros, las evaluaciones externas e incidir en la rendición de cuentas” y, al menos eso, la Ley Wert sí lo contempla.