Los españoles somos, de natural, combativos, emprendedores y pelín pendencieros. Pero hay pendencias que merecen mucho la pena. Por ejemplo, la de los amigos de SanchezPlag_Wiki, que han tenido la osadía de analizar a detalle la tesis doctoral del presidente. He querido darme un paseo por ese lodazal con el fin de ver si logro entender mejor a qué clase de problema nos enfrentamos, usted, lector, servidor, e incluso quienes, obtusamente, aún le votan. Teniendo, en todo momento, esto en mente: Sánchez no es la enfermedad, sino el síntoma, y si creemos que cuando se vaya todo quedará solucionado —sin descartar el alivio—, estamos muy equivocados. Hay que analizar la tesis del doctor Sánchez para reflexionar qué tipo de persona hemos querido (permitido, tolerado: elija el lector el verbo que mejor le encaje) que nos gobierne; la auditoría dice de nuestra responsabilidad en este estropicio.
En lo que sigue se obviarán los errores de bulto ortográficos y gramaticales, de numeración y puntuación, etcétera. Qué importará que tenga cientos de comas erradas u omitidas o que escriba mal los nombres quien nos gobierna. Cierto que los errores transmiten una potente impresión de dejadez e ignorancia, pero esos son hoy problemas menores para los españoles; ya quisiéramos estar discutiendo en qué medida es un flojo y un incompetente.
Hay trazas de grandilocuencia en el texto: miguitas de autoimportancia. Llama a sus capítulos Capítulos, y también hay ampulosidad en los títulos, cierta erótica de los cargos. Los secretarios son Secretarios, etcétera. Pero lo que más inquieta es que haya varios textos plagiados. En el campo académico, poca cosa hay peor que plagiar; siendo la Academia un proyecto para honrar y elevar el conocimiento, se considera miserable apropiarte del conocimiento ajeno. En el mundo universitario, equivale a robar. Pueden pasarse por la web referida y verán la cantidad de textos marcados en amarillo, en los que se añade a modo de nota el texto original. Este textual latrocinio, en el campo intelectual, va casi indefectiblemente adherido a un complejo de inferioridad; aspira a simular una inteligencia que se sabe que uno no tiene. Como todo el mundo sabe, dicho complejo suele ir asociado a la prepotencia. Cualquiera que haya tratado con personas en este ámbito sabrá que son los que saben un poco o casi nada los más arrogantes, y más humildes los que más saben. Tampoco hay que tener un título en psicología para saber esto; basta con haberse expuesto al liderazgo tóxico, cosa que —tener un jefe impresentable— antes o después le pasa a todo el mundo.
Curiosamente, Sánchez copia en su tesis varios textos varias veces. No sabemos si es por hacer bulto o por simple desorden mental. Cuando uno escribe textos académicos, es raro que se le pasen esta clase de repeticiones, aunque sólo sea porque has de releer muchas veces tu propia tesis antes de depositarla y defenderla ante un tribunal. También tiene multitud de pasajes en los que anuncia tres secciones y vienen seis, o cinco áreas o vienen ocho. Como también hay errores de coordinación de género y número muy gruesos, uno se escama. Podría ser una memoria defectuosa, pero me inclino más por pensar que aquel doctorando no leyó varias veces su tesis, dejando abierta la posibilidad de que no la leyera ninguna.
Es común en el texto que su redactor se coma palabras, como en este caso: «En la presente investigación utilizaremos indistintamente el término ente subestatal y subnacional para referirnos tanto a la acción exterior de las regiones y municipios» falta «como de los»); o este otro: «los trabajos Putnam» (falta el «de»). Esto lo hace muchas veces; lo de saltarse partes, digo. Estos lapsus apuntan a un carácter impaciente, y preludian su inveterada costumbre de abusar de los decretos leyes por no tomarse la molestia de argumentar nada en el congreso (menos de negociar con el adversario). De modo que su nula práctica del parlamentarismo tal vez no sea sólo un despiadado cálculo político.
Hay una cosa menor en cuanto al error que sí me parece significativa: el modo en que Sánchez pasa olímpicamente de las convenciones. Cualquiera que haya pisado la universidad y le haya dedicado media hora a conocer sus normas de escritura sabe, por ejemplo, que cuando se mencionan varias páginas se usa el diminutivo «pp.», pero él decide que será «pps» (acaso por alguna reacción intestinal que seguía a redactar el nombre de su archienemigo), o que no se emplean puntos para cerrar los epígrafes. Digamos que estamos ante alguien para quien no significan demasiado las normas, un rasgo que algunos denominan, atolondradamente, «ser audaz». Es cierto que en su día se dijo que Miguel Sebastián había confesado que el 90% de la tesis se la hicieron en su Ministerio (Industria), pero, insisto, tenemos que suponer que la leyó al menos una vez, y a mí me parece que hay ahí algo de su estomagante «audacia» en su empeño —es un decir— académico. No vamos a repetir que en cualquier otro país serio nadie se fiaría de un político que hace estas cosas: esto es España. No obstante, debe servirnos este paseo por el horrorcillo de la tesis para constatar cómo estamos facilitando que el poder arrample con la ética. Por si me lee alguno de sus votantes —aunque sea muy improbable— le digo esto: siéntase directamente responsable de lo que venga después, de signo político contrario, porque efectivamente lo habrá posibilitado.
«El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto»; Lc, 16,10. La Biblia es una mina. El resto, como suele decirse, es historia. Pero recuerde el lector esto otro: que quien nos avergüenza desde La Moncloa es muy poquita cosa. Ese engendro que de tesis doctoral apenas tiene el nombre demuestra que nos está matando un toro como el que mató a otro Sánchez, Ignacio Sánchez Mejías, un bicho, llamado Granadino, que era «pequeño, manso y astifino».