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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

Política con mayúsculas

13 de marzo de 2021

Desde que Inés Arrimadas encandilara a propios y extraños con una valentía y una gracia dignas de elogio que le llevaron a ganar las elecciones catalanas en 2017, sus aciertos políticos han sido proporcionalmente inversos a su ascenso en el escalafón del partido que ha llegado a presidir. 

En esa época, la bella Inés protagonizó momentos magníficos. Trató a los nacionalistas en el Parlamento catalán como la banda de chiflados facinerosos que son y lo hizo con tanto éxito que consiguió llenar con creces el vacío que Rivera había dejado tras su viaje a Madrid. 

Su gran logro fue demostrar que se podía salir del bucle enfermizo y opresivo que se respira en esa región desde hace décadas. Y ganó

Me quedo con dos escenas: la foto de la secta al completo cantando Els Segadors en el Parlamento regional– ¡Que tiemblen los enemigos, al ondear de la enseña, como las espigas de oro, así caerán las cadenas!-, mientras Arrimadas, con la mirada perdida, parecía repasar mentalmente la lista de la compra y el día que se vistió de flamenca sin complejos en la Feria de Abril de Cataluña. Que la vencedora de las elecciones catalanas se presentara de rojo provocador en la Feria, con una flor en la cabeza y se arrancara por sevillanas en vez de ir a la puerta de la catedral de Barcelona a bailar sardanas imbuida de misticismo catalanista a punto de entrar en trance, era mucho más de lo que cualquier nacionalista de pro podía soportar. Ese día Ferrusola perdió un misal, como mínimo, de la impresión.

Inés supo meterse en el bolsillo, no sólo a la mitad de los catalanes, sino a media España. Su gran logro fue demostrar que se podía salir del bucle enfermizo y opresivo que se respira en esa región desde hace décadas. Y ganó. Fue una pena que con un resultado electoral de tales dimensiones que podía haber supuesto el principio de un cambio profundo para Cataluña a medio plazo -una oportunidad histórica-, no supiera, no quisiera o no le dejaran sacar rédito alguno a ese millón de votos. Poco tiempo después, quedó patente que sus aspiraciones políticas y vitales no pasaban por la ardua, costosa y durísima tarea de dejarse la piel en Cataluña.

El lugar político natural de Arrimadas, donde podía ser útil de verdad y no una política más de intrigas de pasillo, era Cataluña

El caso es que el partido que había devuelto a los catalanes la esperanza de liberarse de esa cruz tan pesada que es el nacionalismo no fue más allá. Inés ni siquiera subió al estrado a representarlos; a darles voz; a hacer ver a la banda de chiflados sediciosos que algún día podían perder el poder. Si le pusieron pegas, tampoco peleó por hacerlo saber y si algo ha demostrado es que carácter no le falta. 

El lugar político natural de Arrimadas, donde podía ser útil de verdad y no una política más de intrigas de pasillo, era Cataluña. Sus votantes no eran votantes al uso. Era gente desesperada, abandonada durante lustros por los partidos nacionales. Votar allí no es como hacerlo en cualquier otra región de España. En Cataluña se vota en contra de una secta opresora y liberticida, se hace en defensa propia. El voto del catalán no nacionalista está lleno de llanto y desolación. No, no se puede jugar con eso. 

La que parecía perfecta sucesora de Rivera no ha sido perfecta. Ha resultado muy deficiente

Pero vivir allí siendo líder de un partido constitucionalista es incómodo. Es desagradable. Es ingrato. Es agotador. Y, además, puede ser peligroso. Así que la bella Inés, con todo el derecho del mundo, se vino a Madrid a hacer política y se desdibujó. La eficacia que desplegaba en el Parlamento catalán, en el Congreso pasaba desapercibida. Su brillantez, su gracia, su descaro divertido e impertinente que sacaba de quicio a su adversario natural, en Madrid desapareció. Es muy difícil ser guapa y artista al mismo tiempo, querida.

La que parecía perfecta sucesora de Rivera no ha sido perfecta. Ha resultado muy deficiente. Después de una serie de decisiones y errores difíciles de justificar, ha colocado a su partido al borde del precipicio y esta semana ha decidido dar un paso al frente. Lo sorprendente es que lo haya hecho inducida por los cantos de sirena de Sánchez y guiada en este penoso encierro por Ábalos como cabestro —¡Ábalos, el del palillo en la boca, el de Delcy!—. Se le suponía más inteligencia.

Dedico esta columna a la todavía líder de Ciudadanos como paradigma momentáneo de la frivolidad, la traición y el vedetismo político. Lo hago porque es la protagonista del último episodio vergonzante de la política española, pero no porque sea ni la única ni la peor. Y también porque hace dos años no la hubiéramos imaginado entregándose en los brazos de la banda de Sánchez —Albert Rivera dixit-.

España necesita un proyecto claro a largo plazo y ajeno a los vaivenes de la política minúscula de sillón. Esto implica sacrificio, no ser siempre complaciente, valentía, inteligencia y, por encima de todo, un proyecto patriota

Quizá nos confundimos todos. Ser buen parlamentario en el ecosistema adecuado, tener gracia y arrojo, no implica ser buen político. Y esto lo podemos extender a todos los partidos. Nos quejamos de que nuestra clase política es floja, que no tiene principios y que no está a lo que deber estar. Pero hay que reconocer que a buena parte de los votantes lo que les atrae es la fachada, el chascarrillo y el ‘zasca’ -palabra odiosa, por cierto- propinado al adversario en el momento oportuno. Nos quedamos en la gracieta y en la anécdota. Por eso la mayoría de nuestros políticos están más interesados en ir a El Hormiguero, en tirarse de un puente con Calleja y en cenar con Bertín Osborne, que en dar explicaciones en el Congreso. No votamos ideas, votamos producto. Nos gustan guapos, jóvenes y ocurrentes. Reconozcamos que nuestro grado de exigencia es bastante bajo.

España necesita un proyecto claro a largo plazo y ajeno a los vaivenes de la política minúscula de sillón. Esto implica sacrificio, no ser siempre complaciente, valentía, inteligencia y, por encima de todo, un proyecto patriota que parta de un diagnóstico correcto de las enfermedades que asolan a nuestra nación -amenaza evidente de balcanización, desindustrialización, paro endémico, falta de cohesión social y una patente e injusta desigualdad económica y política entre regiones- y un programa serio capaz de hacer frente al desastre que vivimos. Es necesario dejar la política del menudeo para hacer política seria. Política con mayúsculas. 

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