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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La preocupante indiferencia de España y Occidente ante su destino

3 de noviembre de 2014

La sensación que producen una serie de hechos, actitudes y falta de respuesta colectiva, tanto de los dirigentes,  de las instituciones esenciales, así como la indiferencia de los propios ciudadanos ante  los desafíos que está sufriendo la sociedad occidental en general, resulta inquietante, sobre todo para aquellos que nos habíamos educado y participado de esos  valores que precisamente dieron a  estas sociedades, las que  participaron de esa  cultura occidental, el mayor nivel bienestar y libertad para el mayor número de personas jamás alcanzada por ninguna otra civilización en la historia.

No nos engañemos, no es solo un problema de España, ni tan siquiera de Europa, es de Occidente en general, aunque es en Europa donde la degeneración y la falta de convicción ante la descomposición interna o las agresiones tanto ideológicas como físicas es más acusada.

Da la impresión de que amplios e influyentes sectores de nuestras mismas sociedades están decididas a suicidarnos, para lo cual se trata de erosionar la credibilidad y validez de los principios de nuestro sistema, que obviamente tiene muchos defectos  que habría que erradicar y muchas injusticias que corregir, pero que sin duda es el mejor que se ha diseñado para la mayoría de los hombres hasta el momento. No cabe duda que aquí se aplica el viejo dicho de que lo mejor es enemigo de lo bueno…

Seamos realistas los cambios profundos llevan siglos y no son de evolución lineal,  hay momentos de progreso y de retroceso, estamos jugando con una cuestión muy peligrosa: la involución de nuestro sistema nos llevaría al colapso de nuestro mundo tal como lo conocemos, nos llevaría de nuevo y no exagero, a una edad oscura de barbarie e ignorancia, no hay soluciones validas en la utopías sino al fin sufrimiento y muerte. Quizá sea una maldición la que nos lleva a la autodestrucción, masoquismo social, fomentado por las ambiciones del minúsculo egoísmo humano en busca de poder en unidades políticas más pequeñas donde sea más fácil alcanzar la categoría de ministro o presidente que en colectivos más universales (Escocia, Cataluña, País Vasco, Bretaña, Córcega, Flandes…). El terror a la globalización nos lleva a la añoranza del tribalismo.  

Esto ha ocurrido en distinta medida y obviamente desde distintas cotas de valores, bienestar y justicia,  en épocas anteriores de la historia, desde Europa hasta China. No estoy hablando de teorías: desde la caída del Imperio Romano, con todos su defectos, se tardaron en Europa más de mil años en alcanzar los rudimentos sociales, económicos, políticos, del pensamiento y conocimiento tanto en las ciencias como en el mundo de las artes.

El llamado progreso no es ni mucho menos un proceso necesario y progresivo, ni siempre ascendente ni continuo, depende en gran medida de la inteligencia y voluntad de las generaciones que lo impulsan y de la convicción que dichas sociedades tengan en sí mismas y en su valor y capacidad de esfuerzo. El actual momento apunta desgraciadamente a decadencia y disolución.

Lo que nos lleva a plantear el tema que nos preocupa, en el pasado las decadencias y ascensos han sido relativamente lentas, de manera que cada generación se iba adaptando al cambio de nivel de bienestar y limitaciones de una manera paulatina, salvo choques brutales repentinos en algunos momentos y lugares; las poblaciones iban acostumbrándose paulatinamente a las nuevas situaciones. ¿La crisis actual evolucionará lentamente o con los nuevos sistemas de comunicación e interconexión inmediata entre todo el mundo será repentina y general?

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