«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Prestige de bolitas

10 de enero de 2024

Dos acontecimientos van a provocar que la palabra «tóxico» se diga mucho. Uno es el retorno de La isla de las tentaciones, el reality donde las parejas que no sean tóxicas lo acabarán siendo; el otro, ya ha sido: el vertido de bolitas, de pélets, en la costa gallega, o como dicen en la tele, costa galega, pues también la hacen topónimo.

Con la autoridad que le da años de gestión en Galicia y tener, según Ruiz Quintano, una perfecta cara de rodaballo, Feijoo ha dicho que las bolitas no son tóxicas y al decirlo se ha empezado a complicar el camino electoral.

La maquinaria gubernamental apunta, con ánimo juguetón, las primeras notas de una vieja melodía como cuando un músico de jazz intercala a mitad de sólo otra canción reconocible: la melodía del Prestige.

Aun no es lo mismo. Probablemente no llegue a serlo, pero ya suenan los acordes, el tarareo de aquello, y aunque todavía no han salido las mariscadoras explicando que «la tragedia tiene rostro de mujer», ya aparecen expertos, marineros estocásticos, y al PP, claro, le tiemblan las piernas. Hasta comparte siglas con el polipropileno (PP). Ahora mismo, los pélets se pueden quedar en anécdota o en catástrofe ecológica de alcance mundial. Dependerá de cómo se porten.

Es verdad que no somos como en 2002, cuando el vertido primero, que tampoco era el primero. Allí aprendimos otra palabra: chapapote. Eran tiempos de inocencia. El año del Centenario y el Centenariazo, de la volea de Zidane, del Aserejé, del Ave María de Bisbal, aunque algo iba a cambiar en España. Adiós a la ingenuidad. Con el Prestige empezó una intensa campaña de politización que duró año y medio, con la que a mucha gente le salieron los colmillos. Comenzó en noviembre de 2002 un crescendo de propaganda hasta marzo de 2004 (11M), con intermedio en el «No a la Guerra». El cambio en España se inició con aquella campaña del Prestige que pulsaba a la vez una naciente sensibilidad ecologista, populista, izquierdista y regionalista. Fue el líquido amniótico, el caldo de cultivo donde surgió la nueva alianza zapaterina. En las ventanas de toda España se colgaron banderas de Nunca Máis y voluntarios de todos los lugares cogieron un autobús para ir a la Costa da Morte a quitar chapapote vestido de astronauta. Fue una moda y hasta un movimiento que empezó a politizar a mucha juventud.

Esta vez no será lo mismo. Hay vetas de candor agotadas, pero ya corren fotos de pescaditos agónicos, pezqueñines, bambis de la mar con la boca abierta llena de bolitas, tóxica espumilla en un estertor de polímeros.

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