El pasado martes, 4 de agosto, el Gobierno presentó en el Congreso los Presupuestos Generales del Estado para 2016. Habida cuenta que las elecciones generales se celebrarían en el mes de diciembre de este año, el Gobierno ha hecho muy bien en dejar cerrada esta ley –la más importante de todas las que se aprueban a lo largo de cada año- para no dejar esta materia al albur de quien gane o no esas elecciones. No ha cometido el gravísimo error del irresponsable “bobo solemne” que abandonó el poder en noviembre de 2011 sin haber realizado este trabajo que, entre retrasos, incertidumbre y crisis, España sumó a su déficit más de 20.000 millones de euros que hemos tenido que pagar los españoles a base de sangre, sudor, lágrimas e, incluso, desesperación. Pero aquel desastroso final del zapaterismo no debe extrañarle a nadie. Vuelvo a insistir en una idea histórica, básica y fundamental: del PSOE puede esperarse siempre cualquier cosa (generalmente nunca buena).
Como es natural, las primeas críticas contra ese proyecto de Presupuestos han procedido del socialismo. El portavoz del PSOE en el Congreso, Antonio Hernando dijo rápidamente que estos Presupuestos que “ha dejado atados” el gobierno, serán “desatados por los ciudadanos” con su voto en las próximas elecciones. A pesar de ser unos Presupuestos que vuelcan su mayor peso en el gasto social, a los socialistas no les gustan. Vaya usted a saber si llegan al poder que, después de aprobados, por medio de un simple Real Decreto –como hacía Zapatero- sean anulados. Y Dios nos coja confesados si, además, se alían con la extrema izquierda –como han hecho en Autonomías y Ayuntamientos- porque, entonces, estén todos seguros que volveríamos al borde del abismo, como sucedió en el año 2010, salvándonos entonces gracias a las llamadas de Merkel, Obama y desde la Cina.
Pero no es éste el asunto fundamental que deseo recoger en este breve artículo. Lo que realmente me interesa de estos Presupuestos es el que el gobierno dedica a la Defensa de España. En principio, 5.962 millones de euros frente a los 5.760 del año 2015, o sea, 202 millones más, que suponen un 1,61% de los gastos totales previstos del Estado. En relación con el presupuesto de 2015 Defensa gana así una parte importante del siempre difícil reparto de la tarta presupuestaria. Por tanto, a primera vista, este incremento del presupuesto de Defensa debe ser recibido con satisfacción por los militares pero, ¿hasta qué punto?
Por ejemplo, si lo comparamos con el presupuesto para Interior, ministerio con relaciones muy estrechas con el de Defensa, vemos que, para aquél, el gobierno destina 7.482 millones de euros, esto es, 1.520 millones de euros más que para Defensa. De acuerdo en que Defensa e Interior cooperan en la defensa de España. De acuerdo que el ministerio de Interior casi dobla en personal al del Ejército. De acuerdo en que el Capítulo dedicado a sueldos en uno y otro ministerio se lleva casi los dos tercios de sus respectivos presupuestos. ¿Qué queda, entonces, como gasto sustancial a cubrir en uno y otro ministerio? El costosísimo material necesario para las FFAA, con objeto de que éstas sean realmente operativas, frente al más liviano material necesario para las fuerzas de seguridad del Estado. Y para las Fuerzas Armadas, además, la imperiosa renovación de su envejecida tropa profesional a base de realizar las convocatorias necesarias que últimamente no se han podido hacer.
Si en lugar de compararlo con el ministerio del Interior lo hiciésemos con los fondos que el Estado dedica a la financiación, compensación interterritorial, relaciones con entes territoriales, etc., dedicados a las famosas Autonomías que nos cuestan a todos los españoles no un ojo sino ojo y medio de la cara, el presupuesto de Defensa podría no sólo aumentar modestamente sino cubrir sus más básicas necesidades de materiales para garantizar defensa y disuasión, objetivo fundamental de las FFAA.
Han dicho las reseñas `periodísticas que los objetivos del ministerio de Defensa son, entre otros, la simplificación de la infraestructura del órgano central, esto es, del propio ministerio, y la revisión de las Fuerzas Armadas. En relación con lo primero, hace mucho tiempo y en varias ocasiones escribí sobre la imperiosa necesidad de esa simplificación. El ministerio de Defensa no puede ser –como de hecho lo es- un cuarto Cuartel General que prácticamente cuadruplica la estructura de los de Tierra, Mar y Aire. Mejor dicho, no es que la cuadruplique sino que desborda ampliamente todas las funciones de los anteriores. Y, de otra parte, desde que se creó en 1977, el número de civiles en puestos clave del ministerio ha ido creciendo de forma, en mi opinión, no sólo innecesaria sino para “colocar” allí a quienes desde el gobierno de turno interesaba, al margen, por supuesto, del desconocimiento general que sobre el puesto a cubrir y la materia a tratar tuvieran éste o aquel otro beneficiado por esa rueda de la fortuna. ¿Los militares de alta graduación en activo, en reserva o retirados? ¡De ninguna manera! Ese puesto lo debe cubrir un civil realmente cualificado, de confianza, una vacante de “colocación” reservada. ¿Y eso no aumenta el gasto público? ¿Y qué? Como ya sentenció una ministra socialista, el dinero público no es de nadie.
En resumidas cuentas, ojalá fuese cierto que se llevara a cabo una verdadera simplificación del órgano central del ministerio, una simplificación que lo dejara reducida a la mitad de su actual estructura, tan sumamente burocrática que se convierte, a la postre, en un lastre, en una gran carcasa ineficaz, lenta y nada ágil para emitir las imprescindibles directivas a los verdaderos Cuarteles Generales. Y, de paso, eliminar gasto público con el personal civil “colocado” sustituyéndolo por quienes tienen conocimientos sobrados para ejercer dichos cargos, para beneficio del presupuesto que debe tener Defensa.
En relación con la revisión de las FFAA el gasto puede ser mínimo. El día 10 de febrero pasado, mediante una instrucción del Ministerio, se iniciaba el proceso para crear una nueva Organización Básica de las Fuerzas Armadas. En realidad, esa nueva Organización a quien más afectaba era al Ejército: la Armada y el Ejército del Aire prácticamente quedaban en la misma situación que la que tenían antes de emitirse aquella instrucción. También, el Estado Mayor de la Defensa sufría modificaciones organizativas que ampliaban el número de sus conocidos Mandos. Así, en ese organismo se creaba el Mando de Operaciones Especiales y el de Ciberdefensa. Curiosamente, la Unidad Militar de Emergencias (UME), cuyas actividades de Protección Civil son bien conocidas en España y suponen motivo de orgullo para cualquiera de los titulares del ministerio de Defensa –no para las Fuerzas Armadas, que ven recortado así su personal y su siempre escaso presupuesto-, ha pasado a depender directamente del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD). De modo que, esta unidad de picos, palas, azadones y mangueras –cuya labor en Protección Civil yo no voy a discutir ni a menospreciar- pasa a depender del mando operativo por excelencia en las FFAA. No entiendo cómo es posible semejante adscripción al JEMAD.
Y es –como decía- el Ejército el que sufre más cambios en su organización. Se crean dos Cuarteles Generales de División -¡ya era hora!-, que son los de las Divisiones “San Marcial” y “Castillejos” que agrupan a cuatro y tres Brigadas, respectivamente. La Brigada de Caballería se distribuye por Regimientos. Grupos y Escuadrones en las Divisiones y Brigadas. De ese modo se intenta crear lo que se han venido en llamar Brigadas Polivalentes. La Brigadas de Canarias, Ceuta y Melilla permanecen como estaban.
En definitiva, el gasto que esta modificación le puede suponer al Ejército es mínimo. En todo caso, se trata de modificar destinos, cubrir vacantes y facilitar desplazamientos, carga de trabajo que deberá soportar, sobre todo, el Mando de Personal del Ejército. Por tanto, aunque ese aumento de 202 millones más para Defensa estoy seguro que ya tendrá un destino concreto, yo me alegro sinceramente que las Fuerzas Armadas lo hayan conseguido. Y es preciso desterrar de cualquier gobierno el miedo y el temor a la crítica, o la demagogia, cuando de lo que se trata es de potenciar nuestra imprescindible capacidad militar. Porque es extraordinariamente serio lo que nos jugamos con ello.