A principios del siglo pasado, G.K. Chesterton escribĂa: «Todas y cada una de las cosas que el mundo moderno ha hallado culpable a la Iglesia catĂłlica han sido adoptadas por ese mismo mundo, pero de forma degradada«. Y hacĂa una lista, no sin cierta ironĂa, de esas cosas entre las que incluĂa el arte religioso y su degradaciĂłn moderna, las curaciones sobrenaturales sustituidas por curanderos y charlatanes muy alejados de la medicina, el confesionario que se degrada en el psicoanĂĄlisis, la fe universal convertida en un globalismo materialista, el ayuno penitencial sustituido por fĂłrmulas de adelgazar algunas completamente ajenas al sentido comĂșn e incluso muy peligrosas.
Hoy esta tendencia que apuntaba Chesterton se hace mĂĄs notoria con el pensamiento Ășnico y sus ingredientes ideolĂłgicos mĂĄs de moda como son el «consenso progre», el wokismo, la sostenibilidad climĂĄtica o el activismo de gĂ©nero. Es muy ilustrativo que quienes disienten de todas estas cosas se les considera negacionistas. EstĂĄn a un paso de llamarnos herejes.
También es muy ilustrativa la forma de pontificar de los grandes adalides del «consenso progre». Algunos no se bajan del avión privado o del Falcón, en el caso de nuestro presidente del Gobierno, tras soltarnos toda la monserga de nuestra huella de carbono. El nivel de inmoralidad es perfectamente comparable al del papa Borgia.
Cuando la ideologĂa se asienta en formulaciones pseudo religiosas es muy difĂcil el debate. Son tiempos muy duros para disentir del consenso. Al infiel se le persigue con saña, se le cancela o silencia y cualquier remisiĂłn a la razĂłn se hace imposible, incluso cuando se denuncian las contradicciones evidentes.
Pero no hemos nacido encadenados sino libres para expresar nuestros disensos. La batalla cultural debe ser constante y total, y en todos los frentes. Creo que el primer paso es exigir neutralidad institucional. Esa es la batalla inmediata, una de las bases de la democracia, de su esencia, es la neutralidad ideolĂłgica. Hoy no se da: nuestras instituciones estĂĄn imbuidas, profundamente contaminadas de la ideologĂa progre y sus variantes. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en exigir y recuperar la neutralidad. Esta batalla hay que darla para recuperar las instituciones polĂticas y tambiĂ©n las culturales y sobre todo las educativas.
Para atacar el pensamiento Ășnico primero hay que encapsularlo en una ideologĂa frente a la que hay que exigir neutralidad. El problema, en los colegios es muy evidente, es que estĂĄ tan arraigado este pensamiento Ășnico que se considera mucho mĂĄs que una ideologĂa; tiene un componente casi religioso que lo hace formidable, en el peor sentido. Pero esta muralla se puede derrumbar si usamos la razĂłn de forma inteligente.
Volviendo a Chesterton, su gran creaciĂłn, el detectivesco padre Brown hace una afirmaciĂłn en su primer cuento muy significativa: «Atacaste a la razĂłn, esa es mala teologĂa». La razĂłn y la fe que tanto enfatizaron los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Recuperemos la razĂłn, carguĂ©monos de argumentos para atacar el pensamiento Ășnico y sobre todo asaltemos su gran muralla defensiva: su institucionalizaciĂłn. Para concluir, usarĂ© un ejemplo muy en boga, si a nuestros hijos les enseñan que el gĂ©nero es fluido, no entremos en argumentos de si es o no una tonterĂa, simplemente neguemos el derecho a que les enseñen eso, porque no es neutral, no es democrĂĄtico, es pura ideologĂa.