Yo no sé si la solución es prohibir el velo en las escuelas públicas. Por talante, estoy más bien en contra de las prohibiciones, pero la polémica indica una creciente islamización de nuestros barrios y ciudades.
Me lo decía el lunes Sonia Sierra, una de las profesoras que ha impulsado la iniciativa. A Sonia la conozco desde hace años. Incluso desde antes de que fuera diputada de Ciudadanos en el Parlamento catalán entre 2015 y el 2020. Una de las más trabajadoras, por cierto. Le tocó vivir los momentos más duros del proceso.
A la otra impulsora, Elena Ramallo, no la conozco personalmente. Aunque la sigo en las redes. Y me muero de ganas también de entrevistarla. Nadie puede decir que son unas peligrosas «fascistas» —en terminología de La Moncloa— porque ambas proceden del feminismo. Y no se han movido de él.
Doctora en filología hispánica, profesora de instituto y de universidad, Sonia me decía que «en los años 90 no se veían velos». «Ahora cada vez se ven más, van más tapadas y son más jóvenes», añadió. A pesar de eso, como decía, no soy en principio partidario de prohibir. Eso deberíamos haberlo hecho al principio. En cuanto empezaron a aparecer los primeros velos en los colegios públicos.
En Cataluña se dio el caso de un instituto de una localidad de Lérida, Mollerussa. Me acuerdo perfectamente: era 2009. Y dos chicas iban con velo. El resto de alumnos dijeron que si ellas iban con velo, ellos podían ir con gorras. Tenían toda la razón del mundo. Las normas son iguales para todos. Pero profesores progres y buenrollistas les convencieron de que no era lo mismo. Al final, claudicaron de su protesta. Ahí, en buena parte, se quebró la política de inmigración en Cataluña.
Si nunca ha habido una política de inmigración en Cataluña y en el resto de España porque ya saben que ha sido, básicamente, el «papeles para todos», «refugees welcome» y «volem acollir«, entonces, entonces debería de haberse prohibido. Como los franceses, que lo prohibieron en 2004. Al fin y al cabo, en todas las escuelas de francia, a la entrada, está el lema de la República: «Liberté, égalité, fraternité«.
Luego, en 2023, prohibieron hasta la abaya. La vestimenta islámica, generalmente de color negro, que cubre de pies a cabeza, excepto el rostro. Señal de que la cosa —la islamización de Francia, con más de seis millones de musulmanes— ha ido a más.
La decisión catapultó luego al ministro de Educación Nacional, Gabriel Attal, hasta primer ministro. Aunque, en Francia, los primeros ministros los pone el presidente y, en muchos casos, son de quita y pon. Que es lo que le pasó a él tras el batacazo de Macron en las elecciones legislativas.
Yo, que fui a escuela de curas en la añorada EGB, todavía recuerdo que en el aula había un crucifijo. Por eso, costó mucho sacar a los símbolos cristianos de los centros escolares y, en cambio, se permitió la entrada de otros símbolos religiosos.
En materia de inmigración —aunque de esto sabe más el colega Rubén Pulido que yo— hay que tomar las decisiones cuanto antes mejor. Cuando empezaron a llegar los primeros menas habría que haberlos devuelto a sus familias, que es lo que se hace con un menor cuando se escapa de casa. Y con los velos, lo mismo: haberlos prohibido entonces. Ahora es un problemón porque me imagino el titular en Al Jazeera: España prohíbe el velo islámico en las escuelas. Seguro que entonces no tienes un susto o algo peor.
Un último detalle: Mollerussa tiene ahora más de un 30% de población extranjera.