Mucho se habla de la incompatibilidad de estos principios, como si fueran antitéticos y solo se pudieran entender en sus versiones extremas, es decir o una absoluta libertad de circulación de bienes y personas sin restricciones o la prohibición total de la importación o la aplicación de unos aranceles que impidan de facto el comercio mundial.
Esta postura es claramente absurda y manipuladora, pues como todo en el mundo, y más aún, lo que afecta al comercio y la emigración, existen infinidad de matices a considerar: tanto en el de la libre circulación de bienes, fijación de precios, competencia y el fomento del desarrollo económico de terceros países, como en admitir la entrada de extranjeros según unos determinadas baremos y en determinadas condiciones.
Resultaría globalmente perjudicial meter un cerrojazo, a base de imponer unas penalizaciones a todo producto que no sea producido dentro de unas fronteras determinadas, pues eso provocaría la reacción contraria en el resto de las naciones e imposibilitaría la creación de la riqueza que se deriva de una actividad comercial e industrial a una escala económicamente más eficiente; ahora bien el aprovecharse, descarada y escandalosamente, de las diferencias socioeconómicas de un país para inundar a otro, en el que su legislación vigente le impide competir en precio por la diferencia de condiciones laborales, cargas sociales e impuestos, provocando el cierre de su industria, tampoco es admisible.
La solución a este dilema, si se enfoca con claridad, sin la contaminación de intereses ni ideologías, no es la cuadratura del círculo, al menos como principio general, otra cuestión es su complejidad a lo hora de aplicar la norma con sus matices en cada caso concreto, sería : en primer lugar exigir a aquellos países en cuestión, una considerable mejora en sus condiciones laborales y sociales, si es que desean seguir exportando sin unas cargas arancelarias considerables a países en los que dichas normas sean mucho más exigentes, con lo cual su ventaja competitiva, a la hora de determinar sus costes, no arroje esas diferencias tan escandalosas. Esto no significa que tengan que tener en el mercado local los mismos precios, alguna ventaja deben tener aquellos países que procuran fomentar su desarrollo, pues a todos conviene que el nivel colectivo global mejore y además, que de alguna manera hay que compensar las deficiencias en calidad y tecnología de los emergentes.
En resumen, lo que no es permisible es que ciertos productos fabricados en una determinada área económica cuesten 10€ y en Occidente en general nos cuesten 100€, pues como la ley de la gravedad económica existe, no es una invención capitalista, toda la fabricación se movería a esas zonas, generando un desempleo endémico en los países consumidores, un paro cuya financiación es insostenible a la larga. El patriotismo no es un valor en alza cuando de beneficios estamos hablando, y tampoco es “perverso” sino que es lógico, pues el objetivo de toda empresa es la de maximizar el beneficio, de lo contrario se dedicarían a otros menesteres más altruistas, y los consumidores tratarían de comprar lo más económicamente rentable posible. ¡Cuidado con pretender no aceptar este hecho, los idealismos han generando más sufrimiento y miseria en el mundo que todo ese evidente egoísmo!
Como dicho resultado nos llevaría a la ruina, algún orden habría que establecer en cuanto a la libre circulación de bienes y productos, un control o cuantificación de los mismos, que no debe ni mucho menos suponer una restricción a la libre circulación, al igual que vigilar de cerca las manipulaciones de todo tipo (monetarias, sanitarias…) que de facto estén imponiendo restricciones. Por tanto no hay que rasgarse las vestiduras si se intenta poner un poco de orden en este tema tras tantos años de abusos.
Con parecido criterio debería orientarse el tema de la inmigración: una afluencia razonable dentro de unos límites lógicos, en función del país receptor, sus posibilidades, sus recursos y sus necesidades, cumpliendo una serie de condiciones, es muy positiva y saludable para el desarrollo de ambas partes, por otro lado una inmigración coyuntural excesiva, culturalmente invasiva, por encima de la capacidad de absorción económica de cada país receptor alterando el equilibrio social o una falta de disposición a aceptar las costumbres y normas locales, resulta no solo conflictiva sino destructiva del propio tejido social, tanto del inmigrante como del país de acogida.
Resulta descorazonador ver como cuestiones que poseen una lógica irrebatible, y son de una urgencia e importancia extremas, se estancan y naufragan por culpa de una falta de capacidad resolutiva de las clases dirigentes mundiales, unos, por su miedo a adoptar ciertas medidas que contradicen unos dogmas utópicos arraigados entre algunas colectividades de votantes, y otros mucho me temo, que los más, por su incapacidad para superar unas circunstancias cambiantes, unas realidades que están surgiendo como una marea imparable, que requieren un tratamiento diferente a los esquemas comunes tradicionales anclados en una estructura política anquilosada para un mundo de facto globalizado.
En el tema migratorio, por ejemplo, sería necesario enfrentarse con el problema de reconocer que la ingobernabilidad, falta de capacidad de gobierno propio, ampliamente demostrado, en numerosos zonas del mundo, acaba por afectar trágica, dramática y directamente al resto, y que por tanto una intervención, política, social y económica en origen, aunque conlleve un gran coste, es la única solución posible, si se quiere evitar que una parte del mundo se vea irremisiblemente invadida por masas provenientes de continentes enteros. Hay que revisar el ya anticuado concepto de soberanía: ¿Quién hoy día, sinceramente, puede decir que es independiente, que no depende de un vasto entramado socioeconómico mundial y sufre las consecuencias de sus desequilibrios? De no ser así no quedaría más remedio que aplicar un cierre selectivo de fronteras radical e inmisericorde que levantaría ampollas en la conciencia de muchas personas para evitar un colapso total del modelo de estado Occidental.
La falta de acción en este terreno, una vez más nos hace dudar del verdadero objetivo de determinadas fuerzas políticas internas que parece que lo que realmente buscan es precisamente ese colapso…una nueva forma de beligerancia.
Se requerirían respuestas ejecutivas capaces de movilizar a la maquinaria social de una forma realista, no perderse en disquisiciones teóricas, tanto a nivel nacional como internacional, no se está a la altura de las circunstancias partiendo del volumen de conocimientos que se poseen, de las técnicas, recursos y posibles instituciones, medios y personas, que no están siendo aprovechados para resolver una problemática ineludible.
El comercio mundial y la inmigración son solo dos aspectos de esa problemática global que exigiría una urgente toma de conciencia y decisiones realistas. No se puede reducir tal cuestión a ese binomio tan oportuno de proteccionismo sin más o globalismo sin más…