Informan las televisiones nacionales del descubrimiento de redes de prostitución con relativa frecuencia. Las imágenes, en parques, calles y zonas de polígonos y almacenes son siempre muy parecidas: señoritas despechugadas y con minifaldas en las aceras, al lado de los coches o visibles junto a unos jardines. Lo que no vemos es a los proxenetas que las vigilan y que recuentan a los clientes para saber cuánto dinero deben darles.
En alguna ocasión las cámaras llegan en el momento de las detenciones. Entonces sí los guardias meten a las chicas en una furgoneta y llevan esposados a algunos hombres, uno de los cuales suele ser el jefe y se nota porque lo llevan el último y en manos de, por lo menos, dos guardias: uno a cada lado. Siempre, en cualquier lugar o momento se deben respetar los grados y clases de los detenidos.
La verdad es que, visto desde lejos como ocurre con las televisiones, las imágenes que nos hieren a los televidentes no son demasiado diferentes de las que disfrutamos cuando se detiene a algunos peces gordos de las tarjetas “black”. Salvo las minifaldas, casi son lo mismo, porque también hay tarjetas y tarjetas y algunos peces son más gordos que otros. Es decir, que la prostitución y los partidos políticos tienen muchas más cosas en común de lo que a primera vista parece y es digno de saberse el cómo y los porqués de estas semejanzas.
La estructura del poder tiende a ser piramidal y así como hay sueldos de 450 euros también hay putas arrastradas que cobran 30 euros por servicio, pero si se suben varios escalones las mejorías de sueldo y de servicios pueden llegar a ser costosísimas y hay amantes de políticos y políticos amantes que cuestan un ojo de la cara y que van de un lado a otro montados en el dólar. Y se llega así hasta el mandamás, que puede llamarse “cabeza de cerdo” y cosas semejantes.
Creada la cúpula, los procedimientos para la captación de las bases son muy sencillos: se hace la propaganda sobre las ventajas de un buen empleo, remunerado y fácil de cumplir y se engaña así a unos cuantos incautos o incautas. Una vez llegada la remesa de gentes engañadas se les hace cumplir jornadas de sol a sol, junto con noches de luna y sin luna y se les hace trabajar a todo trapo. Se les dice que tienen que pagar la manutención y el viaje y que deberían estar agradecidos y, si alguno o alguna se rebelan se les dan cuatro bofetadas para que sepan a qué atenerse.
La “Democracia” que vivimos se vuelve así en una perfecta Putocracia. Hay un chulo que, como Secretario General o Presidente, designa a dedo los cargos y al que todos deben respetar para que el empleo sea menos duro y la ganancia más substancial y así es como se llegaa ser puta de lujo, pero bajando la voz por el riesgo que tienen las paredes.
El sistema funciona así: nada de primarias para los afiliados y si hay primarias para nada sirven, pues para eso existen las gestoras. Silencio de las mayorías ante las cúpulas y plazos interminables para las adjudicaciones definitivas, evitando rebeldías e inútiles posicionamientos de disidentes. Hay gentes que se llevan mordiendo las uñas durante meses para saber si han sido designados a los salones o han de seguir en la calle.
De democracia interna, cero. Las encuestas mandan y las putas salen a la calle a pegar carteles y aplaudir asambleas para beneficio de los designados cuya misión es apoyar las decisiones que convengan al partido aún a costa del hundimiento del país. En consecuencia, la acepción más legítima de la Puto-cracia es ésta: “Dícese de los Partidos que someten a todos sus representantes a un clientelismo de putas y de putos que les consiguen los votos para defender un sistema con el que mantener sus trabajos supcionando del dinero público extorsionado a los ciudadanos”.
En definitiva, se entiende por “Puto-Cracia” al sistema político que rige en España desde mediados del siglo XX y cuyo fin está en el filo de la navaja hoy por hoy.