Las dos almas de la derecha española siempre se han debatido entre el dilema de la gestión y la bien llamada batalla cultural. Aunque los segundos han tenido algún hueco, a nivel nacional casi siempre ha primado la gestión, los primeros. Y no es que haya que denostar aquel “It´s the economy, stupid” (es la economía, estúpido) que llevó a aquel monstruo de la comunicación política, el presidente Clinton, a ganar a Bush padre en los años noventa del siglo pasado. Pero en algún momento habrá que luchar por convencer y cambiar las mentalidades de los españoles. El estatismo que nos invade, y sus corolarios: el odio al éxito, al talento, a la sana diferencia se está volviendo asfixiante y ruinoso. La subida de los costes de vida (la inflación no es de hoy) y el sadismo fiscal están liquidando el futuro de las clases medias. Vamos a un país de ciudadanos pobres apenas subvencionados y a unas pocas élites globalistas. Nos estamos convirtiendo en un país manso, gris; casi soviético.
La historia de la democracia española, como ha descrito recientemente el director de un diario nacional, se podría reducir a una serie de gobiernos de izquierda que implementan su agenda ideológica con un coste desorbitado, y unos gobiernos de derecha que ganan el poder cuando las cuentas públicas no dan más de sí; pero, y esto es la clave, unos gobiernos de derecha que no tocan la ideología de izquierdas aunque hayan sido la ruina de las cuentas públicas. Es la fuerza incontestable del consenso progre.
Quizás sea el papel de Abascal liderar el cambio para establecer las bases ideológicas que acaben con la secuencia maldita que nos está llevando a la ruina
En su turno de gobierno, las derechas arreglan la economía y las cuentas públicas. Esto suele llevar unos siete u ocho años. A estos gobiernos de derechas les suceden gobiernos de izquierda que vuelven a abrir la caja pública para avanzar ideológicamente. Tras la secuencia Felipe González y Aznar —qué error irse a los ocho años, cuando más necesario era y más decidido estaba al combate ideológico—, vinieron ZP y Rajoy; y hoy parece que se repite la historia con Sánchez y Feijóo.
Claro que hay islas de optimismo en las que se rompe la secuencia: gasto e imposición ideológica de la izquierda, austeridad económica y neutralidad ideológica de la derecha. La Comunidad de Madrid es un ejemplo.
El reciente fenómeno Ayuso sólo pudo darse porque Esperanza Aguirre no dudó en ir a la batalla ideológica, y desde luego que tuvo efectos a largo plazo para cambiar la mansedumbre y el estatismo tan buscado por la izquierda por ciudadanos, los madrileños, que valoran la libertad, el talento y el éxito. Pero es que además del éxito político de la comunidad de Madrid hay que unirle el económico, pues es, por poner un ejemplo, el primer motor de España con un PIB superior al de Cataluña con un millón menos de habitantes. A Aguirre le seguían, como lo hacen hoy con Ayuso, hasta en el llamado “cinturón rojo” de Madrid. Nada tiene más tirón que la libertad, sobre todo cuando el grito es creíble.
No parece que Feijóo sea la persona más indicada para lanzar a la derecha a liderar el cambio ideológico necesario y profundo que requiere España. Y que puede, además, ser la base para que los gobiernos de derechas no se agoten a los ocho años. Pero las cosas han cambiado, y tampoco va a tener Feijóo la mayoría necesaria para gestionar el desastre que volverán a dejar las izquierdas tras los gobiernos de Sánchez. Entonces, Feijóo renqueará en busca de apoyos en la izquierda —¡la responsable del desastre!— pero pronto tendrá que volverse hacia Vox y aceptar que quizás sea el papel de Abascal liderar el cambio para establecer las bases ideológicas para acabar con la secuencia maldita que les he descrito y que nos esta literalmente llevando a la ruina. Esa será su misión histórica.