«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Putin avanza, la OTAN recula…

10 de marzo de 2022

…y los ucranianos se sacrifican.

El mundo occidental ha pasado por todo tipo de emociones frente a Putin y Ucrania. Primero, se advertía públicamente que Rusia podía atacar Ucrania aunque no se creía de verdad en que Putin se atreviera a hacerlo. Pero quedaba bien, como no lo iba a materializar, nos podíamos poner la medalla de haberlo disuadido; luego, cuando las tropas rusas empezaron la invasión, se pensó que era cuestión de horas que Kiev capitulase, dada la superioridad numérica y operativa del ejército ruso. Eso permitió lanzarse a una retórica belicista porque al creer que el conflicto estarían terminado enseguida, las palabras no tendrían consecuencias; después, cuando los ucranianos montaron su resistencia y las tropas rusas parecían no avanzar tan rápido como se había inicialmente pensado, se pasó a una tercera fase en la que todos se preguntaban ¿Y si Putin no gana? ¿Y si los ucranianos resisten? Todas las promesas que se habían hecho tendrían que formalizarse para ayudar al país invadido. Llevado de su propia retórica, el alto representante de la UE, el socialista español Josep Borrell, incluso llegó a prometer cazas de combate sin tener en cuenta las dificultades de llevar a cabo su promesa (todavía sin cumplir, dicho sea de paso).

Hasta aquí lo que gusta contar: que Occidente se ha unido para doblegar a Putin; que la OTAN ha revivido como organismo de defensa colectiva; y que la UE ha pasado de ser una institución pacifista a convertirse e una proveedora de armamento para los ucranianos. Alemania cambia de guardia y, bajo un gobierno tricolor, decide que ha llegado el momento de rearmarse, aumentar su presupuesto de Defensa hasta los niveles que le pedía hace no mucho Trump y considerar desplegar tropas en suelo de otros aliados. La realidad habría acabado con el mito de un mundo pacífico que podía dedicarse a pensar en carros de combate eléctricos para mostrarnos a todos, y violentamente, que el mundo no es un lugar perfecto, que la fuerza tiene su espacio y que ser débil no es un buen augurio para la soberanía nacional y la libertad. 

En toda guerra hay un punto de inflexión y este se produce cuando se toma conciencia de que no se puede ganar

¿Pero es verdad toda esta historia o nos estamos creando una nueva realidad paralela? Porque, para empezar, hay una verdad incontestable: nadie, ni los Estados Unidos de Biden, ni la OTAN, ni la UE supo y pudo disuadir a Putin de llevar a cabo sus planes. Y se puede seguir conque nadie, por mucha palabrería que se emplee o por muchas sanciones que se anuncien (y anunciar no es siempre sinónimo de ejecutar), ha podido disuadir a Putin de detener su agresión, salir de Ucrania y respetar el statu quo ante. Las operaciones militares prosiguen.

La verdad es que las tropas rusas, a pesar de las fotos de los convoyes detenidos en las afuera de Kiev, avanzan y progresan hacia sus objetivos: la toma de la capital y la capitulación de Zelenski, o lo que llegue primero. Y lo están haciendo con un cierto elemento de contención: no están arrasando con todo, como en Grozni, pero tampoco dejan a los civiles tranquilos. Tienen que lograr un nivel de destrucción que haga creíble que van a ganar. Tienen que desmovilizar a la resistencia y desmoralizar a la población en general. Que sea legal o no según las leyes de la guerra, al líder del Kremlin le da igual.

Una segunda verdad es que en paralelo al avance ruso, la OTAN recula. Tras la referencia a las armas nucleares, el anuncio de que ponía su armamento estratégico en un nivel más alto de disponibilidad y que Rusia castigaría a todo país que ayudase militarmente a Ucrania, no ha habido día o dirigente de las OTAN que haya recalcado que nosotros no somos parte del conflicto; que no estamos en guerra con Rusia; que sólo queremos detener una crisis humanitaria; y que se tiene que dar con una solución diplomática. Las transferencias de armas se mantienen en niveles muy bajos y poco a poco se va pasando de misiles contra carros a munición ligera. Nada pesado, nada de inteligencia; nada de artillería. Y de los famosos cazas migs a transferir, anda los socios liados: Polonia, que los tiene, no se atreve a enviarlos directamente desde su suelo; propone transferirlos a Alemania, a una base americana y que sea Biden el que se los haga llegar a Zelenski. pero está por ver que el mero anuncio de este plan no esté motivado para acabar con él antes de empezar. La verdad es que la OTAN se ha achantado al comprobar que Putin no parpadeaba.

Cuando los europeos vean que el coste político de seguir sosteniendo a los ucranianos es mucho mayor que los beneficios, justificarán que Ucrania se rinda

Una tercera verdad es que los ucranianos parecen dispuestos a vender cara la integridad de su nación y la independencia que disfrutaban. Pero no es menos cierto que en toda guerra hay un punto de inflexión y este se produce cuando se toma conciencia de que no se puede ganar y que el enemigo está venciendo. ¿Cuánto tardarán los ucranianos en llegar a ese punto crítico? Mucho depende de cuánto crean que van a recibir como ayuda desde el exterior. Porque la resistencia nunca se ha sostenido por sus propios medios. Ni en la Francia ocupada por Hitler ni los afganos sostenidos desde Peshawar. Por tanto, la pregunta es ¿cuánto tiempo va a estar la Unión Europea armando a Ucrania?  Sinceramente, tanto como la victoria de Putin no esté cantada. Cuando los europeos a su vez se den cuenta de que no pueden sostener más a los ucranianos, verán que el coste político de seguir haciéndolo es mucho mayor que los beneficios y entonces justificarán que Ucrania se rinda. Yo les doy de dos a tres semanas. No mucho más. Y que conste que me gustaría equivocarme porque lo que estamos haciendo, alimentar unas esperanzas en Ucrania, es una irresponsabilidad si no se lleva a sus máximas consecuencias. Pero ya lo he dicho en anteriores ocasiones, no estamos dispuestos a morir por Donbas

Putin nos ha estado ganando la partida desde el primer momento. No está dispuesto a renunciar a sus objetivos y, por tanto, la escalada del conflicto no se puede descartar. Salvo que no seamos coherentes con lo que decimos y nuestra solidaridad con Ucrania esté limitada en su alcance y el tiempo. Cuando caiga Kiev lo sabremos. Pero sería bueno que nuestros dirigentes fuesen pensando qué van a hacer el día después.

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