«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Que le da igual

20 de abril de 2023

En la campaña electoral de 2004, el senador demócrata John Edwards prometió que, si John Kerry era presidente, acabaría con la diabetes, el Parkinson, y el Alzheimer. No contento con la promesa, tal vez le pareció poco, subió la apuesta, con dos pelotas, y añadió: «¡Personas como Christopher Reeve se levantarán de esa silla de ruedas y volverán a caminar!». No comprendo como tal compromiso mesiánico no condujo al pueblo americano a votar masivamente a Kerry; por el contrario, eligieron a Bush, tan soso que no prometió ni siquiera el maná, ni que las ranas críen pelo, ni nada de nada.

Cuando en los 70 el genio del periodismo gonzo Hunter S. Thompson se postuló para sheriff del condado de Pitkin, en Colorado, además de despenalizar las drogas, prometió destruir a golpes las carreteras de Aspen, convertir todas las calles en frondosos pastos, y utilizar el asfalto sobrante para hacer un aparcamiento fuera de la ciudad. Nunca entendió por qué los de Pitkin eligieron al candidato republicano a sheriff.

Y acercándonos moralmente al cogollo sanchista, me cuentan también que Emmerson Mnangagwa, actual presidente de Zimbabue, prometió en su programa electoral de 2018 que iba a construir 1.500.000 casas en los próximos cinco años. Por supuesto, no lo ha hecho. Más que nada porque para cumplir lo prometido tendría que levantar 822 malditas casas al día. Pero, ¿y qué?

En España Sánchez ha prometido por sorpresa un huevo y medio de viviendas, ya lo sabes. Una locura, si quieres, pero él ya ha colocado el titular. El resto no es asunto suyo. Llevamos casi cinco años de Pedro Sánchez parasitando la presidencia del Gobierno y todavía hay quien no entiende al personaje. Me conmueve ver a tantos tertulianos, políticos, y periodistas rebuscando entre las 50.000 viviendas, grabando vídeos, publicando fotografías exclusivas, analizando toneladas de datos de ubicación y estado de conservación: que si no existen, que si están inhabitables, que si están okupadas por votantes de Podemos. ¿Para qué? El presidente dijo 50.000 viviendas como podría haber dicho 500.000 o 5.000. No le importa lo más mínimo cómo vaya a ejecutarse tan disparatado plan por una sencilla razón: no tiene la menor intención de ejecutarlo. Le preocupan tanto las viviendas como a mí la vida sentimental de Bigote Arrocet, que no sé quién es, ni si existe, ni si está en estado ruinoso, sin construir, u ocupado.

En su maltrato a la verdad, práctica que no abandona ni un solo día de su vida, Sánchez actúa con la desvergüenza de aquel Camilo José Cela, del que cuentan que, en una ocasión, allá por los 40, cuando escribía en Arriba, tras un artículo polémico, fue llamado al despacho del Secretario General del Movimiento, Raimundo Fernández-Cuesta, que dedicó unos minutos a abroncarlo. Acabada la reprimenda, al abrir la puerta, el escritor observó que un montón de gobernadores hacían cola para entrar, apelotonados, cotilleando al otro lado de la madera; por el gesto, comprendió que habían escuchado algunas voces, pero no habían oído los detalles. Cela siendo Cela: se recolocó la corbata con dignidad, y echó a andar exclamando con impostada indignación: «¡No te jode, pues no quería hacerme gobernador civil!».

Lo que ocurre es que lo que en el talentoso autor de La colmena nos parece divertido, en Sánchez no tiene tanta gracia. 

Lo pensaba ayer. En su locura, en su maldad, a veces comprendo al presidente. Si yo me presentara a alcalde de mi ciudad, con toda probabilidad, prometería cerveza gratis para todos. Evidentemente, no saldría elegido, pero en el caso de que sí, en contra de lo que piensan los que ahora creen que la trola urbanística de Sánchez le pasará alguna factura, el problema no lo tendría yo, en absoluto, yo estaría cojonudamente bien: el problema lo tendrían los ciudadanos. 

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