Estaba yo embebido estos días atrás, como tantos españoles, en las noticias sobre la corrupción socialista (valga la redundancia), cuando de pronto me vi sorprendido e intrigado a la vez. ¡Que viene Franco!, me dijo por wasap un buen amigo mío, muy poco dado al chiste, y menos aún a las invenciones. ¡Lo hemos conseguido!, remató él para acabar de descolocarme por completo.
Que te digan «¡que viene Franco!» cuando estás viendo a tu patria naufragar en un lodazal de inmundicia moral (obviamente, engendrada y gestionada por socialistas y comunistas), no diré que me resultase evocador, pero sí que me produjo un shock emocional de alguna intensidad. Recordé varios títulos de Fernando Vizcaíno Casas, el célebre profeta valenciano y escritor de best sellers, hasta el punto de llegar a preguntarme: «Pero, ¿será verdad que va a volver?»
Ponerle de nombre Franco a tu hijo, al menos en España, es una provocación inasumible para cualquier matrimonio que no haya perdido la chaveta. «Pero Cris, cariño, ¿cómo le vamos a poner al crío Franco de nombre?, ¿tú has pensado, cuando pasen lista en su clase, el cachondeo?» Sobre todo si el primer apellido es Del Ferrol… Bueno, basta. Que no, que es mejor ponerle al niño simplemente Francisco y, eso sí, educarlo de tal manera que, con los años, no se termine pareciendo a Largo Caballero.
Lo que pasaba (y sólo me di cuenta después de leer los siguientes wasaps de mi amigo) es que el Real Madrid acababa de fichar al portentoso futbolista argentino Mastantuono, un prodigio de sólo 17 años a quién lógicamente ya empiezan a comparar con Messi y con Maradona. De momento no ha lesionado de gravedad a nadie, parece que es amigo de sus amigos y un buen hijo, pero ¡ay! (que diría el maestro García-Máiquez), el chico se llama Franco. «Querrá usted decir Francisco…» ¡No, no…, Franco, Franco! (con perdón).
Yo no sé si este joven meterá muchos goles al socialismo, cosa que no le vendría nada mal a la humanidad, pero mire usted, de momento con que los vaya metiendo en la portería rival del Bernabéu, nos vamos conformando algunos. Y es que (Hughes no me dejará mentir), ser del Madrid también es, en cierto modo, una expresión más del modo de ser español, que diría Julio Camba. No ahora, que visto el once desde lejos parece la selección de Camerún, sino a lo largo de sus gloriosos años jalonados de copas de Europa y de fichajes rutilantes.
Me quedé por fin satisfecho con la nueva incorporación merengue, y a la vez preocupado por la mafia criminal que sigue instalada en La Moncloa y alrededores. Por la certeza de que, muy probablemente, como suele repetir Abascal, lo peor de Pedro Sánchez todavía está por llegar. Vamos a ver si conseguimos, bien saliendo a las calles, bien metiendo cada uno los goles que pueda desde su puesto, convertirlo pronto en una pesadilla del pasado.