Hay jornadas futboleras que no deberíamos ver por salud mental. Ganas me daban el sábado de irme a limpiar la plata que no tengo, a lo Downton Abbey. Pero para algo me tenía que servir, he comprobado que tengo un nivel de masoquismo que alcanza cotas siderales. Pegada a la pantalla permanecí; con dos lagrimones, pero inasequible al desaliento. Como Eduardo Galeano, casi cuelgo un cartel en la puerta: “Cerrado por fútbol”. El destino quiso regalarnos un Madrid campeón unos minutos, que te lo dicen en Navidad y estás esperando a que salga Juan y Medio con el ramo de rosas al grito de Inocente, Inocente. Eso sí, han sido cuatro meses de ascender un Angliru, soportar algunos arbitrajes irrisorios que favorecían al rival y, lo más, la rémora de un Madrid que le quedó grande a Benítez, tan grande como esas chaquetas con esas mangas que lucía cada domingo por la banda. La poesía sólo acude cuando quiere. Creo que Benítez aún se sigue preguntando, como Vargas Llosa en Conversación en la Catedral: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.
Como la literatura y las crónicas de los partidos tienen mucho de forense, el adiós a la Liga me recordó la razón por la que aún bombeaba mi corazón. Renqueante, pero aún bombeaba (pelín cursi, lo sé, pero yo también tengo mi corazoncito). Era la nostalgia de lo perdido. Para culminar con el cansancio de haber albergado todas las ilusiones. El agotamiento de tenerlas para, al final, perderla (otra vez)… Como si de un episodio de Bones fuera, quiero imaginar a Florentino, y a sus manos derechas, escudriñando cada página de Excel y Office con la minuciosidad del bisturí, analizando, empresarialmente, qué conviene para la próxima campaña. No quiero otra Liga que no pueda recordar, no quiero más ladrones de recuerdos (gritos de Isco, Isco, en mi ordenador). Quiero a un Zidane desasogado a lo Pessoa, pero con todo en orden. La cuadratura del círculo. Alquimistas en busca de la fórmula del oro.
Lo positivo: Zinedine Zidane es un work in progress. Tenemos entrenador y con proyecto. Para los iluminados, Zidane no ha perdido esta Liga, la Liga ya estaba perdida. “I don’t know what tomorrow will bring» (no sé lo que mañana traerá, las últimas palabras que escribió Fernando Pessoa) pero estaré eternamente agradecida al francés que nos ha regalado un aliento, un recobrar la emoción. Ganamos aun sabiendo que perdimos. Y, no es baladí, impartiendo clases de imagen en cada rueda de prensa. Zidane es la timidez de un suspiro. Te mantiene atado a cada argumento… con la medida de los puntos suspensivos. Titánica serenidad. Diálogos breves jugando entre la sencillez y la complejidad. Como el perfecto director de escena, sabe la importancia del templo en el que se mueve y como un hilo argumental ha ido introduciendo un nuevo personaje, un cambio en la lista, descubriéndonos nuevas pistas y reconstruyendo trayectos que nosotros luego saboreábamos con el placer de contemplar cada remontada. Ser segundos tras haber hecho un 70% de liga deplorable es de alabanza (sin ser yo de segundos puestos). El Real Madrid ha sido Zidane. Él ha insuflado aire a un enfermo agonizante y con una dejadez de juzgado de guardia recuperando la unión de un grupo sin tintes de protagonismo. ¡Oh, milagro!, sin querer ser más uno que el otro. Todos en el mismo barco. “You can’t forsake the ties that bind”, que canta Springsteen (no puedes abandonar los lazos que unen): dos empates, diecisiete victorias, una sola derrota, cincuenta y tres puntos en veinte partidos y alcanzar una final de Champions, y todo desde el pasado cuatro de enero. Está a punto de encontrar el equilibrio. Lo busca, dice. Ojalá la cadencia de un Fred Astaire. Decía Benítez al inicio: “Debemos aprovechar la plantilla para llegar al final de la temporada, al mes de mayo, atacando y ganando”. Una, mal gestionada, concentración de egos y talentos le privó de garra e instinto asesino. Su despedida recordaba aquellas palabras de Bielsa: “He hecho concesiones que han debilitado mi manera de hacer las cosas”.
Mientras, en Barcelona, entre calçotades y butifarra, festejan la Liga de los diecinueve penaltis a favor, una tarjeta roja en contra y las nueve rojas a favor… Meritazo del Real Madrid con esta estadística del rival, ¿el rival más fuerte? El fútbol refleja qué pasa en esta sociedad, se deja influir por sus aspectos y circunstancias. Lo del Barcelona es de análisis. Celebran una Liga de un país del que reniegan. Pequeños descalabros en la percepción. De esquizofrenia. Estos culés tienen una vida interior complicadísima. Respecto a Luis Enrique, con esa prosa cáustica y desesperada, ha alcanzado la gloria escribiendo a fogonazos messianicos iluminados. Con dudas y obsesiones. Un maniqueo fin de siécle (¿?). Porque ya nadie se acuerda del calvario de Luis Suárez. Recuerden a los expertos columnistas y a aficionados exquisitos cómo se echaban las manos a la cabeza tras el mordisco del uruguayo en el Mundial de Brasil. Finalmente, hemos comprobado que no ha transmitido la rabia a nadie y nos ha dejado firmados cuarenta goles. Sin Suárez, ¿qué sería de ti, Lucho?
¿Qué hemos aprendido? Ay, Ramos, vamos a tomarnos con humor el tema. Deberíais haberle hecho la cama (presuntamente) antes a Benítez. ¿Deportivamente? Gareth Bale está como una moto. Como un ‘expreso’, vamos. Cristiano llega espléndido a la final de Champions (acató, aplicado, la orden de banquillo en la segunda parte). Tenemos dos porteros ¡dos! pletóricos. Recuperamos a Kroos. Y Modric, ¿qué decir de Modric? Y la otra cara de la moneda: que de los errores se aprende, que la limpieza no se hace escondiendo la porquería bajo la alfombra. Que Isco pide a gritos un cambio de aires. Y que James se ha abierto la puerta de salida él solito. Ay James, James…
Pero siempre nos quedará Milán. Como cada gran acontecimiento, todo empieza a suceder poco antes de su comienzo. Como un Lisbon revisited, préstame tu nostalgia, Pessoa. Y tarareo lo de Vetusta Morla: “He enterrado cuentos y calendario, / ya cambié el balón por gasolina. / Ha prendido el bosque al incendiar la orilla…”.