«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

¿Quién detiene el golpe?

14 de junio de 2024

En los días del golpe separatista hizo fortuna entre sorayos y marianistas la creencia de que aquello se paraba con el código penal, que a Puigdemont, Junqueras, los Jordis y la turba que les seguía los frenarían divisiones de abogados del Estado recitando la Constitución. Que las urnas del 1 de octubre se disolverían en cuanto la brigada Aranzadi cruzara el Ebro y los traidores, muy contritos, volverían a la senda constitucional al grito de libertad, libertad, sin ira libertad.

Nada de eso ocurrió. Hubo referéndum y el Gobierno fue doblemente humillado porque la operación diálogo emprendida por doña Soraya fracasó tres años después de que Artur Mas también pusiera las urnas. Enternecía ver a la vicepresidenta poco antes del 1-O insistir en que Puigdemont se chocaría con el estado de derecho, que no habría referéndum y que ella no caería en provocaciones porque la fuerza de las leyes no necesita sobreactuación. Ese derroche de coraje hizo que los separatistas se la tomaran tan en serio que incluso Junqueras la cogió por los hombros.

Cuando volvemos a echar un vistazo a esa foto, con la vicepresidenta maniatada mirando al infinito, reparamos en que Felipe VI también aparece, aunque en un premonitorio segundo plano. Después, cuando la situación lo demandaba, el rey dio un paso adelante y pronunció el discurso del 3 de octubre. No es el escenario actual. El jefe del Estado ha firmado la amnistía que, además de eliminar la condena a los golpistas, reconoce que el Estado se equivocó. O sea, que el discurso que levantó el ánimo a una nación vejada es ahora papel mojado. Felipe VI dijo entonces que «es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones». Ahí queda eso.

Si no recuerdo mal, Pío Moa fue el primero que advirtió que la ley de memoria histórica de Zapatero era, sobre todo, un monumental jaque al rey, pues deslegitimaba la monarquía en la medida en que invalidaba el franquismo del que emana la legitimidad del 78 y de la propia corona, cuya restauración borbónica fue posible de la ley a la ley. Por supuesto, Juan Carlos I también estampó su firma en aquel homenaje al revanchismo convertido en norma, una enmienda a la totalidad contra nuestra historia. Entonces los tertulianos más avispados anunciaron que no era más que una cortina de humo del PSOE, la típica maniobra de distracción. Los jefes de aquellos tertulianos, por cierto, venían de condenar a sus propios abuelos sumándose a la declaración institucional del Congreso contra el alzamiento del 18 de julio. Más distracción.

No parecen suficientes derrotas para la derecha viva el rey manque pierda, que no ha aprendido nada del 14 de abril de 1931 cuando entregó el poder a quienes habían conspirado contra Alfonso XIII en el pacto de San Sebastián el verano anterior. Aquellas elecciones municipales no eran un plebiscito —como tampoco lo ha habido ahora contra Sánchez por más que Feijoo se empeñara— pero los republicanos se salieron con la suya al no encontrar resistencia.

Quienes creen que cuestionar al rey es caer en la trampa de Sánchez no nos explican algo: si el monarca no defendiera la unidad de España ni nuestros derechos y libertades ni la norma fundamental que los ampara o se pusiera de perfil ante la balcanización del país, ¿entonces para qué serviría? ¿Como atrezo en los desfiles del 12 de octubre y para leer un discurso en Navidad mientras las mamás dicen lo bien preparado que está?

Si la nación continúa su lento hundimiento habrá un momento en que parte de la tripulación decida si le merece la pena permanecer en ese barco en el que todos saben que naufragará, pero nadie hace nada. Como dijo Indalecio Prieto en abril del 30: es la hora de las definiciones y decidir si estar con el rey o contra el rey.

Por supuesto, es el debate arquetípico donde se aprecia la enorme brecha que hay entre boomers setentayochistas y las nuevas generaciones que ya no se tragan lo del orden constitucional, el 23F y la democracia que nos hemos dado. Los primeros creen que el Muro de Berlín no ha caído, que estamos en plena guerra fría (bueno, esto lo están logrando a pulso) y que el comunismo es una gran amenaza para la humanidad en 2024. Los segundos acudieron a Ferraz y rompieron el idilio de la derecha social con la policía y la monarquía, cuyo escudo desapareció de algunas rojigualdas.

En fin, que el cambio de régimen sigue adelante y al PP le toca salir al rescate a inyectar la anestesia al enfermo y decir que todo va bien. El bipartidismo, en plena forma, mete a ERC en el Ayuntamiento de Barcelona y a Rull a manejar el parlament cuando no tienen mayoría. Si no es para sospechar que están todos en el ajo…

Cómo será la cosa si hasta en los ruedos le piden a Felipe VI que esté a la altura, como el torero Paco Ureña, que le dedicó un brindis en San Isidro que pasará a la historia: «Va por usted, por España. Espero que defienda a España como lo necesitamos en la actualidad».

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