«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Quintacolumnismo

16 de noviembre de 2020

Una amiga me cuenta la tensión continua que el feminismo de enésima generación está generando en el colegio de su hijo adolescente, donde los chicos y las chicas llevan, ay, como el perro y el gato y ha intervenido la dirección, se han desencadenado expulsiones disciplinarias (de chicos), se han impuesto peticiones de perdón unilaterales y más cosas. Mientras la oigo, recuerdo que ya hace seis o siete años otro amigo me contó con alarma algo muy parecido del instituto público de su hijo, aunque desde entonces la situación, por lo que veo, se ha agravado mucho. Los varones, entre adoctrinados, abroncados y acosados por la ideología imperante, tienden a defenderse y a enrocarse numantinamente.

¿Acabará siendo el machismo una profecía autocumplida? ¿Marcará esto a una generación de forma irreversible? Es una posibilidad alarmante, con graves consecuencias psicológicas, familiares y políticas, aunque yo, como buen conservador, confío en la naturaleza y en la realidad. Los adolescentes harán que las aguas vuelvan a su cauce, también revuelto, pero de un modo más romántico, o sea, más clásico, si me perdonan el oxímoron y el optimismo. Sin embargo, hay un detalle que me llama mucho la atención. Mi amiga insiste en lo importante que sería que algunas alumnas y profesoras se pusiesen del lado del sentido común, desarmando la beligerancia que otras quieren imponer a toda costa entre sexos. Parece que el discurso conciliador de los chicos o de algún profesor sensato no penetra el compartimiento estanco de una ideología de la identidad.

Eso está ocurriendo más de lo que nuestra confianza en el valor de la razón quiere admitir; y es un cambio de paradigma. Las innumerables identidades, jaleadas desde sus ideologías intonsas y con sus intensos idiolectos, son inmunes al razonamiento si no se ejerce desde dentro de su propio cerco. No digo que no traten de expulsar al discrepante, sino que sólo se resignan a escucharlo si es de ellos o de ellas o de elles. Véase que incluso los análisis del voto en Estados Unidos se hacen por identidades segregadas (raciales, sexuales o religiosas).

Por eso, adquieren tanto protagonismo en los debates públicos e incluso intelectuales los que argumentan a la contra de la verdad oficial de sus respectivos grupos de identidad: homosexuales que cuestionan el movimiento LGTBIQetc.; mujeres que se liberan del feminismo dogmático; ex marxistas que defienden la economía de mercado; gentes de color contra el racismo; catalanes hartos del catalanismo; ateos contra la discriminación religiosa, mujeres que abortaron y abominan del aborto; tetrapléjicos contra la eutanasia, como don Luis Moya, admirable médico y sacerdote de la Universidad de Navarra, que acaba de morir y que nos dejó un gran ejemplo… Así, en la prensa, paralelamente, el columnismo más eficaz es el quintacolumnismo.

El hombre blanco, heterosexual, español, católico, fofisano, de clase media y de mediana edad, que ni siquiera es divorciado ni tiene una cuenta en Instagram, carece de púlpito moral al que encaramarse. Le falta su altavoz identitario. A todos los efectos de la postmodernidad, es mudo. O la postmodernidad es sorda, lo que, para el caso, es idéntico. En una película de guardaespaldas de cuyo nombre no logro acordarme, en la escena final, Clint Eastwood se sentaba, ya cansado, con su deber cumplido, en las escaleras del Capitolio y se decía algo así: “Soy hombre, blanco y heterosexual: no tengo nada que hacer en este país”.

Pero lejos de mí (que doy el tipo de tipo típico hasta extremos tipificables) quejarme. Si escribo desde el grado cero de la relevancia, sin nada de nada sobre lo que auparme; eso, aunque no ayude a mi prestigio social ni a mi carrera periodística, tiene el valor de la racionalidad a pecho descubierto.

Admito, como mi amiga, que la situación actual requiere una estrategia intrusiva. A estas alturas (a estas alturas de las firmes murallas identitarias, casi como las de la inexpugnable Troya), ¿qué otro remedio que la táctica de Ulises y su caballo? Son esas personas valientes que, desde dentro de las herméticas identidades, tienen la bula para atreverse a cuestionar el discurso envasado al vacío que se impone como oficial en su grupo. Les costará mucho, claro, pero al menos pueden decir “esta boca es mía”. Y luego (me animo) hace falta este columnismo primario, directo, como la estrategia de Eneas, esto es, del derrotado que va dispuesto a fundar o refundar la ciudad con pocos de los suyos. Este discurso sin eco social, extranjero en su tiempo, se construye sólo a fuerza de argumentos a la intemperie y gracias a su adecuación a la realidad desnuda. ¿Será inútil? Oh, nada es inútil si es verdadero y hermoso; pero es que, además, puede que lo recoja alguno de los que se atreven desde dentro de sus murallas particulares, y allí lo cuele. Entonces, la verdad es imparable.

El análisis de la Fundación Disenso sobre el trasfondo cultural e ideológico de las elecciones norteamericanas señala estos senderos que se bifurcan y reencuentran. Para que haya quintacolumnismo, tiene que haber, a fin de cuentas, primer, segundo, tercer y cuartocolumnismo. No estamos para ningunear ninguna contribución. Desde fuera y desde dentro. El sentido del voto en los grupos identitarios de los Estados Unidos, con independencia del resultado final, demuestra que la táctica de los compartimentos estancos está resquebrajándose.

.
Fondo newsletter