Es sorprendente la persistencia de Artur Mas en mantener la ficción de que el próximo 9 de noviembre va a convocar un referéndum en el que, si tal cosa llegara a producirse, los hipotéticos votantes -todos ellos partidarios de la independencia, como es natural- votarían con el DNI o el pasaporte del Reino de España. Es más sorprendente aún que todos los actores de éste relato -cuanto gusta últimamente la palabrita- hagan como que se lo creen. Hasta cuándo van a fingir los separatistas que va a llevar a cabo la fantasmada de sacar urnas a la calle para que las retiren… ¿los mossos de esquadra?
Crecen las voces, según cuentan los que conocen por dentro el percal, en el seno de Convergencia, que no están dispuestas a que Mas les obligue a hacer el ridículo durante mucho más tiempo. ‘Urge buscarle una salida rápida -digna a ser posible- a éste hombre’, parece ser que se dicen unos a otros. Son cada vez más los grandes empresarios catalanes que, no en público aún salvo honrosas excepciones, pero cada vez con mayor profusión en privado, hacen llegar mensajes a los pertinentes círculos ‘monclovitas’ expresando algo más que una razonable preocupación por las consecuencias que el circo puede llegar a tener en ‘cero coma’ de seguir así las cosas.
Entra dentro de lo normal que Mariano Rajoy despierte de una vez (¿lo habrá hecho ya?) de su indolente sueño y comience a permitirse, siquiera pequeños gestos, como irse de los sitios media hora antes de que llegue Artur Mas. Algo peor me parece que la estrategia gubernamental esté basándose exclusivamente en las nefastas consecuencias económicas que para Cataluña tendría una hipotética salida de España y por tanto de la Unión Europea y siga dando urticaria esgrimir lo política e históricamente substancial: que la unidad de España no se puede quebrar por el capricho de un aventurero y un más o menos numeroso grupo de tarados que le jalean a la vez que le aprisionan en una pinza que, entre ERC en lo político y la autodenominada Asamblea Nacional Catalana (34.000 ni más ni menos frente a siete millones de catalanes) terminarán por destrozarle. El president lo sabe, como también sabe que el tiempo se le agota, ya lo hemos escrito más veces, y en muy poco tiempo será historia -política, se entiende- . La suerte es que a éste, nadie tendrá la ocurrencia de nombrarle ‘español del año’, como hicieron en su día con Jordi Pujol.