«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Rectificar la globalización: otro discurso clave de Vance

25 de marzo de 2025

Estamos viviendo un momento propiamente histórico, uno de esos momentos en los que cambian líneas de fuerza que parecían sólidamente asentadas. No es fácil saber hacia dónde van a conducirnos los cambios, pero sí es posible identificar las nuevas líneas y describir el paisaje que va formándose. Uno de los sismógrafos más elocuentes que tenemos es el vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, cuyos discursos, sin duda bien meditados, ofrecen siempre abundante material para entender el nuevo dibujo del mundo. En ese sentido, su discurso más reciente, la semana pasada, ha abierto el mapa de un territorio que hasta ahora sólo podíamos intuir: la determinación de rectificar la globalización, es decir, nada menos que saltar en marcha de lo que, hasta ahora, parecía ser el movimiento natural de la Historia.

Vance pronunció ese discurso en una cumbre organizada por la firma de capital riesgo Andreessen Horowitz sobre el «dinamismo estadounidense» (American Dynamism). Una versión en español del discurso puede encontrarse aquíEl vicepresidente enmarcó sus palabras en una posición sugestiva: los populistas —él se define como tal— y los tecno-optimistas pueden trabajar juntos. ¿Cómo? Poniendo la capacidad de innovación norteamericana al servicio de los Estados Unidos. Ahora bien, eso implica dejar de sacar fuera del país la producción de las cosas que se diseñan en los Estados Unidos. En ese sentido, Esteban Hernández interpreta bien el sentido de lo que ha dicho Vance: la globalización ha sido nociva para los Estados Unidos y, en particular, para el ciudadano de a pie. Consecuencia implícita: hay que abandonar el esquema del mundo global —mercado global, gobernanza global, ideología global— y abrir otras vías, por más que Vance eluda la mención expresa del término «globalización».

Aquí, en el fondo, se combina la perspectiva económica con la geopolítica y la social. La globalización queda retratada como un movimiento dirigido por las elites de los países más desarrollados, y en especial por los Estados Unidos, para externalizar la producción, pero reservándose el diseño; es decir, sacar fuera la potencia de trabajo, que ahora descansaría en los países pobres, pero manteniendo la dirección del proceso y el control del capital, la creación de valor, lo cual teóricamente revertiría en una acumulación aún mayor de beneficios. Todo eso tendría un coste evidente: «La desposesión de gran parte de la población de este país de los procesos de producción», en palabras de Vance. El trabajador norteamericano, en efecto, quedaba en una situación cada vez más precaria. «Los populistas —-dice textualmente Vance—, cuando contemplan el futuro y lo comparan con el pasado, ven en su mayoría una alienación de los trabajadores con respecto a su empleo, su comunidad y su sentido de la solidaridad. Alienación como pérdida de sentido (sense of purpose). Ven sobre todo a una clase dirigente que cree que la asistencia social puede sustituir a un empleo y que una aplicación en un teléfono puede sustituir la búsqueda de sentido». Nos suena, ¿verdad?

Ahora bien, la globalización no tuvo el resultado apetecido. Los países que supuestamente iban a desempeñar el papel de proletario en este nuevo esquema global, lejos de contentarse con ese lugar secundario, han terminado colocándose al frente de la cadena de valor. «Resulta que las zonas geográficas donde se fabrican nuestros productos —explica Vance— se vuelven terriblemente buenas para el diseño de esos productos». El ejemplo más notorio es China, que ha desarrollado una potencia formidable en términos financieros y de diseño, es decir, justo aquellos ámbitos que las elites occidentales creían haberse reservado para sí. «Pensábamos que los demás países —detalla el vicepresidente— siempre estarían detrás de nosotros en la cadena de valor. Pero resulta que, al mejorar en la parte inferior de la cadena de valor, también han empezado a alcanzarnos: nos han aplastado por ambos extremos». Y ahora China, como los demás BRICS (Brasil, Rusia, India…) rehúsan cualquier tipo de subordinación en la escena internacional. De este modo el viejo esquema de la lucha de clases retorna, pero ahora convertido en lucha de territorios. Toda la política nacional e internacional empieza a reconfigurarse en función de este nuevo eje territorial. Y los Estados Unidos quieren reaccionar.

Estímulo de la producción interna, creación de trabajo de calidad para los ciudadanos norteamericanos, poner la capacidad de innovación al servicio del proyecto nacional de los Estados Unidos… A esos objetivos se dirigen —explica Vance— medidas como acabar con la importación masiva de mano de obra de baja calidad —clara referencia a la inmigración ilegal—, marcar aranceles para proteger la producción propia o dar facilidades fiscales y administrativas para las empresas. El vicepresidente también hace una mención expresa a la energía: no se puede aspirar a liderar la innovación en un estado de dependencia energética, y es sintomático que su única referencia a Europa en este discurso sea precisamente a propósito de la energía (más precisamente, nuestra carencia de ella). Pero es que Europa, sus actuales líderes, representan exactamente lo contrario que el proyecto de Vance: aquí seguimos jugando al mismo juego equivocado que la vieja elite globalista norteamericana, externalizando la producción, precarizando a nuestros trabajadores, incorporando masas de mano de obra extranjera poco o nulamente cualificada, pensando que aún tenemos el control financiero de un proceso que, en realidad, ya se nos ha ido de las manos.

Este discurso de Vance debería hacer reflexionar a nuestra oligarquía continental. No lo hará. Nuestras elites siguen viviendo en el mundo de la globalización. Seguramente son ya las únicas en el mundo que permanecen enganchadas al viejo esquema. Habrá que despertarles por otros métodos de un sueño que, para cada vez más europeos, se está convirtiendo en una insoportable pesadilla.

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