Rocinante, derrengado; Don Quijote, sobre ese rocín exhausto, llevándose la mano a su quijada para sostener los pocos dientes que aún mantenía tras el incidente de la venta, y Sancho, molido por el manteo que le habían propiciado y quejoso por el infortunio y la pérdida de las alforjas, rezongaba en su interior volver a casa y abandonar a su amo: más predicador que caballero andante, como así le espetó en aquella nueva andadura. Fue en el devenir de esas penosas circunstancias cuando, con su siempre animoso talante, el caballero de la triste figura auguró un venturoso futuro: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”.
Escrita sobre rústico pendón y como divisa frente a las asechanzas de la vida mantengo en mi despacho esa esperanzadora frase quijotesca; no habiendo mañana en el diario quehacer que no la lea un par de veces, sirviéndome de consuelo e inmunizándome ante los sinsabores que la jornada me depare. Y junto a esa insignia en el mural improvisado, sobre la mesa, presidiéndolo todo, reposan un crucifijo y un banderín rojo y gualda que me recuerda quién soy, de dónde vengo y qué debo amar y proteger; esto es: Dios y España, en una irrenunciable unión, porque en cada palmo de esta tierra, existe un rústica campana que nos recuerda la grandeza de nuestro origen, nos avisa del fuego que nos destruye y nos marca el camino a seguir; aunque este último, no pocas veces, sea tortuoso y precise tomar la espada e, incluso, inmolarse.
¿Poesía? No. Una Reconquista de ocho siglos, la sin par singladura durante quinientos años en el Nuevo Mundo y una cruenta guerra, henchida de mártires, frente a su ruptura y contra el marxismo, avalan mi ultima reflexión. Es esa fusión de la cruz y toda esta tierra bañada por los mares Cantábrico, Atlántico y Mediterráneo, la que es, y no puede ser de otra manera, la Patria española. “Para mi el patriotismo es más que fidelidad a un lugar en el mapa. Es el respeto a unos valores, a una forma de pensar”, señala el actual Presidente de Estados Unidos. Algo muydiferente a lo que mantenía Santiago Carrillo para el que el vocablo patriota expresa intolerancia, intransigencia y cerrazón mental. Un curiosa opinión de un sujeto perteneciente a una ideología como es la comunista, que tiene en su haber un Gulag, una Hungría 1956, y desde luego un Paracuellos y un Aravaca, lugar, este ultimo, donde fue asesinado un hombre bueno, Ramiro de Maeztu, acaso porque mantenía que “la Patria es espíritu… una acumulación de valores con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan.”
Y llegados aquí cabe preguntarse: ¿qué hacer cuando las borrascas que asolan nuestra Patria están llevándose esos principios que siempre han sido su sustento y su grandeza? ¿Esperamos, sin más, que el tiempo transcurra a la espera de un nuevo amanecer, aunque ello suponga la quiebra del suelo que habitamos y el espíritu que nos une? ¿Hemos de dejar que nuestra bandera se empolve porque nos gusta perdernos en fatuas reflexiones?
No. Don Quijote no dejó el yelmo sobre el suelo, ni permitió que Sancho se solazase mientras que rocín y pollino pastaban en un prado cercano, sino que, recompuesta su figura, de inmediato, lanza en ristre, fue en busca de nuevas aventuras en defensa de su ideal, a pesar de su quijada maltrecha y de su orgullo burlado.
De aquí se sigue que, frente al relativismo que ahoga nuestros principios y conductas, debemos reaccionar con firmeza antes de perdernos en una trágica laxitud; de aquí se sigue que, ante a la traidora ruptura de nuestro suelo, sepamos levantar la voz de un “ya basta de contemplaciones”; de aquí se sigue que, contra la corrupción que invade nuestra política, hemos de sajar hasta donde sea necesario y volver a la dignidad que España se merece. Y les aseguro que no se está hablando de molinos de viento.
La vida de España transcurre desde hace ya varios años entre lo grotesco y el escarnio, y es hora de reconquistar nuestro orgullo y grandeza.
*José Juan del Solar Ordóñez es abogado y escritor.