Solemos dar por normales cosas que no lo son, pero la fuerza de la costumbre nos impide ver la anormalidad en la que vivimos. Creemos que el sistema autonómico es lo natural, cuando lo único que ha supuesto es un incremento de administración improductiva, una peor gestión, la consolidación de los separatismos vasco y catalán y una balcanización del Estado, ineficaz e imposible de asumir.
Damos por normal que los gobernantes no den cuenta de sus actuaciones en sede parlamentaria, que coloquen a amigos, familiares, conmilitones o amantes en cargos de máxima responsabilidad aunque sean unos ignorantes. Nadie se sorprende de que salgamos a escándalo de corrupción diario, que sectores económicos fundamentales como el campo, la ganadería, la pesca o la industria estén dejados de la mano de Dios en función de los acuerdos con esa Unión Europea que nos ha salido carísima e insolidaria. Ya es cosa habitual observar como nos chulea Marruecos, hace lo que le da la gana con sus aguas territoriales y se está pertrechando de armas con el beneplácito de nuestros entrañables amigos yanquis. Nadie se sorprende al escuchar auténticas monstruosidades desde el banco azul o del postureo de los políticos, más pendientes de lanzar una frase ocurrente que derive en gran titular que de solucionar los problemas de la nación. Todos, en fin, sabemos que en los informativos destinados a ocultarnos la verdad, insertos en cadenas televisivas cuyo sólo fin es embrutecer a la población. Nos dirán que se han producido una, dos otres violaciones en tal o cual sitio, una, dos o tres ocupaciones; uno, dos o tres atracos pero sin especificar quienes cometen tales ilícitos salvo que sean de aquí, y ya no les digo si, además, pueden demostrar que simpatizan con la derecha.
Repensar España decía en el titular de este modesto billete, pero a medida que voy escribiendo creo que sería más justo decir que quienes debemos repensarnos somos los españoles, enmohecidos por tanto opio audiovisual, por tanto hedonismo falso, por esos paraísos artificiales con los que nos sentimos tan contentos mientras que todo se desploma a nuestro alrededor.
Repensarnos acerca de nuestras prioridades urgentes como país, como sociedad, como individuos. Y hacerlo con claridad, sin paños calientes, hablando en ese Román Paladino del que suele el pueblo fablar con su vecino y que tanto se echa de menos a día de hoy. Si quieren, empiezo yo por romper el hielo: hay que desmontar vía referéndum el régimen autonómico mediante una variación sustancial del título octavo de la Constitución; hay que elaborar una Ley Electoral que impida la atomización del Congreso y deje fuera de juego a quienes sólo buscan que España se rompa; hay que hacer una nueva Ley de Partidos que ilegalice a todos aquellos que no acepten nuestro sistema democrático, porque la democracia no significa que valga todo, sino que valga lo bueno. Podría seguir pero creo que con esto ya tendríamos materia para repensar.