«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Réplica a un heredero de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera

22 de noviembre de 2020

La publicación, la pasada semana, de mi artículo, «El enemigo son los pastores protestantes», ha suscitado la inmediata protesta de un lector llamado Iñaki Colera que, en un mensaje enviado a la dirección de La Gaceta de la Iberosfera, denuncia mi absoluto desconocimiento acerca de la labor del ILV. En un mensaje luteranamente apologético, el señor Colera, pastor y biblista al cabo, afirma que el catolicismo no tiene el monopolio de Hispanoamérica, ni siquiera de España. El protestante don Iñaki, prosigue informándome de que, por su condición religiosa, es heredero de Casiodoro Reina y de Cipriano de Valera, antes de aclararme que la persecución, la estigmatización y el intento de eliminarles físicamente, «no hace que seamos menos españoles, que no amemos a España y no nos sintamos orgullosos de su historia y detestemos la Leyenda Negra, pero sin caer en la Leyenda «Rosa»». Concluye don Iñaki, que cierra su mensaje con un lamento –«una pena»-, diciendo que «nos habría ido mucho mejor si, en lugar de ser más papistas que el Papa y desangrarnos por la ingrata Santa Sede, hubiéramos aceptado la Reforma protestante, que habría tenido un sabor hispano, menos racista y más amable, de haber sido liderada, por ejemplo, desde la universidad de Salamanca». Procede, pues, responder a quien se ha tomado tamaña molestia.

Y lo haremos dándole la razón cuando sostiene – ¿acaso alguien ha afirmado lo contrario?- que el catolicismo no tiene el monopolio de Hispanoamérica ni de España. Cabe, no obstante, recordarle que la actual configuración de la parte hispana del llamado Nuevo Mundo obedece a determinaciones históricas que, en el espiritual caso que nos ocupa, remiten al Patronato de Indias, concesión del Papado –podríamos preguntarnos si a finales del XV España fue papista o Roma fue hispanista- a unos monarcas convertidos poco menos que en sus vicarios. Fue precisamente la perspectiva católica a la que se atuvieron los españoles, sin que ello impidiera los excesos, la que permitió un mestizaje, no exento de racismo, y una integración de la población nativa, de la que no hay rastro en las tierras holladas por los protestantes. Huelga recordar a nuestro interlocutor aquellas palabras incluidas en las Leyes Nuevas, que venían a dar continuidad a disposiciones previas, que afirman que los indios debían ser tratados «como vasallos nuestros de la Corona de Castilla, pues lo son». Emplazamos al refomista Colera a encontrar un texto legal coetáneo dentro del marcadamente racista mundo luterano, cuyo antisemitismo contrasta con una España que permitió el tránsito de los hebreos al credo católico sin que el aspecto físico fuera para ello un obstáculo.

Antes de referirnos al ILV, no podemos menos de asombrarnos ante la apelación, por parte de quien se arroga la herencia de Casiodoro de Reina y de Cipriano de Valera, a la Universidad de Salamanca como solución que pudo ser y no fue, de los males religiosos hispanos. Sorprende la elección de tal lugar, pues fue precisamente la llamada Escuela de Salamanca, con el aristotélico Francisco de Vitoria a la cabeza, la que avaló la continuación de la conquista, tan terrenal como espiritual, del Nuevo Mundo.

Sea como fuere, el mayor peso de la crítica de Colera recae en el tratamiento que di al ILV, organización que, a sus ojos, solo ha llevado a Hispanoamérica una carga de bondad. En el artículo me apoyé en el fino y precoz olfato del franciscano Buenaventura Uriarte, que supo detectar intereses menos elevados de aquellos que preconiza el Instituto norteamericano. Su trabajo de campo se ceñía a Perú, tierra a la que David Stoll, antropólogo norteamericano vinculado en su día a la institución de Townsend, dedicó varios capítulos en su ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina en los que destapó las verdaderas actividades del tal Instituto. A ellos remitimos a Iñaki Colera y a todos aquellos –bien sé a cuántos contradigo- que sostienen que España se equivocó en Trento. 

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