«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

República no es sinónimo de izquierda radical

3 de junio de 2014

El terror a la república es propio de otra generación de españoles y de otro tiempo. Como lo es la reivindicación entusiasta de aquella república en concreto, la segunda en España, la que terminó en guerra civil. Y eso a pesar de que esta liaison entre lo que fue y lo que piden que sea está protagonizada por demasiados jóvenes demasiado radicales. No ya el recuerdo, pero sí el relato está en exceso presente. A pesar de que han transcurrido más de ochenta años, la palabra república está en España del todo vinculada a la experiencia de la Segunda República. Así se explica la imposibilidad de crear en el imaginario colectivo el concepto de república al estilo alemán o estadounidense. Ni los partidarios ni los detractores de modificar la forma del Estado español han sabido sacudirse el polvo de aquellos primeros años de la década de 1930. Ninguno es capaz de imaginar una república en España que no estuviera promovida, alentada, sostenida, protagonizada y desarrollada por la izquierda radical. Unos la temen y otros la añoran, paralizados ante la evolución que España y la política han experimentado sin que ellos se enteraran.

Como la izquierda radical en nuestro país es sólo una minoría que hace mucho ruido y la mayoría de los españoles grita “¡que viene el coco!” cuando cree que se acerca el fin de la monarquía, lo que se nos viene tras la abdicación de Don Juan Carlos, la máxima novedad, es el rey puesto: el Príncipe de Asturias, el heredero, proclamado Rey con el nombre de Felipe VI. Y el problema de este nuevo tiempo esperanzador e ilusionante que pretendió vendernos Juan Carlos I en su mensaje televisado para no explicar las razones por las que renunciaba es que ni es esperanzador ni es ilusionante. La ventaja es que, casi con seguridad, resultará ser mejor de lo que se espera. Sobre todo por la cantidad de tonterías que se han escrito sobre Felipe de Borbón y Grecia -la de que es un chico de su tiempo supera a todas-, por lo poco que se espera de Doña Letizia -sólo un puñado cree que acabará con la Corona y otro pellizco que será la salvadora de la institución monárquica- y porque la continuidad, la estabilidad y la tradición (conservar lo que, grosso modo,  funciona) no son malas consejeras en tiempos convulsos como los que vive España entre el azote de la crisis económica, la amenaza a la unidad nacional y la desafección, cuando no indignación, hacia los políticos, la Familia Real y las instituciones del Estado en su conjunto.

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