Leíamos en LA GACETA el pasado 27 de mayo que la Asamblea Francesa aprobaba en primera lectura un proyecto de ley que permitiría la eutanasia a personas con «enfermedades incurables» bajo una serie de supuestos. Una vez que el luminoso del congreso encendía las 305 lucecillas verdes frente a las 199 de derrotado carmín, los diputados vencedores celebraban su victoria con un aplauso macabro de varios minutos. Sólo cuatro días después, el 31 de mayo, día de la final de la Champions, ya se solapaba el ruido de las sirenas, los cristales rotos de las tiendas, los pelotazos de goma con el palmoteo autocomplaciente de la Asamblea francesa. La enfermedad incurable de Europa del odio a sí misma producía otro brote. Mientras Francia eutanasia a los suyos, oleadas de multiculturalismo vivo prenden fuego a las calles y profanan la estatua de Santa Juana de Arco, lo que para un pucelano es una afrenta grande.
El pasado martes en estas páginas de opinión, escribía mi comandante de Húsares, Esparza, que los hechos vividos en París por la celebración de la Champions por el PSG le recordaban a la novela de Melville, Benito Cereno, en la que los esclavos del barco de Cereno se rebelan frente a sus esclavistas transportadores imponiendo sobre el barco una ley tiránica que empeoraba el régimen del que procedían sometiendo a la única parte de la tripulación a la que han dejado viva para que condujeran la nave a buen destino. Lo paradójico, destaca Esparza, es que los marinos sometidos y obligados a hacer la tarea necesaria para llevar la barca a puerto siguen viendo a sus nuevos dominadores como los esclavos que eran antes del revolcón que los había colocado a ellos como sirvientes. Apurando la comparación, factor de la esclavitud aparte, con lo vivido estas semanas faltaría la imagen de los marinos antes de ser depuestos en sus mandos, subiendo al barco a todos los náufragos que dejan en el mar barcos traficantes de mercancía humana, nuevos potenciales remeros fornidos con móviles cargados a los que la tripulación concede manta y un camarote gratis, mientras los remeros del barco sostienen cada vez más gente sobre él. Todo ello al tiempo que el remero que se hacía mayor, menos productivo, y lleno de luxaciones se enferma «incurablemente».
La enfermedad incurable de las oligarquías europeas es el odio a sí mismas como europeas, pero no como oligarquías. Mandar les gusta, pero desprecian la Historia que les ha traído hasta aquí a ellos y a los ciudadanos sobre los que gobiernan. Consideran, con adanismo insoportable, todo lo anterior a ellos como una «anomalía histórica». Por eso hincan la rodilla dentro del campo de futbol y fuera, y palmotean satisfechos con su nueva ley de eutanasia o se ríen con el bofetón matrimonial al imitador de Napoleón.
El mascarón de proa del barco francés es Juana de Arco, santa y heroína, patrona de Francia. Hemos visto a polizones injuriando a la santa y subirse encima de la estatua ecuestre de bronce dorado que la homenajea en París en la Plaza de las Pirámides. Para mayor afrenta, lo hacen coincidiendo casi con el día en que se la celebra, el 30 de mayo. La imagen del embozado sobre la cabeza de la Santa junto con otro amotinado subido al caballo de la heroína provocó la justa irritación de Marion Marechal que comparto como pucelano.
Dice la leyenda que en el siglo XV varios caballeros de Valladolid fueron a luchar al lado de la Doncella en su guerra contra Inglaterra. Un historiador de la provincia, de Valoria La Buena, Jesús Blanco, aporta incluso varios nombres: Sancho de Tovar, Juan de Salazar, Alonso de Zamora… entre los expedicionarios vallisoletanos. Como Juana de Arco era conocida como la «Pucelle D’Orleans» los caballeros fueron bautizados a su regreso a Valladolid como los «pucelanos» y pucelanos fueron llamados por extensión todos los vecinos de la ciudad de Ansúrez. No hay más que oír las maravillas que dice la estudiosa de la santa Soeur Marie de la Sagesse sobre la Doncella, a quien llama la cristera francesa, para afirmar que los pucelanos estaban en el lado correcto. Dios había prometido reinar en Francia y a ese encargo entregó la vida la santa, y también en eso hay una conexión con Valladolid, puesto que el Sagrado Corazón, cuyo mes celebramos en junio, se lo prometió al pucelano Bernardo de Hoyos: “Reinaré en España, y con mas veneración que en otras partes”.
En estos momentos de confusión, los pucelanos, los españoles todos y los franceses estamos llamados también a rescatar a la Doncella en estatua y a otra doncella de cuerpo presente. Esta vez la doncella a rescatar es Europa entera a cuyos lomos se suben quienes quieren convertirla en otra cosa con la colaboración de los administradores de las cuadras. Es Europa la que está cerca de una enfermedad incurable. Son los europeos los que están sufriendo la esclavitud del totalitarismo burocrático, anticristiano y deshumanizante que importa nuevos contingentes de brazos para ser convertidos también en esclavos felices de la libertad, como dice Portella. Frente a todo ello, de nuevo nos acordaremos de la Doncella y acudiremos al rescate como aquellos pucelanos.