«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Revolver emociones es un juego peligroso

24 de marzo de 2016

En estas fechas de especial significación para la comunidad cristiana, cualquier menosprecio u ofensa a un profundo sentimiento colectivo, arraigado en mayor o menor medida en el sentir mayoritario del pueblo español, incluidos numerosos no creyentes, ya que forma parte de un acerbo cultural, histórico moral y de costumbres de esta península desde tiempos inmemoriales, resulta un ejercicio de provocación mucho más peligroso que lo que los actores de dichas ofensas pueden imaginar.

    Más aún, cuando esas provocaciones, marginaciones injustificadas e injurias, directas e indirectas, a las creencias de una mayoría del pueblo, se enmarcan en un escenario de múltiples ataques en otros frentes, todos ellos en el mismo sentido, con el único objeto de erradicar y condenar una forma de pensar, y sobre todo de sentir de la sociedad española, so capa de “neutralidad religiosa” es una  provocación agravada, y que solo puede despertar un sentimiento de ira en sentido contrario que podría ser igual de irracional en su respuesta al que ha motivado esas provocaciones.

   Es un hecho indiscutible que un sector de la sociedad en España y parte de Europa, siente profunda aversión al fenómeno religioso, a la religión en sí y a las instituciones en que se encarna, por muchos motivos,  así como también es cierto que el fenómeno religioso y la práctica de la religión es una constante en el ser humano desde el origen de los tiempos y el derecho a creer y practicar las propias creencias, y a que estas sean respetada por la sociedad, es uno de los derechos fundamentales del ser humano. La violación de este derecho o el intento de imponer una nueva religión “laica”, que no deja de ser otra religión o creencia más, puede acarrear serias consecuencias para la paz social.

  Lleva a confusión el hecho de que la concepción religiosa de la vida, o la práctica de la religión en Europa, esté, en los tiempos que corren, poco de moda o aparentemente desaparecida, salvo entre relativas minorías, si las comparamos con  total de miembros de la sociedad actual, y eso incite a esas minorías también,  más que ateas, anti teas, a querer dar un empujón e intentar eliminar a la religión, sobre todo y ante todo la cristiana, muy especialmente católica, de la faz de la tierra. Pero lo que estas ideologías, filosofías o nuevas religiones,  que pretenden subvertir todo el orden social y muy particularmente religioso, parecen pasar por alto es que el derecho a la libertad de conciencia y de culto forma parte consustancial con la libertad más profunda  y de culto  arraigada en el ser humano. Es uno de los reductos más sensibles del ser   y que más conflictos, guerras, emigraciones o revoluciones ha originado a lo largo de la historia.

   Uno de los grandes logros de la época moderna en la civilización occidental, (no así en otras, ni en otras épocas) es precisamente el superar esa visceral oposición entre creyentes, no creyentes y creyentes de distintos credos.  Que cada uno obedezca a su conciencia, del modo que estime conveniente, siempre que no ofenda o moleste a los demás. Esa creencia y práctica abarca en puridad la esfera privada y la pública, no se puede asépticamente aislar a las múltiples instituciones cristianas dedicados a la educación, beneficencia y  sanidad por todo el mundo, sin entender la motivación que las mueve. No sería lógico separar, esa forma de entender el mundo y su consecuencia en el comportamiento público colectivo de esas personas.

    Este asalto, ofensa o provocación  a las celebraciones religiosas y a las instituciones católicas, es un reflejo de profundos sentimientos anti religiosos muy arraigados en un unas minorías anti teas, que sobreviven en la sociedad española, que se creían superados hace años, por evolución lógica de unos y otros,  pero que ahora resurgen con insistencia en múltiples sectores de la esfera pública. Son manifestaciones “light” de lo que en su día fueron las quemas de iglesias o los fusilamientos de clérigos y obispos. No hay desde luego comparación, pero ganas no les faltarían, no puedo olvidar la frase de Rita Maestre: “Arderéis como en el 36” Esta manifestación de odio no la podemos tapar con un dedo de corrección política.

    Es verdad que la reacción contraria violenta no ha aparecido,  no sería recomendable que continuase esta escalada de agresividad, ya que aunque sean una minoría las personas las que protesten contra estas ofensas,  cada vez van siendo más, no nos podemos olvidar que los provocadores son más minoría todavía y que la historia la escriben minorías. 

 

    Sería un tremendo error olvidar que es más común que la ira y las reacciones violentas tengan origen más en ofensas de tipo emocional relacionados con las creencias que en agresiones de tipo económico. 

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