«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Rubi cruzó el Rubicón

23 de agosto de 2023

Igual que a Al Capone le condenaron por los impuestos, aquí en España la mejor forma o la más fácil de acabar con alguien es el feminismo. Le está pasando a Rubiales, que tras años acumulando razones se enfrenta a la opinión pública del régimen, que en cuestión de pressing y unanimidad es el Milán de Sacchi, por su beso a Jenni Hermoso.

De nada le ha valido a Rubiales, Rubi en el mundillo, haber llevado a Arabia la Supercopa española para liberar y modernizar a la mujer árabe. Así se lo pagan ahora.

Aun le queda mucho a la mujer árabe para llegar al avance que representa nuestra selección femenina de fútbol, campeona del mundo, algo así como el gol de Marcelino de la España plurinacional.

La turra es sistémica. Cada vez que pongo los deportes en la tele intentando saber algo de Mbappé, aparece una noticia sobre fútbol mal llamado de mujeres, pues, como bien dicen ellas, eso ya es hacerlas de menos, un machismo. Es fútbol-fútbol.

Esta selección es el apogeo de algo, el resultado de mucho trabajo: la sostenida publicidad de las grandes empresas españolas, el frenesí de un ministerio, la plurinacionalidad, el LGTBI, el tiquitaca (que sobrevive en ellas) y, por supuesto, el feminismo. Esta selección lo tiene todo: es revolucionaria, a la vez (alguien lo ha escrito) igualdad y futuro.

Por ella somos líderes mundiales en feminismo y tiquitaca. Este régimen le ha dado a la mujer la pelota, la posesión, ¡por fin!

Unos dieron el voto, otros dieron el trabajo. Este régimen le da la pelota y el solo sí es sí.

Feminismo es que la mujer sea igual que el hombre, pero solo hasta cierto punto en que vuelven a ser distintas, como ha podido comprobar Rubi besando a Jenni.

Ahí ha topado con la Liga de la Decencia, el Tribunal Popular de las Buenas Maneras y el VAR de Pérez-Royo, que ha visto en el beso robado un delito de agresión sexual.

Los robaperas del régimen han «puesto el foco» en la cuestión central: el consentimiento, matriz de la Ley que soltó a los violadores a decenas. Pero ¿hay en el beso de Rubi un contexto o intención sexual? En absoluto. Es el gesto excesivo, efusivo y jubiloso de tantas celebraciones deportivas, donde el cuerpo tiene otros límites. O tenía. Hasta que llegaron las mujeres, iguales al hombre salvo en algunas cosas.

El presunto delito de Rubiales recibe así toda la atención que no merecen las salvajes violaciones reales, en línea todos, otra vez, con el espíritu del legislador del solo sí es sí: retirar el famoso foco de las violaciones para extender el concepto de agresión a toda forma de trato entre el hombre y la mujer.

¡Politizar el aire que separa nuestros labios!

Han ido todos, los de siempre, a rematar ese córner y se intuía que era jugada ensayada porque inmediatamente después apareció Él, Pedro Sánchez, el tío que en su pelvis, al caminar, hace cimbrear dos o tres poderes, pidiéndole a Rubiales «más pasos»: o la dimisión o quizás algún ritual japonés de automutilación.

Ahora hay que tratar a las mujeres como diga El País, y la nueva decencia reprocha a Rubiales el beso, pero también haberse echado mano al paquete en el palco. Lo que les molesta no es tanto la falta de decoro, concepto superado, como que el despliegue de genitalidad masculina lo hiciera «delante de una menor», la Infanta, en edad de abortar y transicionar. En esa pose, Rubiales calca al Bardem de los Huevos de oro de Bigas Luna. Una imagen, el cartel de la película, que fue censurada en algunos países anglosajones y que ahora en España, tras mucho progreso, supone un escándalo. Con todo esto, Rubiales ha acabado teniendo una curiosa función: se ha convertido en un artefacto machista desatado en plena fiesta de la emancipación femenina. Una especie de chisporroteo subversivo. Un vestigio despistado del cojonudismo, la testiculina de Pedro Pablo Parrado, invitado-Peter Sellers en plena «revolución» del tiquitaca femenil. Rubiales, macho descatalogado, toro de Osborne olvidado, tiene ese aire anacrónico de un Bardem fuera de década. ¿Nadie le avisó? El Régimen o simplemente España va deshaciéndose de los inmediatos precursores, como quien borra las pruebas, sus propios pasos, y le ha llegado el turno al hortera ibérico, por sociata que sea. El casticismo deportivo tendrá que ir deponiendo los palillos. Les empieza a tocar a ellos. Toca condenar el beso de Rubi a Jenni e ir mudando la masculinidad. Meterla en el museo de las formas extintas. El antecedente inmediato de Sánchez, que es Rubiales, una especie de homo antecessor sociocultural, ya bordea el delito.

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