Cuando una fortaleza o una ciudad era asediada por un ejército enemigo que pretendía rendirla por asalto o por hambre, una posible forma de impedir la derrota era organizar una salida, es decir, un ataque surgido desde el interior de las murallas contra los que desde el exterior amenazaban con tomar la plaza. Las condiciones para que esta maniobra tuviera éxito eran que los que la efectuaran lo hicieran por sorpresa, que fuesen un número suficiente, que estuviesen bien pertrechados y que su moral de combate se mantuviese alta. Hoy el Partido Popular es una fuerza rodeada por todas partes, seriamente mermada en su capacidad ofensiva al haber perdido municipios y Comunidades clave, encerrada entre las paredes de Génova 13 y aparentemente condenada al aniquilamiento. Es evidente que la estrategia de la inmovilidad, tan del gusto del señor del castillo, el impávido Mariano Rajoy, sólo conduce al desastre.
Por tanto, parece aconsejable abrir el portón, bajar el puente levadizo y lanzarse en tromba inesperadamente sobre el adversario para desarbolar sus filas y ponerlo en fuga. Esta operación consistiría, naturalmente, en el anuncio de Rajoy de que no se presentará a las generales, la convocatoria urgente de unas primarias abiertas a todos los militantes para elegir un nuevo líder o lideresa que presida el partido y que encabece la lista de las generales. Dicho movimiento debería estar completado a lo sumo a principios de agosto. El Gobierno pasaría a un segundo plano limitándose a administrar el Estado y dejaría el protagonismo al nuevo número uno para que formulase su proyecto y formase su equipo, de tal manera que se produjese un relevo generacional y de estilo y se ofreciese a los españoles un programa de auténtica regeneración basado en valores firmes de centro-derecha. Cualquier otro camino de menor valentía e intensidad es garantía absoluta de fracaso.
La tentación de Rajoy será actuar como suele y propiciar los cambios mínimos a ritmo de tortuga y únicamente porque se ve obligado a desplazar y sustituir algunas piezas por la fuerza de las circunstancias, no porque tenga voluntad de hacerlo. Como es de esperar, estos movimientos lentos y de mala gana no disminuirán la presión de los partidos emergentes, sino que la incrementarán, contribuyendo además a agudizar el rechazo y la irritación de los votantes. Rajoy es el gran obstáculo, el tapón que obtura las ya escasas posibilidades del PP de zafarse de un destino sombrío. Si se empeña en ser el cartel electoral dentro de siete meses arrastrará a sus siglas al despeñadero y probablemente a España al caos. Ahora bien, si su partido, enfrentado a la evidencia de que su jefe lo lleva a la sepultura, no es capaz de reaccionar y se conforma pasivamente con ser sacrificado, se habrá ganado por su cobarde mansedumbre tan triste final. Se cumplirá así la conocida máxima de que los rebaños tienen el pastor que merecen.